El quiteño dejó de ser farfulla y curuchupa
Más de una vez se ha tildado a los quiteños de farfullas, plantillas, curuchupas, moralistas; los calificativos sobran y durante décadas tuvieron asidero.
Para el historiador Juan Paz y Miño, estos estereotipos son abstracciones que no reflejan la realidad. En su momento, puntualiza, tuvieron cierta aceptación en cuanto reflejaban las luchas políticas.
Eran los liberales quienes atribuían a las élites serranas cualidades estereotipadas: los consideraban representantes del feudalismo y descendientes de los antiguos españoles, aristocráticos y conservadores.
Por otro lado, se creía que también eran burócratas y que rezaban la mayor parte del tiempo. “Estos estereotipos que se han forjado responden al mismo advenimiento del socialismo que genera también otros imaginarios que, en realidad, responden a conflictividades políticas”, explica.
La realidad es que las expresiones quiteñas son variadas y estos estereotipos no responden a la época actual.
Para el historiador, resulta imposible decir que el quiteño o la quiteña son así, porque hay mucha diversidad: desde lo indígena urbano, lo popular urbano, la clase media en el norte y en el sur y, por supuesto, las élites que, con frecuencia, habitan fuera de la ciudad. Es así que el comportamiento cultural, las costumbres y tradiciones, siempre variadas, no permiten configurar un solo tipo de quiteño o quiteña.
Fernando Jurado Noboa, psiquiatra y genealogista ecuatoriano, considera que a pesar de las migraciones y del crecimiento de la ciudad, el quiteño raizal conserva un gran humor, pero, además, es muy resistente a las frustraciones. “Tiene un complejo manejo de la intimidad, la puede guardar mucho o publicarla, porque sueles ser indiscreto”. En ocasiones, según advierte Jurado, también puede “ser pedante e inauténtico”.
Afirma que, en muchos casos, la quiteña es mejor que el quiteño. “En ella lo que más llama la atención es su capacidad inmensa de trabajo y sacrificio, porque es quien sostiene el hogar”, indica. Además, suele realizar trabajos extras para redondear la economía del hogar. Aunque la quiteña puede soportar, de mejor manera, las frustraciones, y esconde su capacidad frente a las frustraciones, cuando estas se acumulan, ella también puede estallar. Por eso, según explica Jurado, las mujeres quiteñas han tenido un papel crucial en las grandes tormentas políticas.
Durante mucho tiempo se consideró que el quiteño era farfulla, y, de hecho, según Jurado lo fue, pero dejó de serlo. Este término hace alusión a una persona presumida y jactanciosa. En realidad, el farfulla es pretencioso, pero, en la mayoría de las ocasiones, se jacta de lo que no tiene o no podrá tener.
“Quito continúa siendo una ciudad en la que todo el mundo se conoce y me parece que ya no es posible ser farfulla”.
El quiteño tampoco es curuchupa, porque, según el genealogista, el curuchupismo está ahora en Guayaquil y no en la capital.
“Fíjese que en una misa el 95% corresponde a mujeres y el 5% a varones y los quiteños no saben cuándo pararse y sentarse durante la ceremonia. La curuchupería del quiteño es totalmente falsa”.
Este investigador recuerda que el Partido Socialista nació en Quito y, al mismo tiempo, los grandes movimientos marxistas se han dado desde Quito. “El siglo XX ha sido más bien para un quiteño liberal y de izquierda”.
A Jurado, su profesión de psiquiatra le ha permitido conocer más sobre el comportamiento de los quiteños y quiteñas.
Cuenta que desde que tenía apenas 7 años, tenía una vocación histórica. La posibilidad de escuchar a miles de pacientes le ha permitido armar lo que él denomina la teoría de la quiteñidad.
Según esta, las sociedades son evolutivas y el quiteño de hace 100 años tiene características parecidas al de hoy, pero no es el mismo.
Pero ¿qué le cambió a este ciudadano? En principio, las migraciones que fueron forjando una ciudad cosmopolita, en las que la población quiteña antigua quedó totalmente rezagada.
Con la llegada de la modernidad, ya no se puede vivir todos los días de juerga. Quizás eso podría explicar por qué surge una nueva generación de padres más comprometidos con su familia.
“Hay una toma de conciencia de que el padre tiene que ser padre las 24 horas. Antes el padre quiteño, sobre todo, el chulla de oficio, solo permanecía en casa una pocas horas los fines de semana, lo cual originó una población quiteña, huérfana de padre.
Aunque la figura del padre estaba presente, este era un hombre muy divertido que pasaba afuera. “Era bohemio y muy irresponsable; la mujer era quien sacaba acaba adelante el hogar. Eran hijos con imágenes dolidas de su propio padre”. A partir de los años 60 hay un giro: el hombre quiteño toma conciencia de que tiene que responsabilizarse por sus hijos. Al referirse a la obra de Jorge Icaza, El Chulla Romero y Flores, Fernando Jurado considera que, en realidad, se trata del antichulla, porque el escritor ejemplificó al mal chulla, al chulla perverso.
El chulla era, con todos sus defectos, un ser noble y cita como ejemplo la anécdota de un chulla quiteño que compuso un poema y que más tarde se lo obsequió a un amigo que estaba en la más grande pobreza. Le obsequió su obra a él y a sus descendientes para que vivieran de las regalías, lo cual revela la nobleza del chulla.
Cuando se habla del ser quiteño, este historiador considera que no se necesita nacer en la capital para apropiarse del alma de esta ciudad. Quizá, por ello, la ciudad ha tenido grandes chagras que han sido chullas quiteños, como Remigio Romero y Cordero, Miguel Ángel León, Rafael Vallejo Larrea, Alejandro Carrión (Juan sin Cielo).
Este último novelista y periodista ecuatoriano decía que una persona puede ser quiteña en un instante, precisamente, en el momento en que absorbía las características de la quiteñidad, dejaba de ser chagra y pasaba a ser quiteño. Otro aspecto que ha variado mucho es la forma de conquistar del quiteño. En realidad, era conocido como un experto conquistador.
Desde pequeño se le enseñaba que tenía que caminar con prosa. Además tenía que saber conquistar. Para el quiteño, el no como respuesta no existía. “Se decía que le daba igual si la mujer era soltera, casada, divorciada o viuda. Debía conquistarla”.
Quiteñidad
San Roque y La Tola son los barrios prototipos de la quiteñidad. San Roque tiene una historia de más de 400 años, mientras que La Tola de 150. Muchos chullas de oficio nacieron en estos barrios.
Santa Bárbara, San Marcos y San Roque también son considerados “nidos de la quiteñidad”. El humor y las vivencias de los chullas han estado repartidas en toda la geografía quiteña.
Esa geografía iba desde el puente del Machángara hacia el Parque de El Ejido, porque ese era el viejo Quito que muere en las primeras décadas del siglo XX, con las expansiones al norte y al sur.
El quiteño siempre andaba elegante. El secreto era la camisa. El cuello y los puños siempre tenían que permanecer nítidos.
Incluso si el chulla era pobre debía andar bien presentado.