La tecnología cambió las relaciones entre padres e hijos
La idea de escribir un libro para padres comenzó a gestarse hace varios años y aunque Gissela Echeverría sabía bien para quienes deseaba escribir, aún no había definido tema. Su principal preocupación se resumía en una pregunta: ¿Qué puedo decir de nuevo? Su inquietud se resolvió con el transcurso del tiempo, en realidad, con las historias que se revelan en sus consultas, al calor de las conversaciones que van y vienen.
Fue así como Gissela, educomunicadora y terapeuta familiar sistémica, empezó a madurar el contenido de su primera obra Conéctese con sus hijos para que se desconecten de la Red.
Desde hace más de 10 años conduce el programa Adán sin Eva, que también presentó en la televisión. En este se ofrece a la audiencia las claves para una mejor comprensión de las relaciones interpersonales, el mejoramiento individual, la educación de los hijos y la vida familiar.
A partir de enero de 2015 esta especialista colaborará con esta revista. Sus artículos abordarán todos estos temas.
¿Conéctese con sus hijos para que se desconecten de la red es un libro exclusivo para padres?
Está dedicado a los padres, pero también para educadores, psicólogos y gente que maneja temas relacionados con niños y adolescentes.
¿En esta obra se incorporan las historias de esos padres que acudieron a su consulta?
Sí, y al escucharlas me di cuenta de que las relaciones entre padres e hijos se han visto transformadas por el uso de Internet y de las nuevas tecnologías. Entonces, decidí estudiar más a fondo los casos y constaté que se trata de un problema más complejo. Además, comencé a tomar en cuenta los comportamientos sexuales de los adolescentes —que resultan bastante preocupantes—, a través del uso de Internet. Presenté el asunto en el Congreso de Terapia Sistémica que se efectuó en Cuenca. En este encuentro, también percibí el interés al respecto y fue cuando dije: ¡este es el tema!.
¿Cómo logran los padres conectarse con sus hijos?
Vivimos una época en la cual los padres se ven abocados a realizar múltiples actividades, por causas diversas, como la presión económica y jornadas muy largas destinadas al trabajo. Eso significa que los chicos están solos y las nuevas tecnologías se han convertido en un refugio virtual, donde los jóvenes están conectados con los amigos, amigas, pero también con gente que no conocen. De tanto estar conectados, se enganchan con mucha facilidad a una tablet o a un teléfono celular que los mismos padres les obsequian desde edades muy tempranas para que se entretengan. Si nos detenemos a pensar, allí hay un abandono al niño o a la niña.
¿Cuando dejamos que nuestros hijos ingresen a este refugio virtual, que usted menciona, contribuimos a esta desconexión?
No necesariamente, porque mi intención al escribir este libro es hacer notar lo que está ocurriendo y que no nos conformemos y tampoco dejemos a nuestros hijos abandonados en ese refugio, porque este mundo virtual tiene algunos riesgos. El principal peligro es la adicción, porque como la tecnología resulta fascinante, las personas pueden engancharse casi de inmediato. Al principio nos divierte y estamos entretenidos, pero pasar de esa actividad lúdica a una total dedicación al universo virtual provocará algunos problemas, como la dificultad de los chicos para desarrollar actividades propias del mundo real.
¿Eso significa que el uso intensivo de la tecnología interfiere en las relaciones familiares y afectivas?
Efectivamente, porque los padres, al igual que los hijos, están con su teléfono, con su computadora, con su tableta. Todos, padres e hijos, están concentrados en su propio universo. La interacción no existe. De hecho, la palabra adicción significa ‘a’: sin y ‘dicción’: palabra; sin palabra. Esto significa que la persona ha perdido la capacidad de decir lo que está sintiendo y, muchas veces, los chicos no manifiestan lo que están viviendo, porque no hay quien los escuche, porque los padres están también en sus propios refugios virtuales.
Cuando se refiere a los peligros ¿se contempla también la pornografía infantil?
Es uno de tantos peligros a los que se exponen. El término grooming, por ejemplo, hace referencia a una serie de conductas que realiza un adulto o un joven interesado en contactarse con niños y niñas de 12 y 13 años. Estas personas los inducen a tener un comportamiento sexual o a que se tomen fotografías y las envíen por Internet. En ocasiones hay un chantaje para lograr un encuentro en la vida real y es entonces cuando se puede concretar un abuso sexual. Estos son los problemas reales.
¿Los padres somos conscientes de estos riesgos?
Lo que me preocupa es que los padres consideran que esto no puede ocurrir. No tienen conciencia de qué tan grandes son los problemas.
¿Ha tratado casos de este tipo?
Sí, en el libro cuento algunos casos que he tenido en consulta y revelo historias de adicción a los videojuegos y a las redes sociales. Los chicos se internan en el universo virtual y luego tienen dificultades para aterrizar en la realidad que es más compleja y más cruda. Entonces, cuando encuentran dificultades en la vida real, más se sumergen en el refugio virtual. Por ejemplo, tengo el caso de un chico de 13 años adicto a la pornografía y uno de 18 produciendo pornografía infantil.
¿Y qué ocurre con las chicas?
Sí, también cuento la historia de una muchacha de 13 años que tiene un problema de cyberbullying, pero por sexting (este término se refiere al envío de contenidos eróticos o pornográficos por medio de teléfonos celulares). Generalmente en las chicas el acoso cibernético es porque ellas han compartido o publicado fotos desnudas o porque alguien más les ha filmado en juegos sexuales. Entonces, alguien cuelga la foto en Internet y se acabó. En realidad, hay cosas loquísimas como que las chicas compitan por quién tiene más likes (me gusta) en las fotos que colocan en las redes sociales. Entonces se toman fotos supersexys y eso evidencia que hay una sociedad erotizada.
¿Por qué ocurre este fenómeno de sobreexposición de la intimidad en plataformas virtuales?
Es un tema que analizo en el libro. Una de las razones es por el impacto que ejercen los medios de comunicación con un discurso sobreerotizado que no es filtrado por los padres. Entonces, un tema es la dedicación a los aparatos tecnológicos y otra es la falta de atención a los chicos. También está la escasa comunicación y normas para el uso de los aparatos. No existe un consumo crítico de medios de comunicación. Por eso, hay que conectarse desde los afectos, pero parte del afecto consiste en fijar normas y establecer límites. Entonces, esa conexión emocional y afectiva —de dedicación y construcción de diálogos significativos—, contribuye a que el muchacho esté mejor equipado y tenga una mejor autoestima para que prevenga los riesgos.
¿Podríamos decir que los jóvenes, al realizar un uso intensivo de las nuevas tecnologías, han entrado en una suerte de campo minado, un terreno complejo, en el cual no saben bien cómo protegerse?
Sí, claro. Son expertos en el uso de la tecnología, en el uso de aplicaciones y funciones. Por eso, hablamos de la brecha tecnológica. Hay muchos padres que son diestros y otros que no. Estos últimos, sobre todo, les dejan que pasen horas frente a un computador o utilizando un celular. Por lo general, los chicos les meten un gol a los padres, porque estos, al no comprender el mundo virtual, desconocen también sus riesgos. En este sentido hay que entender algo: los guaguas pueden ser muy expertos en el manejo tecnológico, pero los expertos en la vida, se supone que somos nosotros, los adultos.
Ellos carecen de experiencia para defenderse. ¿Entonces allí son vulnerables?
Exacto. Como no tienen esas competencias de discriminación y de avizorar el peligro con anticipación. Con frecuencia, los adultos les decimos: “es que no saben ver el peligro” y así es, porque su madurez cognitiva no les permite anticiparlo. Para eso estamos nosotros, los padres. En eso no nos pueden ganar y los hijos siempre tienen la misma necesidad. Como habrán sido los padres de nuestros abuelos cuando apareció el automóvil. Cada época nos va marcando o define un cambio con la incorporación de la tecnología, pero las necesidades humanas siempre son las mismas. Eso significa que un niño y un adolescente necesitan contar con una mamá, con un papá que esté disponible para escucharle y acompañarle. Incluso que el papá pueda decirle a su hijo: “mirá, no sé cómo funciona esto, pero te acompaño, busquemos, aprendamos”.
¿Cree que de alguna manera la tecnología está suplantando el rol que deberían cumplir los padres, es decir, en el mundo virtual encuentran el afecto que no tienen en la vida real?
Ahí cabe una pregunta también. ¿Por qué los chicos no se despegan del teléfono celular? Porque los compañeros y los amigos siempre están allí para responder al instante. Entonces hablamos de la búsqueda de la conexión humana y de atención. Eso nos revela otro dato: no se trata de que el joven o la joven son adictos al teléfono, sino que ese aparato les está permitiendo cubrir una necesidad que no es satisfecha en casa.
Eso es grave.
Claro, porque los jóvenes, como los adultos, tienen necesidad de comunicarse, de ser importantes, de saber que son valiosos para los padres y de sentir que pertenecen a un sistema familiar, donde sus propios valores como seres humanos es lo que realmente cuenta, lo que vale.
¿Parecería que debido a la vertiginosa evolución de la tecnología los padres no tienen tiempo para reflexionar sobre el impacto de cada nuevo aparato?
Todos los aparatos tecnológicos que surgen en el mercado son fascinantes. Entonces la fascinación contribuye a que una persona se enganche con el teléfono, con la tablet y con otros equipos electrónicos y se pase horas sin percatarse de lo que ocurre a su alrededor. Hay normas claras y muy precisas que hay que plantearse. Por ejemplo, no vamos a sentarnos a comer con el teléfono celular.
¿En qué momento nos desconectamos de nuestros hijos?
Cuando dejamos de estar pendientes, cuando dejamos de preguntar ¿cómo te sientes?, cuando dejamos que el teléfono sea el que los hace dormir, pero también cuando dejamos de jugar y pasear con ellos.
¿Y Gissela Echeverría se ha dejado seducir por las nuevas tecnologías? ¿Se ha refugiado también en estos mundos virtuales?
Claro que sí. Tuve una relación con alguien que no está en el país y estaba pendiente todo el tiempo del teléfono. Es desesperante, porque uno siente que pierde el control de la vida. A partir de eso, pensé que no es el aparato el culpable, sino las personas que estamos detrás del equipo. Para evitar esta dependencia, los viernes suelo apagar el teléfono y no lo prendo hasta el lunes.
PUBLICACIÓN
¿Cómo ser padres en la era digital?
Gissela Echeverría Castro, Magister en Educomunicación, Periodismo y Terapia Familiar Sistémica, propone a los padres crear lazos emocionales basados en la comunicación. “Antes que combatir lo malo, es necesario dedicar los esfuerzos a cultivar y fortalecer lo bueno, lo positivo. Si criamos y educamos hijos sanos, habituados a expresarse y expresar lo que sienten, a valorar la interrelación humana con sus pares y su familia, con una autoestima capaz de hacerles cuidarse y respetarse, y así mismo respetar a los demás, entonces estaremos entregando al mundo seres libres, capaces de elegir su propio destino al margen de la tortura y las imposiciones de la moda y el mercado”.