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El Telégrafo
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El proyecto ganó el Premio Mariano Aguilera y se exhibió en el Centro de Arte Contemporáneo

Al otro lado registra la realidad de un pueblo en espera de la paz

Después de enfocarse en el Oriente ecuatoriano, el fotógrafo hizo una travesía que une 2 océanos: la ruta comercial que va desde Manta hasta Manaos (Brasil).
Después de enfocarse en el Oriente ecuatoriano, el fotógrafo hizo una travesía que une 2 océanos: la ruta comercial que va desde Manta hasta Manaos (Brasil).
Foto: Daniel Molineros / El Telégrafo
25 de julio de 2016 - 00:00 - Redacción Cultura

El fotógrafo Misha Vallejo desembarcó en Puerto Nuevo (provincia de Sucumbíos) con dos artefactos que lo delataron. Eran cámaras Sony -A7 y A7R- sin espejo “para no asustar a la gente”, recuerda sobre la mesa de una librería quiteña. Pero Vallejo llamó la atención, inevitablemente, no solo por su barba y acento serrano, sino por su manía siempre discreta de disparar hacia ciertas escenas reales.

Cuando llegó al pueblo ubicado a orillas del río San Miguel -que divide Ecuador y Colombia-, un puñado de los 500 habitantes del lugar pensó que pertenecía a un diario sensacionalista y empezó a cuestionarlo, a hacerle preguntas sobre su oficio, a ocultarse.

‘Aquí ocurre algo, como una explosión -le dijeron-, y enseguida llegan los medios de comunicación a ver si se trata de un error mortal de los traficantes de gas, las balas que van tras los traficantes de gasolina o estupefacientes’.

Debido a la imagen que tiene la zona oriental del país -una en que la selva se mezcla con la marginalidad y se olvida fácilmente-, Misha Vallejo decidió hacer un fotolibro, “un objeto más valioso que un periódico sensacionalista”, dice en una tarde muy quiteña, nublada.

El fotógrafo continuó gastando las suelas de los zapatos: recorrió la ruta Manta-Manaos (2.500 kilómetros), que une los océanos Pacífico y Atlántico durante un trimestre. De ese periplo extrajo los rostros de pobladores tras las cifras que barajan los gobernantes de un camino comercial. Lo que descubró en Puerto Nuevo no dejó de sorprenderlo.

Vallejo hizo 3 visitas a Puerto Nuevo. Sus estadías, junto a los pobladores fronterizos, fueron de 5, 4 y 3 días. Foto: Cortesía de Misha Vallejo.

El camino previo a un enfoque

A mediados de 2014, Misha Vallejo estaba en busca de una historia fronteriza. Entonces conversó con un miembro de la Organización Acción Ecológica, quien le contó sobre Puerto Nuevo, un pueblo que estaba a orillas de un río que se convertía en una línea divisoria en el mapa. “Del otro lado de la frontera, el territorio es de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia)”, dice sobre el lugar que, en 2001, fue fundado por refugiados que buscan asilo en Ecuador, por desplazados de la violencia que saltarían del anonimato al fotolibro Al otro lado (Editora Madalena, 2016).

En Puerto Nuevo el 70% de la población es colombiano, mientras que el resto es ecuatoriano. El himno nacional es un artificio que suele quedar en segundo plano, sea de aquí o de allá. El pueblo fronterizo queda a 3 horas de Lago Agrio si se va en chiva, el transporte que Misha usó para llegar.

“Yo quería darle a Puerto Nuevo ese valor de un objeto más íntimo, para adentrarse en el pueblo, verlo en cada imagen”, dice el autor del fotolibro que es parte de su proyecto en el Premio Nacional de Artes Mariano Aguilera y que inauguró una muestra visual en el Centro de Arte Contemporáneo (CAC).

En el frío de Quito, al preguntarle a Misha ¿qué une a la gente del Oriente con la de la Amazonía brasileña? dirá que son lugares olvidados por los gobiernos pero, aún así, “ves que las personas no pierden la alegría de vivir, son abiertas, lo poco que tienen lo comparten, conversan contigo, se interesan en ti si te interesas en ellas. Te ganas su corazón, entonces empieza una relación de amistad, más o menos. Eso da la confianza para que hagas fotografías y te dejen entrar en sus vidas”.

La Amazonía tiene un lugar en la estética de Vallejo, “no tanto por la naturaleza -dice-, que me fascina, sino por las personas, que son tan abiertas y bondadosas, aquí, en Ecuador, Colombia, Perú y Brasil”.

El aislamiento de las comunidades orientales no ha logrado que sus pobladores se encierren.

En Puerto Providencia, en la orilla colombiana del río San Miguel, por ejemplo, adonde solo se llega en barco o lancha, el fotógrafo vio unas islas “que carecen de lo que tenemos en la ciudad, lo cual generó esa necesidad de relacionarse entre las personas que tenían poco que ver con la conveniencia, por ganar algo. Todo es más simple allá”.

Como era un foráneo con intenciones fisgonas, al llegar a Puerto Nuevo, Misha fue conducido a la casa del presidente del pueblo, Juan Escobar. Era importante hablar con él, tener su venia en un territorio signado por desplazamientos humanos que provocan la guerrilla y la desigualdad. “En su casa me presenté, le hice una entrevista y le expliqué mis motivos, que quería documentar todo, ver qué pasa allí”, relata.

En medio del relato y enfundado en una camisa abotonada hasta su cuello, Vallejo suelta una paradoja: “en Quito lo llenan a uno de miedos sobre el Oriente, le dicen que lo van a matar, secuestrar o robar en la frontera, pero no es así. Es relativamente calmo. Hay una calma tensa, todo el tiempo”. Durante su estadía en Puerto Nuevo, el artista gráfico nunca escondió las cámaras. “Era el loco del pueblo, que llevaba artefactos colgando pero no me secuestraron, ni tuve amenaza alguna contra mí. De hecho, me sentía más seguro caminando con las cámaras en las calles de Puerto Nuevo que aquí en Quito”, ríe.

El posible final de una guerra

Al finalizar la entrevista, Misha Vallejo recuerda a los desplazados que desembarcan todos los días en Puerto Nuevo, una comunidad que vive, sobre todo, del comercio binacional. A veces un vecino compra algo en Colombia, luego lo vende en Ecuador, o al revés sin que importe que las mercancías sean o no legales.

Frente al río, de donde llegan las lanchas en un trecho que toma 5 minutos recorrer, está el colombiano Puerto Asís, “territorio de las FARC, donde había un letrero que tenía las siglas del Partido Comunista Colombiano (PCC) y, de fondo, la foto de Manuel Marulanda. Allí no hay un regimiento militar constante y en Puerto Nuevo tampoco es fácil encontrar a un policía”.

Sobre el armisticio recientemente pactado entre el Gobierno colombiano y las FARC, Misha Vallejo dice que “hay generaciones de habitantes fronterizos que lo único que saben es combatir”. Entonces, suelta una pregunta que surge de su experiencia en frontera: “¿Qué va a pasar con ellos?, ¿cómo se van a reintegrar a la sociedad? La paz será buena porque dejarán de escucharse explosiones del otro lado, el rugir de las metralletas y, quizás, todos puedan regresar a sus tierras, en paz”. (I)

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