Wilfrido Corral, crítico literario
Corral: “El mundo es tan amplio para creernos mejores”
En 2019, Wilfrido H. Corral (Guayaquil, 1950), crítico literario, radicado en Estados Unidos, presentó el libro Discípulos y Maestros. En 600 páginas, Corral reúne el trabajo de seis años e intenta problematizar el presente, conflictos generacionales y lo que llama “narrativa del selfie” para referirse a la “literatura del yo”.
Corral sostiene que “algunos narradores actuales quieren tener presente la progresión hacia un sentimentalismo políticamente correcto, agudizado por su atención al mercado (...). Cualquier historia e interés común que llegue a tener ese grupo tendrá más contradicciones que éxitos, sin conducir a la unidad; y cualquier futuro suyo será una construcción personal”.
En una entrevista que ofreció el autor en septiembre, con algunas preguntas recientes, sostiene que “quería trazar en el libro la ética del escritor en estos tiempos digitales, en estos momentos en los que el escritor puede tener un blog o contribuir con revistas digitales. Los autores no creo que se ajusten a esto, pero es un factor importante, y me pregunto si se traduce en atención de lectores y críticos”.
Corral habla de “corrección política”, de “ninguneo” y sostuvo que “hay una corrección política en algunas autoras que se han puesto de moda”. Considera que algunas de ellas (no las nombra), a excepción de Mónica Ojeda, se hubieran quedado en nada si las publicaban editoriales nacionales.
Se lo criticó mucho en redes sociales, espacio del que dice estar ausente, ¿estuvo fuera de contexto?
Creo que no hay ninguna interpretación. No hay referencia a nada concreto, a ninguna obra. Creo que no se me ha leído, para principiar. No voy a ponerme a hacer una defensa de todo lo que yo he escrito sobre mujeres. Me interesa mucho la literatura de Lupe Rumazo, supe de ella en 1978 cuando empecé mi tesis. No quiero molestarme en contestar cosas que no tienen sentido. Creo que por otro lado revela la condición crítica que tienen para citarme, en la rapidez que sienten algunas personas por responder y ganar el argumento, cuando no lo hay. A mí me parece genial que haya tantas mujeres a quienes se les preste atención, pero he discutido con personas como Cecilia Ansaldo, pues hay quienes hablan de Lupe Rumazo y es bastante claro que no la han leído.
Su acceso es limitado y responde a un sistema...
Sí, y se debe valorar, pero no se debe valorar a una escritora solo por ser mujer, yo por ejemplo considero que si me pidieran una lista de los diez mejores autores ecuatorianos, si de esos seis son mujeres, no tengo por qué poner a cuatro hombres por una cuota. En esa reacción no consideran lo que hace la prensa.
Hay autores muy valiosos como Carlos Arcos Cabrera, Gabriela Alemán. Lo más peligroso que noto en estas reivindicaciones es que, me parece —espero equivocarme— hay una rivalidad entre mujeres porque fíjate que es una especie de reparo tardío que tienen con Gabriela Alemán, Sonia Manzano, y así como hay luchas entre los hombres también ocurre entre las mujeres. Eso es totalmente contraproducente porque aquí sufrimos del ninguneo, por elegancia, discreción o política, no quieres hablar mal de nadie, pero también hay un ninguneo, no se puede negar lo que una persona hace.
Ese ninguneo viene de quienes han estado en el ámbito de la crítica, en el poder cultural, quienes, en su mayoría, siempre han sido hombres...
Es verdad. Soy el primero en aceptar eso. Pero por otro lado veo crítica muy reciente que reproduce lo que ha hecho el patriarcado, por suerte está Mónica (Ojeda), Sandra Araya. No conozco a todas. Siempre me llevo libros de todo lo que está pasando.
Hay una carta de apoyo a la gestión de Daniela Alcívar, directora del Centro Cultural Benjamín Carrión. En esta carta hay algunos nombres de escritoras a las que usted destaca. Decía que hay una rivalidad entre mujeres y puede ser peligroso, ¿cómo entiende este apoyo? ¿La crítica que usted ha hecho a la gestión de Alcívar se convierte en algo personal?
Cometió una torpeza al calificarme de “dinosaurio” y aliarme con un tipo de crítica con el que no tengo nada que ver. No creo que (Margo) Glantz y Rumazo u otras sean “dinosaurios”, y no discrimino por la falta de experiencia o logros. Hay y debe haber límites en la solidaridad. No puedo apoyar a un hombre porque es mi amigo, profesor, o me ha invitado, o buscar amigos que me apoyen, aunque no me conozcan. Para mí esa desesperación es una falta de ética profesional.
Se cuestiona el sistema de premios en el país, ¿como estos pueden construir un canon que invisibiliza mucho de lo que se publica?
Es triste que en nuestro país, como en muchos otros, los premios no midan el verdadero valor de una obra.
Finalmente, reitero que de las novelistas (ojo, no hablo de cuentistas) nuevas las que tienen trayectoria seria y comprobada, sobre todo fuera del país, son (Gabriela) Alemán, (Mónica) Ojeda y (Sandra) Araya.
¿Por qué considera que tenemos una crítica nacionalista y triunfalista o politizada a la antigua?
Creo que esto ocurre en países que se llaman erróneamente periféricos, que se creen que tienen una literatura menor o pequeña. En ese sentido todo lo que se hace en un país en términos de ficción o de crítica es visto a través de una lupa y se ve la pequeñez, la insignificancia, el desconocimiento y eso es muy peligroso.
Hay críticos muy importantes de países pequeños; en el nuestro yo puedo señalar a Bolívar Echeverría, que descanse en paz. Y otros, críticos como Benjamín Carrión. Ellos han sido olvidados, no aquí en nuestro país, pero no están contextualizados como críticos que tenían más alcance. Yo no me veo como un crítico nacional y lo que veo en épocas recientes en nuestro país es una crítica peligrosamente nacionalista. Creemos que somos los mejores sin darnos cuenta de que hay un mundo más amplio. (I)