¿SE HA PREGUNTADO ALGUNA VEZ A QUÉ EDAD UNO DEJA DE SER JOVEN?
Los jóvenes, a la vanguardia de una nueva civilización y los que mejor se adaptan
En un mundo cambiante se hace muy difícil predecir el futuro. Hay numerosos estudios sobre nuevas tendencias, proyecciones sobre cambio tecnológico, películas y libros de ciencia ficción que fantasean en cómo viviremos en un futuro no muy lejano, gurús que pronostican, en mayor o menor acierto, los cambios que se avecinan.
Sin embargo, si queremos tener una idea clara sobre cómo vamos a vivir en los próximos años, lo más fácil y seguro es simplemente fijarnos en cómo son nuestros adolescentes y nuestros jóvenes. Ellos contienen la semilla de los cambios venideros, a pesar de que, paradójicamente, lo que sabemos es que, por lo menos en una buena parte, los jóvenes de hoy no suelen preocuparse mucho por su futuro sino que más bien se dedican a vivir lo más intensamente posible su propio presente. En verdad, muchos se muestran molestos de que se hable de ellos como ‘futuro’, cuando lo que quieren reivindicar es justamente su papel en la construcción del momento actual. Es por eso que la Organización Iberoamericana de Juventud, cuando tuvo que decidir qué título ponerle al informe de la Primera Encuesta Iberoamericana de Juventudes, optó por una frase muy elocuente: “El futuro ya llegó”.
Sin embargo, esto también tiene consecuencias significativas, y es que dado que se tiende a percibir el futuro como algo incierto y lejano, las personas jóvenes dejan de entender su propia vida como un proyecto a largo plazo. Se deja de planificar la vida y se vive el presente sin preocuparse mucho de lo que vendrá. Justamente por eso, se hace cada vez más difícil que la juventud se sienta atraída por los movimientos y partidos políticos convencionales (los cuales se basan en proyectar ideas políticas y modelos de sociedad hacia el futuro) y prefieran, por ejemplo, vincularse a ONG o a causas concretas que tienen efectos inmediatos. Otra consecuencia de la creciente indefinición de la idea de futuro es que los argumentos que advierten sobre la insostenibilidad de nuestros actuales patrones de consumo o las evidencias sobre el brutal impacto del cambio climático no producen la esperada alarma social, dado que plantean dramáticas situaciones que se deben producir en “el futuro”, cosa que provoca que no les demos la importancia que tienen en el momento actual.
El advenimiento de la posmodernidad, de las llamadas ‘sociedades líquidas’ y el vertiginoso cambio tecnológico han generado transformaciones profundas en nuestra forma de pensar y de vivir. Las personas jóvenes están en la vanguardia de todas estas variaciones y son las que más fácilmente se adaptan a ellas. Por eso, observar cómo actúan los jóvenes es la mejor forma de anticipar hacia dónde va nuestra civilización. No se trata, por tanto, de que ellos actúen pensando en el futuro, sino de comprobar cómo su comportamiento actual pone las bases de los que acontecerá en los próximos años.
En la actualidad los jóvenes tienen mayor conocimiento sobre el manejo de las nuevas tecnologías. Foto: Cortesía Pixabay
A pesar de que la sociedad adultocéntrica tiende a menospreciar y a estigmatizar a las generaciones jóvenes (una expresión, tal vez, del temor que tienen a que estas puedan protagonizar un cambio en el statu quo), son cada vez más las voces que consideran que la propia supervivencia de nuestra especie está, en buena parte, en sus manos. Personalidades de talla mundial como el papa Francisco, José Mujica o el presidente Obama se han manifestado en esta dirección. Por ejemplo, Obama indicó en su discurso en la pasada Conferencia mundial sobre Cambio Climático (COP21) que la generación actual es la primera en sentir los efectos del cambio climático y la última en poder hacer algo para evitarlo, asumiendo que los jóvenes están expectantes por lo que pueda suceder.
Estos, a su vez, lejos de los grandes discursos maximalistas y, tal vez, sin ni siquiera ser plenamente conscientes de ello, ya están siendo protagonistas de los cambios silenciosos que se advienen. Por ejemplo, sus pautas de consumo tienen un enorme impacto en las dinámicas sociales. Personas jóvenes cada vez más comprometidas con el consumo responsable, impulsando proyectos de economía del compartir, deseando vivir en casas más pequeñas, consumiendo menos energía, prefiriendo el uso del transporte público, preocupados por la calidad de su alimentación, posponiendo su decisión de tener hijos (cosa que hace que acaben teniendo menos descendencia), priorizando el tiempo de ocio ante el tiempo de trabajo, dispuestos a desvincular la búsqueda de la felicidad de la acumulación de bienes materiales, interesados en trascender las fronteras territoriales y proponer modelos de gobernanza global; jóvenes, en definitiva, defendiendo y practicando nuevos valores y virtudes que son los principales catalizadores de la nueva civilización que está naciendo.
A pesar del papel central que las personas jóvenes están tendiendo a partir de sus prácticas cotidianas en el desarrollo de nuestras sociedades, aún están expuestos a múltiples tensiones y contradicciones. Por ejemplo, los jóvenes de hoy en día tienen más acceso a la educación que nunca, pero siguen teniendo dificultades de acceso al empleo (la tasa de desempleo juvenil dobla la de los adultos); tienen mucho más acceso a la información, dado su intenso uso de las nuevas tecnologías, pero siguen alejados de los espacios de poder; tienen más expectativas de autonomía, pero, al mismo tiempo, menos opciones para materializarla, dada su posición económica relativamente más precaria; tienen también mejores oportunidades de acceso a servicios de salud, pero en algunos casos se exponen a conductas de mayor riesgo, como consecuencia de una cierta insatisfacción vital que les impulsa a buscar sus propios límites. La juventud se ha convertido en un modelo social (todos aspiramos a ser eternamente jóvenes) en una sociedad que, paradójicamente, tiende a excluir a este segmento poblacional y no le permite tomar el protagonismo que se merece.
Son modelo de una sociedad adulta que no tiene apenas ningún modelo que ofrecer a sus jóvenes.
En la canción ‘Sea Señora’, el cantautor cubano Silvio Rodríguez sugiere la idea según la cual a la “revolución” hay que quitarle la letra “r”, de modo que quede únicamente en “evolución”. Los ecuatorianos sabemos mucho de eso, ya que aquí podemos disfrutar de las islas Galápagos y de su contribución a la teoría de la evolución de las especies. La evolución social en la actualidad tiene varios motores, uno de ellos es el cambio tecnológico, otro es el cambio de valores de los seres humanos (sin el cual nos encaminamos a la autodestrucción), pero, tal vez, el más importante es el motor del cambio generacional. En la medida que las personas jóvenes se conviertan en adultos, y siempre y cuando no cambien sus actuales actitudes vitales, se producirá una transformación profunda y a la vez silenciosa de nuestras sociedades.
Ahora, para acabar, permítanos hacer un pequeño experimento: ¿Se ha preguntado alguna vez a qué edad uno deja de ser joven? No está claro que la juventud tenga que ver necesariamente con la edad, pero le invitamos a que haga esta pregunta a sus amigos y conocidos: ¿A qué edad se deja de ser joven? Las respuestas seguramente le sorprenderán. Para los que tienen 20 años la juventud debe acabarse, más o menos, a los 25. Para quienes tienen 25, debe acabarse sobre los 30. Y así sucesivamente para los que tienen 30…
¿Qué conclusión saca usted de eso? Probablemente, la responsabilidad ante este cambio de era está en cada uno de nosotros, independientemente de nuestra edad. (O)