Escribo y leo contra las certidumbres autoritarias
1.- La potencia de lo múltiple
Se me acusa, como parte del jurado que confirió el Premio Joaquín Gallegos Lara 2019 a la novela de Salvador Izquierdo, de “cierta opacidad en los propósitos”: “La prueba de ello está en los textos”, dice Fernando Balseca en “¿Qué significa un premio literario?” (El Universo, diciembre 20). Los textos aludidos son El nuevo Zaldumbide, de Izquierdo, y La escalera de Bramante, de Leonardo Valencia.
Comienzo por señalar que los textos no son cosas muertas que portan “pruebas” irrebatibles por fuera del acto de lectura. Nada más carente de soporte que pedirle a un texto “pruebas” para demostrar que es mejor que otro.
Lo polémico del asunto es que las acusaciones esgrimen tales criterios solo porque no fue premiada la novela por ellos preferida. Es decir, si mi lectura no coincide con la tuya es denostada. Sabemos por la historia colonial, patriarcal e inquisitorial que existe una vieja tradición persecutoria de cacería de brujas: mi verdad es herejía, mi posición es ilegítima, mi voz un ininteligible parloteo.
Esa pretensión de objetividad quiere basarse, según el artículo, en medibles criterios de número de páginas, tamaño de letra y sello editorial. Conviene recordarle al autor de tales argumentos que esos criterios pertenecen al ámbito de la diagramación y del mercado.
Carlos Arcos, en “Yo, lector, y el Premio Joaquín Gallegos Lara” (Plan V, 1 de diciembre) también se vale de una exigencia de objetividad: “Algo de objetividad debe fundamentar sus decisiones”, le reclama al jurado. Sostiene que “solo el tiempo podrá dar a una novela el lugar que le corresponde en el torrencial río de la literatura”. ¿Cuál es “el” lugar que a un libro le corresponde? Un texto vivo ocupa y activa más de uno. Señores, no me interesa la “comprobación objetiva”.
Cuidemos que no todo sea visible, susurran las brujas. Cuidemos los mantos, las torsiones, los intersticios, la potencia de lo múltiple, de lo imprevisto, de las incertidumbres, de los devenires que rompen todo modelo unificador.
2.- Corifeo en tres escenas
I. Arcos, a partir de una sesgada y descontextualizada lectura que hace de mi libro Fuga hacia dentro. La novela ecuatoriana en el siglo XX. Filiaciones y memoria de la crítica literaria (2018), plantea que no he sido honesta en mi juicio al momento de premiar a Izquierdo, puesto que dado mi “radical desacuerdo” con el libro de Valencia, El síndrome de Falcón, no he sabido leer su novela concursante. Es decir, ¡porque no concordamos en nuestras lecturas pone en duda mi honestidad profesional! ¿Será que cada quien juzga en función de cómo actuaría poniéndose en el lugar del otro?
¿Por qué el “yo lector” opta por poner en entredicho el juicio crítico de quien no piensa como él? ¿Vieja práctica patriarcal esa de señalar, desacreditar, acusar, deslegitimar los criterios de una mujer? ¿Resulta tan insoportable la alteridad? Solo en ámbitos de autoritarismo se desestima el posicionamiento distinto y diferente, el pensamiento que disiente.
II. Leonardo Valencia circuló el 19 de diciembre de 2019, en Facebook, el texto “En homenaje a Lupe Rumazo”, en el que lamenta la injusticia que la crítica ecuatoriana ha cometido con la escritora mencionada.
Como “hecho” probatorio, reclama la ausencia de Rumazo en mi libro Fuga hacia dentro. Valencia afirma: “Hay un cierto infantilismo generacional en la apresurada acusación a los intelectuales hombres de no dar cuenta de escritoras, cuando ellas mismas no lo han hecho.
La injusticia literaria en el caso de Lupe Rumazo no tiene género, pero sí condición moral: la desidia o la simple pereza intelectual”. ¿A qué generación se refiere? Imposible de responder porque no ofrece ningún nombre (solo el mío es claro porque soy la autora del libro cuestionado). Sí me queda clara la naturaleza de la acusación de “infantilismo”: típicamente misógina.
Conocemos el vocabulario utilizado cuando los hombres se arrogan la autoridad de la verdad: Ustedes mujeres, repite el corito, no saben nada. Son inmaduras. Son infantiles. La segunda acusación apela a la “moral”, en nombre de una supuesta “desidia” y “pereza intelectual”. Aquí vale una precisión. Recordarle que en 2004 Jorge Enrique Adoum coordinó, con Editorial Eskeletra, una Antología Esencial Ecuador Siglo XX, en cinco tomos. El volumen dedicado al cuento ecuatoriano, a mi cargo, incluyó a Lupe Rumazo. Y esa decisión respondió al magisterio de Cecilia Ansaldo. Fue Cecilia quien no dejó nunca de referirse a ella desde hace varias décadas en su infatigable trabajo por destacar el aporte de escritoras ecuatorianas.
Importa también subrayar que mi libro sobre la novela ecuatoriana no se propuso dar cuenta de la totalidad de las novelas escritas en el país en el lapso de cien años. No es un libro de historia, ni tiene un afán enciclopédico. Como todo trabajo de investigación, su corpus responde a un conjunto de preguntas que me acompañaron: la narrativa realista de los 30, sus disputas con la vanguardia, la producción crítica literaria de la primera mitad del siglo XX, los debates en torno a la obra de Jorge Icaza y Pablo Palacio, la representación del sujeto intelectual como eje articulador de un significativo corpus novelístico y ensayístico de la segunda mitad del siglo pasado.
Señores, no hace falta que enmienden o completen mi lista de novelas estudiadas. Elaboren sus propias lecturas y hagan buena plana, no vaya a ser que la desidia y la pereza les gane.
III. Wilfrido Corral publica en la revista Casa Palabras, # 41, “De la crítica nacional a una nacionalista”. Además de decir lo que debía yo haber hecho y cómo (más una suma de calificativos vilipendiosos), hay dos momentos que exigen detenimiento. Asevera que mi libro Fuga hacia dentro ha sido escrito con “fidelidad ideológica y metodológica a una universidad estatal estadounidense, con mayor rédito para redentores del ‘Otro’ preocupados por interpretaciones nativas in situ”.
La universidad a la que se refiere con afán denostador es la de Pittsburgh, cuyo Departamento de Lenguas y Literatura Hispanoamericana es uno de los más prestigiosos en el medio académico, que tiene a su haber docentes de tan alto rango como Antonio Cornejo Polar, John Beverley, Gerald Martin, Mabel Moraña, Áurea Sotomayor, Juan Duchesne, Jêrome Branche, y puedo seguir con la lista de quienes han sido mis maestras. ¿Y ese menosprecio hacia el “Otro”? ¿Incomodidad con respecto a los estudios culturales, latinoamericanistas, poscoloniales, decoloniales, feministas? ¿Minimiza lo que no conoce? El segundo momento es la acusación de “patriarcalismo” a mi ejercicio crítico por no incluir a Lupe Rumazo en mi estudio y porque disiento de las tesis de Valencia. Lo que me sorprende es la utilización del calificativo por parte de quien ha recurrido a formas de violencia patriarcal en el mismo artículo.
Con respecto a mi crítica a El síndrome de Falcón, dice: “Es una crítica débil al enfocarse en lo que cree que le falta en vez de lo que sí contribuye Valencia”. ¿Por qué Corral no pone en práctica lo que predica? Es decir, ¿su crítica a mi libro es débil porque no observa sus contribuciones? Mejor escriba una historia de la literatura ecuatoriana, elabore su corpus y se ponga a leer la producción ecuatoriana actual, que, por cierto, desconoce. De lo contrario, difícil comprender cómo puede afirmar en una entrevista publicada el 25 de junio de 2019, en El Comercio, que en nuestro país algunas autoras “se han puesto de moda”, y se pregunta: “¿Qué hubiera pasado si las novelas de estas autoras (no dice sus nombres, dice “algunas”) hubieran sido publicadas por editoriales nacionales como Eskeletra o El Conejo? Yo sospecho que, con la excepción de Mónica Ojeda, se hubieran quedado en nada”.
La literatura ecuatoriana escrita por mujeres hoy en día ha renovado con estremecedora fuerza nuestro escenario literario. Son muchas las escritoras que nos representan, que son premiadas, leídas, antologadas, invitadas, publicadas dentro y fuera del país. ¿Cómo nombramos esa manera de descalificar el trabajo de mujeres sobresalientes?
3.- Por la belleza de las cosas que subsisten fragmentadas, vacías de finalidad
Balseca sostiene también que la novela galardonada es “una reflexión sin invención, como algunas apuestas narrativas de hoy”. Por los argumentos presentados, que reducen la novela a “una narración bien escrita que registra cómo el regalo de un abuelo puede despertar significados muchos años después”, sospecho que aquello de la falta de invención quiere decir ¿falta de imaginación narrativa?
En el ensayo de Didi-Hubeman, Cuando las imágenes tocan lo real, me encuentro con esta provocativa línea: “Es una enorme equivocación el querer hacer de la imaginación una pura y simple facultad de desrealización”. La imaginación no es una entelequia desasida de la realidad, descosida de la materialidad de quien escribe y en la que ella habita. No pertenece a una realidad etérea y vaciada de materia corporal. En resonancia con estas ideas, ¿acaso el documento o la memoria están despojadas de fuerza imaginativa?
El nuevo Zaldumbide pone en crisis la forma novela tradicional. La voz del narrador explora múltiples derivas a partir de un poderoso juego creativo de conexiones e itinerarios que ensambla infatigablemente el ahora de la escritura con fragmentos de una memoria autobiográfica.
Me gusta la provocadora mostración del archivo que esa voz inquiere: el archivo literario ecuatoriano al que no deja de remitirse de manera lúdica, para apropiarse de libros, biografías, novelas que el autor trasiega y trae a la escena narrativa. Porque de una reflexión acerca de la lectura y de la escritura se trata, de filiaciones y de complicidades afectivas.
La voz narrativa nos toma el pelo, juega con el chiste, con el absurdo. Novela híbrida, fragmentada, que arriesga, crepita en hervores allí en donde el sinsentido se estrella una y mil veces para descascararse y mostrar un intersticio vacío desde donde emerge una intempestiva carcajada para quienes no saben qué hacer cuando se les pierde el manual de lectura. Novela de registros múltiples, que bien puede ser leída como cuaderno de trabajo, diario de artista, informe de investigación. Porta la huella del tono confesional y memorioso, pero a renglón siguiente, salta de la intimidad fabulada a la pausa reflexiva, al libro leído, al fragmento citado, a la desafiante ironía, para pasar luego al recuerdo de infancia, pero también al humor que desencaja cualquier pretensión de certeza o acabamiento. Vuelvo al ensayo acerca de cuando las imágenes tocan lo real.
El montaje, observa el filósofo, desborda las ataduras del tiempo lineal y homogéneo. Se abre a la multiplicidad de historias, a las complejidades del tiempo. Tal ejercicio supone una puesta en movimiento de la imaginación. Se trata de una elección de escritura, y es lo que me interesa destacar, que apuesta al encuentro de disímiles registros en el curso de una narración que junta, rememora, documenta, nos interpela, recoge retazos de memoria, de experiencias, de lecturas.
Es en ese movimiento que la escritura cruza la fabulación, los guiños autobiográficos, las resonancias intertextuales, allí en donde es la vertiginosa fuerza de la imaginación la que pone en movimiento el portentoso inacabamiento discursivo. (O)