Donde los extremos se tocan: notas sobre torturadores y torturados
Callada como la muerte (El Conejo, Quito, 2012), de Abdón Ubidia, es una novela breve ubicada en 1983 que “trabaja con enorme acierto”, según lo señala con justicia Alicia Ortega, catedrática de la Universidad Andina Simón Bolívar, en Quito, “un tema siempre difícil de abordar: la conciencia del torturador, del verdugo, así como la del testigo, el sobreviviente, en el marco de la historia de las dictaduras latinoamericanas”.
Alicia Ortega -a quien Ubidia dice deberle el título del libro- subraya en la cuarta de forros del volumen que “el tema es pensado desde la certeza de que todos, de una forma u otra, estamos involucrados en la Historia (…) más allá de la decisión individual, postura política o credo religioso”, y que la Historia nos toca “cuando la burbuja que parece protegernos sufre “una pequeña avería por donde se cuela la realidad, con toda la fuerza del horror o de la felicidad”.
En este contexto, Ubidia, sin duda un gran escritor, coloca a sus personajes con todas sus cargas presentes y pasadas, sus crueldades y sus temores, su culpa y su inocencia, su miedo de hoy y su impiedad del pasado, su desconocimiento histórico en un olvido actual generalizado, el terror de ser descubierto, en fin, todas sus rabias y humillaciones, lo que fue y lo que se fue, lo que se es, los cambios y sus paradojas y cada personaje moviéndose en estas, resucitando sus temores y sus abusos, protegiéndose con el olvido.
Abdón Ubidia arma con frialdad, con cálculo, la historia de su novela breve, un texto gélido, implacable, cuya única finalidad es hacer que los personajes, colocados en un mismo plano actancial muestren sus costuras, hagan cuajar cada uno de los momentos de su aquí y ahora en el desenmascaramiento de su responsabilidad histórica, por insignificante o canallesca, inocente, manipulada o casual que esta hubiera sido.
La historia armada por Ubidia es demoledora y sitúa a sus personajes en una situación insoslayable. Un ex torturador rioplatense refugiado en Ecuador, un joven, una muchacha, un médico y alguien más que se me escapa, son alcanzados, por pura casualidad, por la Historia. En su situación actual, todos son víctimas, más allá de sus culpas, responsabilidades, inercias o ingenuidades.
Aunque tal vez no me haya explicado bien, no hace falta decir más, la novela breve de Ubidia no lo requiere: habla por sí misma, de manera nítida.
Cabe destacar, en cambio, breves datos sobre “la cocina de texto”, consignados en el epílogo que, en su aspecto substancial, señala: “(…) lo di a leer a mis amigos cercanos de los viernes: Renato Gudiño, Luis Zúñiga, Iván Egüez, quienes lo aprobaron. Luego, un brillante intelectual porteño, Esteban de Gori, tuvo a bien traducirme del idioma de los argentinos (la expresión es de Borges), algunos giros que yo no los había captado correctamente, aparte de darme a conocer textos capitales y terribles como El vuelo, de Horacio Verbitski, basado en las confesiones del torturador Scilingo. También tuve la ayuda, con respecto a la parte médica, de mi primo, el doctor Rubén Tinajero. Y el auxilio final, invalorable y definitivo, de la crítica literaria y docente universitaria Alicia Ortega, a quien debo el título de Callada como la muerte, amén de la presentación en forma de novela breve y no de cuento largo que yo había pensado, al principio, para editarlo”.
Apoteosis final con bombos y platillos
Realizada por él, que es autor y editor y todo lo demás (por lo que bien podría decirse que aquello está de más), Ubidia nos entrega una prolija enumeración de los éxitos que han tenido sus libros a nivel mundial. Aunque inadecuado, por decir lo menos, puesto que el autoelogio es de mal gusto, lo enumerado tiene lo suyo y expresa un nivel que pocos en nuestro país podrían mostrar.
Ahí les va, justamente por eso, con bombos y platillos, para alegría de unos y envidia de otros. Debo admitir que estoy entre los segundos, pero de buena fe (¿?): Abdón dice, en tercera persona para disimular: “Su libro de relatos Bajo el mismo extraño cielo (Círculo de Lectores, Bogotá 1979) mereció el Premio Nacional de Literatura.
Su novela Sueño de lobos (Quito 1986) fue también Premio Nacional de Literatura y fue declarada el Mejor Libro del Año. “Relatos suyos han sido traducidos al inglés, francés, alemán, ruso e italiano”.
“Su novela Ciudad de invierno lleva veintidós ediciones. En 2008 se editó en italiano y en 2009 en griego; Sueño de lobos se publicó en inglés”.
“La madriguera (novela, 2004), fue ganadora del premio a la mejor novela el año y fue de las seleccionadas para el Rómulo Gallegos”.
Punto y fuera dijo la dama del perrito, que no es que tiene un perrito sino “perrito” (sin artículo pero con jugo de lulo), que parece lo mismo pero no da igual.
Aplausos (a la dama con perrito) no faltaba más.