Refugiados que salvan vidas y subsisten con emprendimientos
Llevan entre dos y cinco años en el país. Muchos en ese tiempo ya han logrado un empleo y otros, en cambio, optaron por emprender en negocios. Hoy, en el Día Mundial del Refugiado, este diario recoge siete historias de personas que abandonaron su patria por diversas circunstancias. Ellos relatan los desafíos que tuvieron que enfrentar a su llegada a Ecuador, pero a la vez las oportunidades que a cada uno de ellos se les presentaron y por las que se muestran agradecidos. (I)
“El arquitecto de mis propios sueños”
Al llegar al Ecuador, las cosas no fueron fáciles desde ningún punto de vista. Empecé a trabajar en un deposito de madera, donde me pagaban $ 55 semanales. Trabajaba de lunes a sábados. Ese fue mi primer trabajo, pero pronto me encontré desempleado.
Recuerdo todavía cuando salí a pescar con un vecino para recaudar dinero. Me tocó dormir tres noches en una canoa pequeña, en mar abierto y con aguacero. “Esto tampoco es para mí”, me decía mientras lloraba y pescaba. Salí un día por las calles de Guayaquil en busca de algo mejor y lo encontré: entré a trabajar de obrero en la construcción de un hospital. Inmediatamente me di cuenta de que quería ser arquitecto: el arquitecto de mis propios sueños. Mientras trabajaba en aquella obra obtuve un cupo en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Guayaquil. Cuando lo veo en retrospectiva no puedo creer todos esos obstáculos que tuve que pasar. (I)
José Miguel Palma, refugiado
"Sé que voy en el camino correcto"
A finales del año 2018 emprendí viaje con tres maletas y mi hija de 2 años. Le di el abrazo de despedida más doloroso a mis padres, con la esperanza de verlos pronto, y a su vez la intranquilidad de dejarlos en la tan crítica situación sociopolítica que atravesaba Venezuela.
Llegué a Guayaquil, donde me recibió mi única hermana. Me di cuenta de que todo era totalmente diferente: su cultura, su gente y su capacidad como país para darme las oportunidades que necesitaba y ofrecerle así un futuro a mi hija. Busqué el acceso educativo para ella y me enfoqué en buscar trabajo, una tarea dificultosa por la falta de documentación. Recurrí a la economía informal, vendiendo agua y jugos. Allí conocí a otros venezolanos en situaciones similares. Vendí accesorios de teléfonos en las calles, pero pasé un curso de defensora de derechos humanos. No he cumplido la meta trazada, pero voy en el camino correcto. (I)
María Andreída Gutiérrez, venezolana
“Los ecuatorianos son mi nueva familia”
Desde hace 3 años y medio resido en la provincia de Santo Domingo de este bello país, Ecuador, junto a mi esposo e hija. Salí de mi país debido a la fuerte crisis social, política y económica por la que atraviesa. Para llegar al Ecuador mi trayecto fue extenuante. Tuvimos que viajar vía terrestre durante varios días, con una maleta llena de sueños y un profundo dolor al dejar todo lo que era conocido: familia y amigos. También nos vimos obligados a abandonar nuestros estudios.
Para sobrevivir hemos pasado por diferentes trabajos, desde meseros en restaurantes hasta vendedores ambulantes. Ahora me dedico a la elaboración y venta de pasteles caseros junto a mi esposo. El Ecuador y su gente son una bendición para mi vida. Son mi nueva familia y amigos .
Jheyssa Higuera, venezolana
"Pude salvar vidas en la pandemia"
Salí de Venezuela a causa del hambre que se vivía. Tenía tres cargos en un hospital, pero el sueldo no me alcanzaba ni para comer. Decidí dejar mi país y venir a Ecuador en busca de una oportunidad y todo se dio. Aquí en poco tiempo obtuve un puesto en un centro de salud del MSP en San Lorenzo, luego de ganar un concurso. Allí estuve casi dos años luego de que, durante la pandemia en Ecuador, perdiera mi empleo en este lugar debido a que me encontraba en Guayaquil y con el cierre de las fronteras no pude regresar. Sin embargo, esto no impidió que pudiera salvar vidas. Con mi atención impedí que tres adultos mayores murieran de coma diabética. Esta ha sido la mejor forma de agradecer a este país lo bien que me ha tratado. A este país le debo mucho y estaré siempre agradecido. Ahora trabajo en una unidad de diálisis, donde continúa mi compromiso por cuidar y salvar más vidas. (I)
Samuel Suárez, venezolano
“Mi marca de bisutería dice: hecho en Ibarra”
Desde muy pequeña he sido desplazada. A los 7 años de edad junto con mi familia tuvimos que huir por el conflicto armado que se vivía en Colombia. Viajamos a Venezuela donde permanecimos 22 años pero luego, ante la situación y el asesinato de mi hermano, tuvimos que volver a huir. Así fue como llegamos a Ibarra, en Ecuador, donde resido desde hace 4 años con mi esposo y dos hijos, también refugiados. Al principio no fue sencillo. Conocimos personas malas y otras que, al contrario, nos han brindado su apoyo dándonos una oportunidad para poder comenzar y continuar nuestras vidas con todo este conocimiento que ya traíamos. Hoy con Manex, que significa “manos extranjeras”, una marca de bisutería, trabajo y dicto talleres gracias a la Acnur. Decidí que los empaques de la mercadería dijeran “hecho en Ibarra”, para que quien compre sepa que aunque una mano extranjera lo hizo, está hecho en este país. (I)
Stephanie Vargas, colombiana
“A veces me despierto pensando lo que pasé”
En Colombia era profesora y mi expareja tenía un buen trabajo estable. Teníamos una camioneta, un carro y una casa. Por eso, éramos perseguidos por grupos armados irregulares, quienes nos obligaban a “pagar la vacuna”. Un día no tuve más dinero. Incendiaron mi carro mientras yo lo conducía. Las autoridades nos trasladaron a otra ciudad para protegernos, pero llegaron hasta allí. Fue en ese momento cuando escapamos al Ecuador. Llegué en 2017 huyendo de esa violencia. Asistimos a terapias psicológicas para poder superar los traumas. Sin embargo, hace unos meses descubrí que otro tipo de violencia estaba instalada y oculta en mi hogar. Mi expareja había estado agrediendo a mi hija durante cinco años, desde que tenía siete hasta que cumplió 12. A veces me despierto en la madrugada y pienso en todo lo que me ha pasado. Estuve cinco años huyendo sin saber cuándo acabaría mi temor de ser perseguida y cuándo por fin le daría estabilidad a mis hijas. (I)
Anónimo, colombiana
Pude traer la familia y reunirme con ella"
Aproximadamente hace un año y medio tuve que tomar la difícil decisión de salir huyendo de mi ciudad por miedo. Mi mayor temor era que le hicieran daño a un miembro de mi familia o a mí. Fue una decisión muy difícil porque ya dos de mis hermanos habían tenido que irse del país y solo quedábamos mi madre y yo. Intenté primero mudarme a otra ciudad con mi mujer y mi hijo, pero en ella no me sentía seguro. Esta inseguridad nos trajo a Ecuador. Mi llegada fue muy difícil porque no conocía a nadie en este país. Afortunadamente, una señora, por muy poco dinero, me dejó quedar una semana en su casa. Cuando me quedé sin techo, tuve que acudir a un albergue. Allí conocí a personas de mi tierra que me ayudaron a buscar dónde vivir. Salí varios días a las calles para recaudar dinero (limpiando, bailando y vendiendo). Gracias a Dios, una organización para los refugiados me ayudó y así pude traer a mi familia y reunirme con ella. (I)