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Ecuador, 22 de Diciembre de 2024
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Alfredo Noriega: "Si la literatura salvara, ya tendríamos evidencia de eso"

Alfredo Noriega, escritor.
Alfredo Noriega, escritor.
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El escritor quiteño Alfredo Noriega vive en Cardiff, una ciudad inglesa que es muy tranquila. “Modosita”, dice él aunque Juan, el personaje-narrador de su último libro, desprecia los diminutivos.

El Quito de Guápulo (Cactus Pink, 2019), la más reciente novela negra del autor, en cambio, es una ciudad violenta en cuya oscuridad ocurren cosas horribles, como el asesinato de una mujer, Justine, la hija de Juan, quien volverá de Francia para buscar justicia.

Noriega tuvo la idea de escribir esta obra cuando se enteró de la muerte de Charlotte Mazoyer hace una década. La mujer francesa había llegado a Ecuador para trabajar como investigadora en un instituto y fue asesinada.

Como su personaje, el autor vivía en París, la ciudad en que crecieron sus hijos. Leyó las noticias sobre el crimen en medio de la conmoción, por lo cual empezó a novelar alrededor de ese hecho y le dedicó su libro a Charlotte.

¿Hubo una suerte de memoria emotiva al recrear las escenas luctuosas de Guápulo?
Lo importante en la escritura de un texto literario, entre otras cosas, es que transmita emociones. Mientras creaba ciertas escenas, construía esas sensaciones, como la del diálogo que el padre (Juan) tiene con una empleada doméstica de su hermano (Rosita), aunque hablar con alguien que hace ese tipo de trabajo en casa es algo a lo que no está habituado, porque en Europa ya no se hace. También hay escenas alrededor del juicio que vive Juan, pero el sencillo diálogo que tiene con otras personas trata de reflejar lo que siente como padre, en medio del dolor.

Quito aparece sombría y se muestra con crudeza. ¿Alguna vez lo cuestionaron por eso?
No es el Quito de todos, es ficcional porque favorece este tipo de historias. Y no hay ciudad en el mundo que no sea un hueco: los dramas, las tragedias existen en todas partes, adonde vayas. Entonces no es que quiera vengarme de la ciudad o sus habitantes, sino que como narro un asesinato, tiene que ser en un sitio macabro.

Me encanta esta ciudad e incluso sé que tiene un lado paradisíaco. De eso conversaba con Víctor Arregui (con quien coescribió el guion de Cuando me toque a mí, 2006, basada en De que nada se sabe, 2002). En la escritura uno explora situaciones extremas. Si escribía una Quito fofa o dulzona, no hubiera tenido mucho sentido en este tipo de literatura, la policiaca.

Juan dice que “ninguna literatura salva; aunque algunos crean toda la vida en eso”. ¿Pueden salvar las letras?
Por supuesto que no. Es un punto de vista personal, trato de infringir ese tipo de cosas que se dicen sobre la literatura. Pienso que son muletillas.

Si la literatura salvara, Cien años de soledad, por ejemplo, habría salvado a los colombianos de una guerra de más de medio siglo, pues es una gran novela. Si El Quijote podía transformar a la España colonialista, ya lo hubiéramos sabido. Sin embargo, el arte y la literatura acompañan, conmueven, dan elementos de reflexión y buenos momentos.

Ahora es casi imposible pensar el asesinato de una mujer sin implicaciones de género...
Escribí este texto antes de que campañas como la del Me Too estuvieran en boga, no me lo planteé, aunque me parecen iniciativas válidas y necesarias. La influencia que tiene y va a tener en la escritura es evidente.

En la novela 9 mm parabellum (2008) ya creé un personaje femenino que es víctima de violencia, entonces es recurrente de alguna manera en mi trabajo, y se debe a que en la sociedad en que vivimos, estas situaciones ya deberían ser inadmisibles. El Me Too tendrá repercusiones importantes, eso ya es inevitable en la literatura, la política y el debate público.

¿Qué pasa con la libertad en el contexto europeo?
En cuanto a la creación, puede haber juicios de valor sobre uno, como autor cuando trata este tipo de temas. Por eso procuro colocar personajes en su ambiente con todas las complejidades que tienen, incluso el machismo. No pretendo ser ejemplo de nadie ni darle a las personas recetas morales de existencia, no es el lugar que me corresponde ni es ese el papel de la escritura. (I)

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