María Cristina Vaca Polanco, egresada en Economía, emprendedora, sanadora pránica
"No podía irme tan pronto teniendo a mi hijo de un año en los brazos"
María Cristina Vaca Polanco, ahora de 54 años, pasó su niñez correteando entre los puentecitos de caña que circundaban su casa ubicada en el Suburbio de Guayaquil, en el sector de la A.
Ella se deleitaba viendo cómo su hermano nadaba en el Estero Salado, mientras su mamá y su padre adoptivo trabajaban. Quedaba al cuidado de su abuelo y lo acompañaba a laborar, a veces a caballo, otras a pie.
“Él era una especie de chamán o curandero, donde había un luxado, ahí estaba para sanarlo. Lo hacía también con aquellos que estaban ‘ojeados’ o cargados con malas energías”.
A sus 4 años, era la asistente de su abuelo. Le pasaba los huevos para la cura y los montes. Desde esa edad hasta los 7 años, ella le comentaba a su madre que veía personas que le hablaban, pero no le prestaba atención.
Considera que fue una especie de gitana, pues estudió en varias escuelas, pero en la que más permaneció fue en la Victoria Pérez. Se graduó como bachiller en el colegio Francisco de Orellana.
En este establecimiento -dice- se convirtió en líder, pues el rector hizo que participara en la Unesco, en el Club de Periodismo y en una brigada de la Cruz Roja.
Algo muy grato pasó en su adolescencia y es que por este tipo de actividades que desarrollaba estuvo cerca al papa Juan Pablo Segundo cuando vino a Guayaquil, en 1985. “Fue maravilloso”.
Desde los 13 hasta los 21 años fue catequista en el colegio Domingo Savio. Allí conoció lo que era el servicio social. Trabajó con el desaparecido Programa del Muchacho Trabajador (PMT) que asistía a menores que estaban en las calles.
Reclutaba chicos en situación de vulnerabilidad para incluirlos en colonias vacacionales. Asimismo, recolectaba ropa, botellas y también cuidó por algún tiempo a una persona de la tercera edad. “Siempre estuve destinada al servicio”.
Llegó el momento de escoger una profesión y entonces se inscribió en la carrera de Economía en la Universidad Estatal de Guayaquil.
“Estudié en el tiempo en que había manifestaciones, cuando salíamos a defender las causas (se ríe)”.
Egresó de la Facultad de Economía, pero no logró hacer la tesis, pues se tuvo que hacer cargo de toda su familia, madre, padre adoptivo y sus cuatro hermanos.
“La tesis era de campo y para hacerla tenía que abandonar el trabajo, y no podía. Me quedé como egresada”.
Se vinculó a una reconocida empresa de franquicia de restaurantes, donde permaneció por 14 años.
“Desarrollé mi campo normal en Economía administrativa de las empresas. Allí logré escalar. Ascendí hasta la Gerencia de Operaciones. Aprendí a ser líder y ese líder va enseñándoles a otros el camino. Allí te vas dando cuenta de cómo puedes ayudar a la gente”.
Desde entonces hasta la fecha, María Cristina ha experimentado un sinnúmero de cambios en su vida.
Libre de cáncer
En 2005 ella padeció un cáncer de tiroides bastante severo. “Tenía mi hijo de 1 año, ahí decidí renegociar con Dios, porque no podía irme tan pronto teniendo ese regalo en los brazos. Probablemente iba a perder ciertos movimientos”.
Cuenta que el médico que la iba a operar le dijo: “Si tú crees en Dios, él te va a dar la oportunidad de salir del quirófano hablando (había mucha probabilidad de que perdiera la voz). Cuando tú hables, yo le voy a dar gracias a Él antes que tú, porque no siempre ocurre”.
Una vez que salió de la cirugía -que se la practicaron el 31 de octubre del mismo año- el médico (Carlos Delgado) la llamó por su nombre y ella le respondió; no perdió la voz. “Cuando le contesté, él se arrodilló y le agradeció a Dios que yo podía hablar”.
Pero en 2007 la enfermedad reapareció. Siguió el tratamiento indicado, pero fue entonces cuando meditó sobre su vida y sus objetivos. Tres años después decidió renunciar a la empresa donde laboraba. “Dije: no va más”.
La sanación pránica
Pensó en que debía hacer algo no solo por ella y su familia sino también por los demás. “Lo convenzo a mi esposo de ponernos un local de comida (Los tacos de la Vaca), pero seguía sin encontrarme en el camino correcto y me llené de estrés. Ahí llegó la sanación pránica”.
La sanación pránica es un arte antiguo y al mismo tiempo una ciencia moderna que utiliza el prana o energía vital para sanar dolencias físicas, emocionales y mentales. En su forma actual ha sido desarrollada por el Máster Choa Kok Sui de manera cuidadosa, sistemática y científica.
“La vida me cambió totalmente, empecé a ayudar más gente porque el propósito de la sanación pránica es que la persona se sienta bien, sane, tenga energía y comparta con los demás el poder de sanación. Siempre digo que por esa puerta va a entrar a quien yo tenga que ayudar”.
Ella recibe en su casa, ubicada en Mucho Lote 2, a profesionales de distintas ramas, amas de casa que van en busca de este tipo de ayuda.
Hay mujeres maltratadas -refiere- que tienen codependencia con su agresor y teníamos que trabajar con ellas.
“Una abogada y yo las asistimos limpiándolas energéticamente, estabilizando su aura, buscando su emoción para que dejen esa codependencia y se alejen de su agresor. Algunas lo hacen, otras no están preparadas para esto y se alejan de nosotras”.
Son cuatro años que lleva trabajando con las energías de las personas y sanándolas a nivel físico y emocional. Además, hace dos años es parte de la asociación Líderes Promejoras de Mucho Lote 2, que asiste a personas de escasos recursos, damnificados y otros.
“Hay personas a las que se les cae la casa, necesitan algo para sus hijos y eso lo lleva a uno a ser más humano. Me di cuenta de que había mucho que hacer por la gente”.
En su casa tiene piedras con las que también se ayuda, como el cuarzo, amatista. Basta que entre en contacto con una persona para que ella le diga qué dolencia tiene o de qué mal emocional está padeciendo, el color preferido y, sobre todo, cómo están sus energías.
Entre sus propósitos está, a corto plazo, crear la fundación Sendero Pránico para acoger a personas con dificultades. Afirma que muchos médicos son sanadores pránicos. En Guayaquil -precisa- hay 1.500 sanadores, y 5.000 en Cuenca.
Como anécdota cuenta que en su primer contacto con un sanador pránico hizo un canje publicitario.
“Él no tenía cómo pagarme la publicidad y me iba hacer la sesión; me sentía mal, sin energía, y él me encuentra un talento, un don. Hallé muchos obstáculos para llegar a esto. De ahí para acá la vida me ha traído un sinnúmero de bendiciones”, dice mientras sonríe afablemente. (I)