El Papa Francisco en su Encíclica laudato si ilustra los verdaderos sentidos del Buen Vivir como el camino a la felicidad
En busca de la armonía con la naturaleza
La Encíclica Laudato si es un texto analógico riquísimo en representaciones simbólicas, lingüísticas, estéticas, emocionales y poéticas. Es un canto analógico y dialéctico a la vida y a la muerte, al día y a la noche, a la alegría y a la tristeza, a la esperanza y a la desesperanza, al gozo y al sufrimiento, desesperado y tranquilo, es un sollozo potente y silencioso, es un llamado, es un grito a la conciencia, es un despertar en la penumbra, es una poesía de amor y de drama.
La Encíclica eres tú, soy yo, somos los de aquí y los de allá, somos todos, los amigos y los extraños, los queridos y los olvidados, los encontrados y los perdidos, los visibles y los intangibles.
Somos la casa común
Como no cuidar nuestra casa si “nosotros mismos somos tierra”, dice a lo largo de la Encíclica, carta hilada y tejida amorosamente a lo largo de 191 páginas por el papa Francisco. Nuestro cuerpo está formado por los 4 grandes elementos de la naturaleza: agua, tierra, fuego y aire, sin una regla ni un orden establecido, sino en una armónica y fantástica interdependencia.
Si unimos todos esos cuerpos armoniosamente confeccionados, los cuidamos y los preservamos tendremos una “casa común”, como una “hermana con la que compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos”.
Sin lugar a dudas, el papa Francisco es un ecologista humanista, un político, un científico, pero más que eso es un revolucionario espiritual, que pretende alertar al planeta en peligro de destrucción, la necesidad de un cambio profundo, un cambio que debe iniciar por las personas, por uno mismo, por ello habla reiteradamente de la ecología humana y de la ecología integral.
La noción del tiempo es incierta
El mundo contemporáneo está experimentando una serie de transformaciones producto de los avances tecnológicos y de la globalización que avanza a una velocidad planetaria. Como dice Paúl Virilio, “vivimos en un mundo que ya no se basa en la expansión geográfica sino en una distancia temporal que disminuye a medida que aumentan nuestras capacidades para el transporte, la transmisión y la teleacción”. Los sentidos del tiempo y del espacio son distintos e inciertos, cada vez va perdiéndose aquella carga simbólica que caracterizó a los pueblos ancestrales desde sus orígenes.
Las costumbres, tradiciones, cosmovisiones y saberes ancestrales están sometidas a un proceso inconmensurable de adaptación a nuevas formas de coexistencia. Los encuentros, la negociación y el diálogo obedecen a otros patrones culturales e identitarios impuestos por la modernidad convirtiéndolos en seres individualistas, solitarios y anónimos.
De allí la importancia de repensar qué tipo de sociedad queremos construir, ¿insistimos en sociedades globales sin identidad fija, maleable y voluble, donde la identidad tiene que inventar, crear y moldear máscaras de sobrevivencia o cambiamos la ruta hacia una nueva sociedad con sentido comunitario, revalorizando y revitalizando aquellos resortes ancestrales de la solidaridad, reciprocidad y la complementariedad?
Iniciativas como la permacultura, que a muchos probablemente nos parecerá un término nuevo, como práctica es la forma como han vivido los pueblos originarios recreando los verdaderos sentidos de la vida en comunidad, en absoluta armonía con la naturaleza, que son las bases del Buen Vivir.
Su denominación es muy simple: es cultural porque se aprende y transmite; es permanente porque su base es la tierra, a través de un uso adecuado y responsable de la agricultura sostenible. Su objetivo es crear sistemas que son ecológicamente correspondientes y económicamente viables, que provean para sus propias necesidades, que no exploten o contaminen y que sean sostenibles a largo plazo.
La permacultura no es solamente un movimiento mundial generado, más o menos, por los años 70 por Bill Mollison y David Holmgren como un auxilio frente a la arremetida de los sistemas agroindustriales; sino una opción de vida que en algunos países va creciendo significativamente. Las personas que lo vienen practicando afirman que la permacultura está basada en la observación de los sistemas naturales, contenida en los sistemas tradicionales de las granjas y el conocimiento científico moderno y la tecnología.
En Ecuador la práctica de la permacultura no es nueva. Existen experiencias que dan fe de su aplicabilidad basada en la generación de huertos y aldeas agroecológicas, construcción de viviendas saludables basadas en materiales amigables con la naturaleza, ferias de alimentos y artesanías donde las familias reproducen esas prácticas ancestrales como la minga, el intercambio, la solidaridad, la reciprocidad y la complementariedad, abriendo de esta manera la única ruta para el buen vivir y la vida consciente.
El papa Francisco en su Encíclica no podía ser más claro en definir, caracterizar, ejemplificar e ilustrar los verdaderos sentidos del Buen Vivir, como el camino a la felicidad al afirmar: “Ninguna persona puede madurar en una feliz sobriedad si no está en paz consigo mismo. La paz interior de las personas tiene mucho que ver con el cuidado de la ecología y con el bien común. Una ecología integral implica dedicar algo de tiempo para recuperar la serena armonía con la creación, para reflexionar acerca de nuestro estilo de vida y nuestros ideales, para contemplar al Creador, que vive entre nosotros y en lo que nos rodea, cuya presencia «no debe ser fabricada sino descubierta, develada»”. (I)
El proyecto Muyo promueve la reforestación
Con el objetivo de sensibilizar a directivos y docentes de ciencias naturales y biología de los 33 distritos priorizados de la zona 8, se realizó en Guayaquil del 27 al 31 de julio un taller de capacitación sobre el proyecto Muyo: “Fruta comida, semilla sembrada”.
La Secretaría del Buen Vivir y el Ministerio de Educación impulsan este espacio para fomentar en los docentes y estudiantes una conciencia de cuidado del medio ambiente, mediante el consumo de una fruta, la conservación de la semilla y la siembra de un árbol frutal.
Con la intervención del voluntario Hernando Rojas se promueve el almacenamiento de cada semilla frutal después de su consumo, para posteriormente secar la misma y crear un banco de semillas acumuladas en recipientes reciclados. Las partes recolectadas y almacenadas sirven para la siembra en huerto o bien su distribución gratuita en barrios del vecindario. Esta acción permite la difusión permanente de este proceso en las comunidades. (I)