“Velasco estaba acá, pero sabía bien lo que ocurría en el resto del mundo”
Desde pequeña sintió un cariño especial por su tía Doña Corina Parral de Velasco Ibarra, y de un tiempo acá ella misma se sorprende porque se ha convertido en la portadora de las vivencias de la esposa del ex presidente ecuatoriano, José María Velasco Ibarra.
Claudia Parral es abogada, pero no ejerce, es artista plástica y en 1983 se graduó en la Academia de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid. Ha expuesto sus obras en Argentina, Miami y Uruguay. Está casada y tiene tres hijos: Alejo (28), Ernesto (26) y Marco (23).
Nos cuenta que nació en Bolivia, porque su padre era diplomático, pero está nacionalizada argentina y vivió toda su vida en Buenos Aires. Su relación con la tía “Corita”, como la llama, siempre fue muy estrecha. Doña Corina era una de las hermanas de su padre, Horacio.
¿Por qué era tan estrecha la relación con su tía Corina?
Era como una mamá para mí, un ser humano muy profundo y muy intenso, que daba mucho amor a sus sobrinos, como si fuesen sus hijos. A mí me tocó vivir muy cerca donde ellos vivían, en Bulnes y Santa Fe. Mi padre murió, así que me sentía muy pegada a ella, porque al igual que él, amaba el arte, los dos eran músicos, ella concertista y papá compositor.
¿Cómo era el carácter de Corina?
Era una mujer muy interesante, todo ese amor que tenía lo encauzaba en consejos; era ideal para una amistad, por ejemplo. Los domingos recuerdo los almuerzos que hacía, nos recibía con mucha alegría, a pesar de que tenían problemas económicos se las arreglaban, porque hacía ravioles, cosas económicas para poder servir bien a todos.
Eran reuniones interesantes; asistían escritores, amigos de Velasco, periodistas, historiadores y nosotros; a pesar de que éramos muy jóvenes, nos invitaban siempre. Yo estaba casada y tuvo José María una relación estrecha con mi marido, porque a él le gustaba la política, entonces esas reuniones eran interesantes y Velasco tenía una particularidad: él estaba acá, pero sabía lo que ocurría en todo el mundo.
¿Cómo era la rutina diaria de José María Velasco Ibarra?
Se despertaba tempranísimo, leía todos los diarios y sabía dónde vivía, qué iba a pasar, tenía visión del futuro, todo eso lo llevaba a ser una persona my interesante, siempre fue muy callado y cuando en las reuniones se armaban discusiones y cada uno opinaba, él en general asentía o no, pero nunca se explayaba. Al terminar la reunión nos decía: “Quédense”, y nos quedábamos. El objetivo era explicarle a mi marido cómo era el desarrollo de la conversación; lo curioso es que Velasco había captado otra cosa de lo que se estaba viviendo. Para mí era un genio.
¿Es decir que no era alguien que quería sobresalir?
Para nada, siempre fue humilde, sereno y nunca discutía con nadie.
¿Y la gente en Buenos Aires lo reconocía por la calle?
Subía al colectivo y en esa época lo reconocían todos; su figura no era nada común, lo veían en el colectivo parado. Y contó la tía que una persona en el trayecto lo reconoció y comentó: “Miren, ese es un ejemplo, un cinco veces presidente de Ecuador y está parado viajando en colectivo”.
En cuanto a problemas económicos, ¿por qué los tenía si era un ex presidente?
Lo que sucede es que no quería aceptar la pensión que le correspondía por ser ex mandatario. Ellos vivían en un departamento alquilado, no tenían auto, sus medios de transporte fueron el colectivo y el taxi; vivían con muy poco y en general yo veía a la tía vender cosas porque en la presidencia frecuentemente le regalaban objetos muy costosos y ella los traía y los vendía acá, con eso podían vivir; pero Velasco se negó cuando se dio cuenta y se complicó la situación. Recuerdo que una vez tenía un tapado de foca que le había regalado el Embajador de Rusia y me pidió que la ayudara a venderlo a mis amigas, pero acá la foca no se usa porque no hace tanto frío, le dije que no. Pero igual no sé cómo hizo y lo vendió. Muchas veces no tenían ni para el taxi.
A pesar de esa vida de austeridad, ¿eran felices?
Sí, porque eran personas más dedicadas al intelecto que a amasar fortuna. Él salía sin billetera. Una vez dijo: “Me robaron la billetera”. Le dijimos: “¿Habrá perdido mucha plata”? Respondió: “Lo lamento por la billetera, porque lo único que tenía era un sello postal”. Velasco era muy descomplicado, salía sin dinero, caminaba mucho por la calle Florida, iba a la plaza San Martín, descansaba en un banco, luego se regresaba caminando hasta Palermo y si se cansaba tomaba el taxi y subía, le pedía el dinero a mi tía.
El vivía en otro mundo, no tenía idea del valor de las cosas, totalmente desapegado, en contra de los bienes materiales. Esa es la educación que nos inculcaron, más preocupados por el arte que por juntar fortuna.
¿Cómo se adaptaba a vivir en Buenos Aires, lejos de su patria?
Le encantaba estar acá y en La Plata, donde fue profesor. Siempre decía que le gustaba mucho porque la gente en esa época era muy instruida y todos leían los diarios y las noticias de lo que pasaba en el mundo; había personas con un nivel universitario, los porteños daban opiniones y eso le encantaba. Me decía que con un fiambrero hablaba a nivel de política como si fuese un ministro o iba a la plaza San Martín y charlaba con una mujer pobre y comentaban las noticias diarias. Decía que ella sacaba los diarios de la basura y los leía, por eso sabía tanto.
El desarraigo, ¿cómo le afectó?, siendo un hombre tan importante a nivel político
Siempre hablaba de eso y le afectó por la edad y porque veía que no podía volver ni ser presidente de nuevo. Los exilios le dolían mucho, por eso no quería recibir nada de los que lo habían expatriado y, por supuesto, amaba su país; pero no tenía otra solución más que quedarse acá. En el último año estuvo internado por un problema grave, no lo comentaba y cuando lo llevaron al hospital supimos que se trataba de una dolencia renal; no se sentía bien de salud. Al final, cuando falleció la tía, se dejó morir porque no quería estar sin su compañía. Aparte era un hombre de carácter firme, fuerte, tenaz y siempre logró lo que quería, con esfuerzo mental. A raíz de la muerte de la tía no comió más.
Muchos coinciden con esa idea de que, tras la muerte de Corina Parral (7 de febrero de 1979), fue como si buscase también morir...
La tía Kika, esposa del hermano mayor de Corina, le hacía de comer después de la muerte de la tía, pero no probaba nada. Un día con mi marido planeábamos ir a Quito, me preguntó: ¿Cuándo viajan? Le dijimos: “En dos meses”, y manifestó: “Entonces nos vemos de aquí a la eternidad”… El sabía ya lo que le pasaría.
¿Cuando estaba en Argentina se ocupaba de lo que ocurría en Ecuador?
Estaba al tanto de lo que ocurría en el mundo; por ejemplo, una amiga me llamó llorando porque le habían dicho que su hijo tenía que ir a la guerra con Chile y me pidió que le preguntara al tío Velasco si habría guerra o no. Le pregunté y me dijo que no pasaría nada; todo el mundo estaba con miedo, él tenía mucha visión, estaba al tanto de todo.
¿Qué hacían en común como pareja?
Les gustaban los almuerzos, invitar a los amigos, iban a misa los domingos y la tía tocaba mucho el piano; él escribía, y leía mucho los diarios. Lo que sé es que cuando los visitaba estaba en su escritorio sin saco, se lo ponía para recibirnos, era muy estricto con eso. Siempre estaba estudiando. Les encantaba ir al cine y los invitábamos a tomar el té. En una ocasión con mi marido fuimos a la confitería del Automóvil Club. Teníamos un auto chiquitito y estaba preocupada porque ellos eran muy altos, pensé que estarían incómodos. Cuando el tío Velasco se subió al auto con la tía, me dijo: “Qué auto más simpático”... y viajaron contentos.
... El lema de ellos, a pesar de ser personajes tan mediáticos (en esa época) era el de la sencillez...
Tal cual, porque a ellos lo que era relación con el lujo no les interesaba directamente. Recuerdo cuando fuimos al cine, había que esperar 20 minutos y tía Corita y Velasco se sentaron en la escalera de mármol del cine, sin ningún problema. Eran personas simples.
De las costumbres argentinas, ¿incorporó la de tomar mate?
No le gustaba el mate, decía que si hubiese una manera más higiénica, lo acompañaría; pero no compartía la idea de tomar de la misma bombilla. Era muy medido en la comida, pero comía de todo. Le encantaba la comida ecuatoriana.
¿Doña Corina preparaba comida ecuatoriana?
No, porque como cocinera era malísima (risas).
La imagen de Velasco Ibarra impactaba. Como sobrina, ¿no le intimidaba su imagen?
Es cierto… Tenía una imagen severa cuando levantaba el tubo del teléfono y atendía. La voz era muy fuerte, muy firme. Yo desde chiquita tuve relación con él. Un día recuerdo que, a los 8 años de edad, llamé y dijo: “Quién habla”.
Le dije: “Tu sobrina”. Con un grito impresionante expresó: “Qué sobrina”. Pero a mí en realidad me gustaba su personalidad, porque te decía como tenían que ser las cosas. Una vez siendo muy niña se me ocurrió mentirle y se dio cuenta enseguida y nunca más lo hice, porque no sólo era enérgico sino profundamente filosófico, te explicaba por qué no hacer las cosas. Me explicaba el alcance que tiene lo que uno dice y que la mentira tendría siempre un efecto negativo.
Doña Corina y José María Velasco Ibarra no tuvieron hijos. ¿Ese era un dolor grande para ella?
Sí, fue una gran pena para ella no poder ser madre. Se hizo chequear, pero no hubo caso. Cuando yo me casé tampoco salía embarazada, me decía que no me hiciera tocar de un médico, que buscara algo más natural. Se ve que las investigaciones que le hicieron, le produjeron algo peor. Como escritora que era me di cuenta de que muchos de sus versos denotan la tristeza de no ser madre... tiene varios poemas sobre ese tema. Él también quería tener hijos. Con ellos trabajaba una empleada doméstica a la que querían mucho, que tenía un hijito y mi tía lo quería con tanto amor. Ella siempre estaba atenta a la gente que sufría, era muy humana.
¿Qué sucedió con todas las pertenencias que tenían en el departamento?
Entre los parientes de Velasco levantaron todo, yo estaba tan mal que no me preocupé por eso. Deberíamos haber intervenido para quedarnos con algún recuerdo o algo escrito, alguna agenda de ella, pero cuando me di cuenta ya se habían llevado todo, porque ellos venían en un charter y tuvieron poco tiempo de estar acá. Había muchas cosas de la familia y ahora están en Ecuador.
Se decía que los tres amores de Velasco Ibarra eran: Ecuador, el pueblo y su esposa Corina.
El vivía para consentir a su esposa, la amaba; por ejemplo había una banderola (ventana) un poquito abierta, se desesperaba para cerrarla, para que no tuviese frío. Le decía que a la cocina no tenía que entrar, no sé como se arreglaban. A él le gustaba que ella tocara el piano, una vida distinta, no estar con ollas ni cacerolas, yo los veía como una pareja muy feliz, con mucho humor; además algo que nadie me cree es que Velasco tenía un humor fino. Se jugaban bromas.
... Lo de ellos se dice que fue un amor a primera vista...
Sí. Ella estuvo tocando el piano en un concierto en Buenos Aires donde él fue y cuando se terminó, se levantó y le dio la mano y no se la soltó. El edecán de Velasco le dijo a la tía que el Presidente la había invitado a cenar esa noche y ella aceptó. Quedó encantado con ella. Luego se siguieron escribiendo cartas. Serían muy profundas, se deben haber enamorado más. Ellos se casaron por poder directamente (cuando dos personas celebran un matrimonio pero por cuestiones varias se encuentran cada uno en países distintos).
¿Tenían algún sitio favorito en Argentina?
Gustaban mucho de ir a Mar del Plata. No iban a la playa, pero les gustaba estar frente al mar, escuchaban música ahí.
¿Cómo recuerda aquel día en que falleció Doña Corina?
Ella se subió al colectivo y en esa época no estaba en vigencia la ley que decía que las puertas de los buses tenían que estar cerradas -había salido a la casa de la tía Beatriz- y arrancó el colectivo y cayó. Nos dolió a todos, porque ella no estaba enferma, tenía mucha vitalidad.
José María Velasco Ibarra no soportó la muerte de su esposa y cuando regresó a Quito, es conocida la frase que dijo: “Vengo a meditar, a morir” (30 de marzo de 1979).
Es cierto, él se entregó por completo, con todo lo que le estaba pasando del desarraigo y la falta de accionar en la política, que era su vida. Corita era lo único que le quedaba, porque a esa edad no podía pensar en una nueva campaña para nada.
¿Cómo vio usted el desempeño del ex presidente Velasco Ibarra, desde una mirada de afuera, como extranjera?
El fue muy humano, hizo muchas cosas buenas para el pueblo; lo que le criticaron es no saber organizar lo económico, pero para eso tenía un equipo... Creo que hizo muchas leyes buenas.
¿Cuál fue la mejor virtud de Velasco Ibarra?
Para mí, políticamente era una eminencia, porque muy pocos presidentes le dan la talla; abarcaba todo, una persona muy racional, muy humana, amaba a su pueblo, se preocupaba, vivía para ellos y muy honrado.
El único defecto es que tenía que haber dejado de lado el no aceptar una mensualidad para que al menos la tía tomara un taxi y no un colectivo.