Alma Guillermoprieto, tras la nueva crónica latinoamericana
Alma Guillermoprieto (México, 1949) es minuciosa, estricta, obsesiva con los detalles. Sus alumnos la describen como la mujer de la reportería extensa, de la comprobación del último dato. “Los verificadores de datos no existen para que no nos hagan demandas, sino para respetar la ignorancia de la gente”, dice en sus talleres.
Sus alumnos no dejan de citarla. Julio Villanueva Chang, Sinar Alvarado o Diego Fonseca hablan de ella una y otra vez en sus clases. Alvarado se refiere a la periodista mexicana como “su maestra”.
Este jueves recibió el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2018. Es la tercera mujer galardonada en las 38 ediciones de este premio. El acta del jurado describe su escritura como “clara, rotunda y comprometida”, que ha sabido tender “puentes en todo el continente americano” y “con enorme coraje, también en el ámbito de la comunicación anglosajona”.
El reconocimiento está dedicado a su larga “trayectoria profesional y su profundo conocimiento de la compleja realidad de Iberoamérica que representa los mejores valores del periodismo en la sociedad contemporánea”, concluye el acta del jurado.
Alma Guillermoprieto estudió danza hasta 1973. En Nueva York, ciudad a la que llegó siendo adolescente, recibió clases con grandes maestros hasta que se dio cuenta de que su carrera no estaba destinada al éxito. Entonces, viajó a La Habana, Cuba, para ser profesora de baile.
En la isla gobernada por Fidel Castro se encontró con los testimonios de la gente, con el sistema político y sus ansias por contar historias. Empezó a hacer periodismo. Contó la insurrección nicaragüense para el periódico inglés The Guardian. Luego empezó a trabajar para el Washington Post, donde publicó la masacre del Mozote en El Salvador.
Poco a poco, Guillermoprieto se convirtió en la voz de los conflictos latinoamericanos. Para narrar lo que ocurrió en El Salvador, la periodista se insertó con grandes dificultades en el sitio de los rebeldes del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional. Permaneció allí aproximadamente un mes después de que ocurriera la masacre.
“Es una periodista extraordinaria de la que tendríamos que aprender esa humildad concienzuda que ha hecho de su oficio un servicio a los espejos rotos de una sociedad que ella ve con pasión y con ternura y con las venas abiertas”, dice Juan Cruz en una columna de diario El País, cuando se anunció su reconocimiento.
Ahora que considera que tiene menos fuerzas renovables, cree que el periodismo en la región se está quedando como un dinosaurio. Está segura de que la gran deuda que tienen los periodistas con las historias de América Latina tiene que ver con el narcotráfico y la imposibilidad de contar historias donde la corrupción y los riesgos abundan.
“Si el narcotráfico es capaz de corromper a la Interpol en México, ¿cómo no va a corromper a un pobre periodista que gana ocho mil pesos al mes? ¿Cómo sobreviven los periodistas en el oficio? Esa es la pregunta realmente preocupante en América Latina. Una vez que tú puedes garantizarle la supervivencia económica a un periodista, puedes empezar a pedirle que arriesgue su supervivencia física”, sostuvo la periodista en 2009, en una entrevista con El País.
Los problemas que ahora tiene el oficio del que se enamoró después de dejar la danza tienen que ver también con la existencia de internet, donde cada vez hay menos gente que quiere historias de largo aliento. “Escribimos para un lector que no existe”, dijo en un taller Julio Villanueva Chang citándola a su maestra.
Guillermoprieto estuvo en 2003 en Ecuador, con Martín Caparrós, como jurado del Premio Nacional de Periodismo que entregaba Itabsa.
Ese año lo ganó la periodista Manuela Botero por contar la historia de los colonos gringos de Santo Domingo. Se trataba de un grupo de gente que decidió sembrar en los terrenos baldíos que ofertaba el gobierno a estadounidenses de manera gratuita.
Al año siguiente, Botero fue a un taller con la periodista en Buenos Aires en el cual abordaron las formas de encontrar nuevos soportes para el periodismo. Los talleristas eran personas que en ese momento fundaban revistas como Etiqueta Negra, El Malpensante o The Clinic. El periodismo estaba construyendo sus soportes contra la era de lo inmediato. Tal vez, aún Guillermoprieto guarde la esperanza por ello. (I)
40 años de seguir un continente invisible
Por más de 30 años Alma Guillermoprieto se ha introducido en las historias de la región. Empezó con las calaveras del Mozote, en la provincia de El Salvador, Morazán, a comienzos del 80. Se infiltró en las huellas de los narcos en la misma época, siguió al Ejército y a la Policía en Ciudad Juárez o Moralia. Sus historias tuvieron siempre el respaldo de grandes medios, como The Guardian, Washington Post, Newsweek, New Yorker y New York Review of Books. Fue elegida por García Márquez para el cuerpo de profesores de su escuela de periodismo colombiana, Fundación del Nuevo Periodismo Iberoamericano. En ”Desde el país de nunca jamás” se recopila parte de sus historias. “Aparte de tratarse de textos de una misma autora, y sobre una misma región, que es América Latina, no salta a la vista su coherencia”, reconoce en el prólogo.
“A nadie que buscase coherencia se le habría ocurrido saltar de las matanzas en la guerra civil salvadoreña a la invasión de Granada o los inicios de Ricky Martin en el grupo Menudo, zambullirse después en los misterios de la umbanda brasileña y en las cavernas de Sendero Luminoso, volver al Brasil virtual de Collor y Roberto Marinho, y trazar a continuación uno de los mejores perfiles que se han escrito sobre Mario Vargas Llosa”, dice una reseña en El Cultural. (I)
La colección
Dancing with Cuba
Es una memoria de la Revolución y su experiencia como maestra.
“Desde el país de nunca jamás”
Es una selección de reportajes de Guillermoprieto como el conflicto civil en El Salvador.