“Donka” ubica en la escena un homenaje al ruso Anton Chéjov
Con un matiz naranja en el fondo del escenario del Teatro Nacional Sucre, y un cúmulo de personas, se inició el jueves pasado, a las 19:30, Donka, un encuentro con la magia de las acrobacias de los bailarines, los “clowns” y los malabaristas que emularon el encanto del circo a través de un homenaje a Anton Chéjov, en la última creación del suizo Daniel Finzi Pasca, responsable del espectáculo Cirque du Soleil.
La entrada de los personajes, representados por Moira Albertalli, Karen Bernal, Helena Bittencourt, Andreé Anne Gingras-Roy, David Menes, Félix Salas, Beatriz Sayad y Rolando Tarquini, ubicó una “esfera de meditación” dentro de la obra.
Uno a uno los diversos “telones” que recreaban el escenario tuvieron también su entrada, una suerte de imágines gigantes y pequeñas; sombras que giraban y revoloteaban tras una transparente capa de tela que cubría inicialmente el escenario del tablado capitalino.
Finzi transportó a los espectadores con los colores, los personajes, la comicidad, la magia que burlaba la realidad. Su trabajo convierte a la obra en un acercamiento, quizás, a la noción de paraíso -sea este cual fuere- intentando transmitir al público un ambiente de pasividad.
La obra se divide en dos actos de 50 minutos cada uno, y cuenta con un puente de 20, para que el público descanse del primero “Donka” es el nombre ruso de la pequeña campana que está colocada en la caña de pescar y que suena cuando pica un pez.
Chéjov amaba la pesca porque era una actividad que le permitía abandonarse en la meditación. Finzi pesca en el mar de la fantasía del circo y en las representaciones que encarnan los personajes.
Sobre las tablas, encima de los trapecios, contorsionados, colgados de sábanas, el elenco completo dejó ver a los cuerpos en suspensión.
La obra pretendió plantear una sucesión de momentos de un mundo perdido, acompañados por el sonido del canto de los pájaros, el susurro del viento entre las ramas, las sombras chinescas y las eclosiones de color. El continuo despertar de la sorpresa convertía el espacio teatral en una especie de cine de evolucionada tecnología.
Un factor no menos importante fue el diálogo de los personajes. Era notable un “tono portugués (¿o brasileño?)” mientras musitaban sus diálogos. La comedia no dejó de brillar en ningún momento, y el uso -por instantes- de una jerga ecuatoriana fue uno de los aspectos que llevó a los espectadores a los aplausos y a las risas.
En cierta escenificación sobre el autor homenajeado, resaltando el caso de la campanilla en la caña de pescar -a la que tan aficionado era- yace el título del espectáculo, además de ciertos detalles sobre la condición de médico de Chéjov, con una muestra jocosa en la que desde el inicio quiere ubicar el lugar que aloja su alma.
Una de las escenas en la que el aspecto jocoso desaparece, es la recreación del sanatorio mental descrita en una de las obras de Chéjov, “El pabellón Nº 6 y otros relatos”. Allí se puede ver la magia de la locura acompañada de un fondo musical; parece que cada uno de los personajes descendiera a los infiernos y posteriormente ascendiera.
Ese instante concluye con la muerte de Chéjov y un sinnúmero de personajes que giran a su alrededor contemplando “lo impostergable”. Cabe decir que la obra es también una muestra de que la vida en escena no se representará como es en la realidad, ni tampoco como debería ser, si no como en los sueños, tal como dijo uno de los personajes de Donka.