Buscaba completar la democracia polÍtica liberal con un corrimiento hacia el parlamentarismo
El reformismo populista en Cuba: Eduardo Chibás (I)
Buena parte de los estudios cubanos, al estudiar la figura de Eduardo Chibás (1907-1951), lo han presentado in extremis: «el adalid de Cuba», según el título clásico de Luis Conte Agüero, versión laudatoria reeditada después en la historiografía revolucionaria, o como un demagogo populista, afectado por un ego compulsivo e irrefrenable.
En su trayectoria política, Chibás mostró bastante coherencia al defender la tríada de la plataforma política del reformismo social cubano, tanto en su versión del Partido Revolucionario Cubano (Auténtico), donde militó varios años, o del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo), que el mismo Chibás fundó en 1947.
La tríada estaba integrada por acepciones específicas del antimperialismo, el nacionalismo y el socialismo, nucleadas en torno a un ideario que, de inicio, no resulta peyorativo calificar de ‘populista’.
El antiimperialismo había sido el pregón de la Revolución de 1930 al denunciar el estatus colonial al que había reducido a Cuba la dependencia a los Estados Unidos, con el “sacrificio de los intereses más vitales de la sociedad cubana”. El núcleo de ese antiimperialismo estaba en el derecho a la autodeterminación de las naciones, a la conquista de la independencia política nacional y a su liberación económica, o sea: a ‘nacionalizar’ sus riquezas, en el sentido de ‘cubanizarlas’, es decir, que fuesen cubanos sus propietarios.
El populismo latinoamericano de los años 40 vio la industrialización como sinónimo genérico de desarrollo económico. La industrialización debía significar en los hechos diversificación económica, pero eso equivalía a confrontar el control de la inversión extranjera sobre la economía nacional, si quería dominar sectores sometidos a la dependencia exterior del modelo de ‘crecimiento hacia afuera’, favorecedor de las oligarquías exportadoras. El nacionalismo populista fue el corolario ideológico de esa necesidad, que reelaboró contenidos de varias fuentes y defendió la existencia de la burguesía nacional.
Presentó a la lucha contra la corrupción como el antídoto a todos los males de la democracia liberal.El populismo confió a un Estado crecido en funciones y medios la resolución de conflictos propios de la sobreexplotación del trabajo, típica del subdesarrollo, y de la puja de intereses ‘nacionales’ contra el latifundismo exportador criollo y la propiedad foránea de las riquezas.
Por ello, consideraría al Estado capaz de regular las consecuencias “injustas” provenientes del libre desenvolvimiento de las relaciones capitalistas de producción y de servir de garantía para “nacionalizar” la economía y para “desarrollarla”.
Según Chibás, su nacionalismo se reconocía como “nacionalismo revolucionario”. Hacia 1940, ese ideario buscaba incluir en el espacio cubano a los trabajadores, a los negros, reconocía la igualdad civil de la mujer casada, suprimía las diferencias entre los hijos, condenaba la discriminación racial, y se pronunciaba acerca de los problemas de la juventud estudiantil, desde la enseñanza primaria hasta la universitaria.
En materia laboral, abogaba por considerar el trabajo como derecho inalienable del individuo, garantizar un salario mínimo, retribuir igual salario por igual trabajo; prohibir descuentos no autorizados y el pago en vales, fichas y mercancías -común en economías subdesarrolladas de la época-; reconocer el derecho del trabajador a la huelga y el del patrono al paro y establecer la participación preponderante en el trabajo del cubano por nacimiento.
El ‘socialismo’ que defendía el populismo era sinónimo genérico de capitalismo de Estado, con perfil regulador de la economía y garante de la justicia social. La propuesta de Chibás es, en más de un sentido, afín a lo que se hará firme después en el lenguaje político con el concepto de Estado social de derecho.
Ahí confluían el pensamiento democrático y republicanismo social en una especie de socialdemocracia cubana. Roosevelt decía que ‘el hombre necesitado no es un hombre libre’. Chibás comparte ese ideario cuando vincula la política y la economía como 2 esferas que deben interactuar recíprocamente para garantizar, fomentando la justicia social, la libertad política.
Chibás veía la legitimidad del Estado en su utilidad social. De ahí surgirán promesas propias de la estrategia populista: intervención gubernativa en el mercado, funcionamiento de un sistema institucional con plena separación de poderes, canalización multipartidista de la oposición, meritocracia, élites políticas, sufragio universal, régimen de mayorías, sistema representativo de gobierno, burocracia técnica y justicia social. El credo populista seguía así el canon de la democracia política considerada entonces como liberal, pero buscaba completarla con un corrimiento hacia el parlamentarismo, la democracia social y la participación económica.
La prédica combinó democracia, justicia social y desarrollo económico nacional, y caló hondo en Cuba. Cuando Chibás presentó, en 1947 y desde el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo), a la lucha contra la corrupción como el antídoto a los males de la democracia liberal, definió también el horizonte a alcanzar, sus desviaciones ciertas y, según él, todos sus remedios. Era el paquete político más atractivo en la historia de la república cubana.
Con todo, la articulación entre distribución de ingresos, empleo, consumo y producción, no guardaba en Cuba una configuración que permitiera la expansión populista. Como en otros procesos homólogos en América Latina, Cuba compartió algunos de los rasgos que contribuirían al agotamiento de esa experiencia, como la concentración de la economía en un solo producto y en un país, la lenta evolución de la productividad global y el favorecimiento privilegiado a los sectores de trabajadores mejor organizados.
La debilidad de la economía y la institucionalidad política que debieron sustentar ese proyecto propició la recuperación de la lógica del ‘Estado botín’, vía la corrupción.
Aún así, su legado sería muy influyente por varias vías. Entre otras, para la década del 50, muchas de las más destacadas figuras de la nueva izquierda revolucionaria cubana habían militado en la ‘ortodoxia’ chibasista, como Fidel Castro.