Monseñor Proaño hizo todo por los más pobres
La noticia de la muerte de monseñor Leonidas Proaño sorprendió al padre Pedro Pierre en Roma, donde estudiaba. “Me impresionó muchísimo que la iglesia donde se celebró la misa en su homenaje estaba llena. Había allí religiosos de Asia, Europa, Latinoamérica”, cuenta el sacerdote francés que llegó al Ecuador en 1976 para hacerse cargo de una parroquia en Guayaquil. (Ver infografía ampliada)
Ni bien se instaló, un amigo sacerdote lo invitó a ir hasta Riobamba para conocer al obispo que lideraba la Nueva Iglesia Latinoamericana.
El padre Pierre, hoy jubilado, rememora ese primer encuentro con monseñor Proaño: “Me encontré con un hombre sencillo, acogedor, que sabía escuchar”.
El hombre que recibió a Pedro Pierre en la Casa de Santa Cruz, centro de formación pastoral y social, había aprendido de sus padres, humildes artesanos tejedores de sombreros, el arte de la misericordia. “Cada sábado, nuestra casa era visitada por personas menesterosas, mendicantes y por disposición expresa de mis padres, era yo el encargado de atenderlas…”, narra en su autobiografía monseñor Proaño.
A Proaño no se lo celebra en grandes catedrales sino en miles de capillas de campo y suburbiosEl padre Pierre señala dos hechos decisivos en el apostolado de monseñor Proaño: el reparto de las tierras de la iglesia riobambeña entre los indígenas; y la responsabilidad de los seglares en los oficios religiosos.
También destaca que en la Conferencia de Puebla, Juan Pablo II conversó con monseñor Proaño, reconociéndolo como puntal de la Iglesia Latinoamericana.
Para la pintora guayaquileña Patricia León, el recuerdo de su primera visión del obispo está ligado a Santa Cruz. “Hay una palabra para definir mi primer encuentro con monseñor: austeridad. Su imagen y la de la casa me parecieron austeras, pero en el sentido de sobriedad”. Y esa primera impresión -de adolescente- no cambió, dice Patricia, después cuando desde la universidad seguí militando.
La impresión de austeridad que tuvo Patricia era una marca de nacimiento de monseñor Proaño: “Soy hijo de familia pobre. La casa en donde nací tenía 3 piezas… Supe, como todos los pobres hombres, lo que es padecer de necesidad y de hambre. Pero también aprendí a soportar privaciones sin quejas ni envidias”.
Decenas de muchachas y muchachos porteños, estudiantes de colegios religiosos y alumnas de sacerdotes que seguían a monseñor Proaño, se reunían en diferentes casas -grupos heterogéneos- para reflexionar sobre el mundo y sobre la religión, aunque en Guayaquil estaban vinculados con indígenas de Chimborazo que trabajaban como cargadores en el mercado del sur y habían visto las condiciones en las que vivían.
Sin embargo, fue en la primera visita que hicieron a Riobamba, cuando se toparon con la cara de la verdadera miseria, señala Patricia: “Salimos a Licto y otros pueblos vecinos y pudimos percatarnos de que los feligreses de monseñor Proaño prácticamente se morían de hambre”.
En Guayaquil, a la llegada de Pedro Pierre existían 7 iglesias cuyos párrocos adherían a la nueva teología que liberaba y con ellos se vinculó el padre Pierre.
Sin embargo la persecución contra estos religiosos comprometidos con los pobres -considerados sospechosos tanto por los teólogos académicos, las burocracias eclesiásticas de la Iglesia católica, así como por los gobiernos- estaba en pleno auge.
Monseñor Leonidas Proaño y un grupo de obispos y seglares ya habían probado la bota militar -fueron detenidos por la dictadura de Rodríguez Lara, acusados de subversión-.
Con la asunción de Juan Pablo II, señala el padre Pierre, terminaron de desarticularse las redes de religiosos de la Teología de la Liberación. En el país muchos sacerdotes que en sus parroquias trabajaban en la línea de monseñor Proaño fueron alejados a otras áreas y en la actualidad estas comunidades eclesiales viven apartadas de la iglesia oficial, reuniéndose en casas particulares.
Soledad Monroy, fundadora de las Comunidades Eclesiales de Base de Guayaquil (CEBs), también lo conoció y lo recuerda como un maestro que sabía escuchar y animar. Un pastor cercano que estaba convencido de que “son los pobres quienes nos evangelizan”.
Su máximo logro fue ayudar a los indígenas a recuperar su voz. Los impulsó a que se organizaran a partir de su propia cosmovisión para superar la injusticia y dominación: les ayudó a recobrar su dignidad, con una conciencia nueva, con su proyecto ancestral de sociedad.
Nos enseñó a organizar el compartir y la equidad desde una visión política participativa, a no quedarnos en la caridad que paraliza sino a dar la mano para que los agobiados se levanten y caminen con sus propios pies. Otra característica de monseñor Proaño fue su solidaridad nacional e internacional.
A Proaño no se lo celebra en las grandes catedrales -su mensaje es demasiado cuestionador de las estructuras eclesiales y políticas conservadoras- sino en miles de pobres capillas de campo y de suburbios, por todos los continentes.
CEBS, ESPACIOS DE DIÁLOGO Y PARTICIPACIÓN
Hoy se cumplen 25 años de la partida de Monseñor Leonidas Proaño, y las comunidades eclesiales de base (CEBs)de América Latina, Asia y Europa lo recordarán con diversos actos. Las CEBs de Guayaquil realizarán un homenaje especial en la Casona Universitaria desde las 08:00.
Las comunidades eclesiales de base son espacios donde se recupera la dimensión comunitaria de la Iglesia, entendiéndola como fermento social y como espacio de misericordia y de consuelo para el pueblo, particularmente para los olvidados, marginados y alejados.
La comunidad eclesial de base pone una estructura mínima de coordinación: Nacen, casi siempre, de un grupo espontáneo de gente que se reúne por motivos religiosos o para encontrar una respuesta a sus necesidades y problemas.
Sus miembros se integran en grupos de oración; de lectura de la Biblia; de participación y de diálogo, en especial, sobre todo lo relativo a la vida: inseguridad, desempleo, educación de los hijos, drogas, violencia, corrupción, novelas y películas de la actualidad, enfermedades, proyectos, elecciones. En estas comunidades lo importante no es tener líderes, sino equipos ministeriales, sin monopolios o permanencia indefinida en los cargos.