El oficio del arreglo de los sombreros perdura
Las hormas, la plancha, las piedras de diversos tamaños y el cepillo son algunas de las herramientas que utiliza Rolando Maita para la refacción de los tradicionales sombreros de paja toquilla.
Él es un artesano que se dedica a este oficio hace 20 años en su taller ubicado en la zona del parque central del cantón Girón, provincia de Azuay.
Aprendió este arte cuando solo tenía 15 años y observaba el trabajo que hacían sus hermanos, también hábiles artesanos, quienes a su vez aprendieron de un maestro del oficio que vivía en la localidad.
“No hay que irse a un curso para aprender esta labor; mis hermanos y yo solamente viendo hemos aprendido”, explica Maita, quien actualmente tiene 35 años.
El reparador recibe a diario las obras en su pequeño taller, de cuyas paredes cuelga una infinidad de sombreros ya arreglados.
No duda en explicar los detalles de su trabajo.
“Las señoras dejan sus sombreros dañados o sucios. Aquí les sacamos la cinta de la copa, los lavamos y luego los ponemos a secar entre uno o dos días, dependiendo del clima”, asegura.
El siguiente paso es el engomado. Para esto hierve agua y diluye una porción de goma, según la cantidad de trabajo que reciba durante la jornada.
Esta mezcla la pasa por todo el sombrero, lo que le proporciona un toque de dureza a la prenda.
Una vez engomado introduce el sombrero en una horma, lo prensa y lo plancha desde la falda.
Cumplido este proceso, el artesano pone a secar los sombreros a la entrada de su local, lo que convierte el sitio en un lugar atractivo a la vista de las personas.
Al siguiente día, saca el sombrero del molde y prepara una pintura, para lo cual utiliza dióxido de titanio, goma y el ingrediente principal: azufre.
Este preparado se impregna en el sombrero frotando con un cepillo y lo pone a secar nuevamente.
“El sombrero queda redondo. Para poder aplastarlo y darle la forma final no debe estar del todo seco”, detalla Maita.
Con destreza toma uno de los sombreros y procede a moldearlo utilizando únicamente sus manos porque, a su criterio, “esto no tiene secreto alguno”.
“La característica de las mujeres gironenses es que utilizan el sombrero con rayitas en los costados, que les llaman cordones”, explica el joven, quien utiliza una horma especial para formar este detalle.
Finalmente, le saca brillo usando una piedra plana, lo que a su vez le da suficiente suavidad en el acabado.
Costo
El arreglo de los sombreros cuesta entre $ 3,50 y $ 4. A la semana Maita repara entre 30 y 35 sombreros; la indumentaria es parte de la vestimenta tradicional de los habitantes gironenses.
El hombre recomienda no mojar el sombrero reparado y en la época de lluvia aconseja colocarle una funda de plástico, lo que evitará su deterioro.
“El oficio no es tan rentable, pero da para vivir”, concluye el joven, quien además toca el violín de forma autodidacta. (I)