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La paternidad se vive más allá de la profesión y la distancia

La paternidad se vive más allá de la profesión y la distancia
21 de junio de 2020 - 00:00 - Verónica Naranjo Hidalgo

El ejercicio de los derechos y obligaciones que conlleva la paternidad es una de los constantes reclamos que hacen los padres en el país.

La separación de la pareja en muchos casos representa el distanciamiento total y a veces parcial del transcurso de la vida de los hijos.

Según la organización de padres Coparentalidad Ecuador, cuando esto ocurre la tenencia se vuelve uniparental y la atención de la legislación sobre esta materia se basa en pensiones alimenticias y se relegan los regímenes de visitas como un tema irrelevante y con baja importancia.

Lo que hace que muchos padres se conviertan en visitantes esporádicos. “En muchos casos dejando a los hijos huérfanos de padres vivos”.

Esa es la razón por la que distintos sectores plantean una reforma al Código de la Niñez y Adolescencia que hasta el momento no logra concretarse.

Por eso ellos afirman que las leyes en el país están hechas para favorecer directamente a la madre y no velan por el interés superior del niño o adolescente.

En este día de homenaje a la figura paterna contaremos vivencias en Cotopaxi, Guayas y Pichincha que demuestran que un padre puede luchar tanto como la madre, e incluso desarrollar los dos papeles en conjunto.

La pandemia también evidencia el sacrificio de los progenitores para proteger la vida de sus seres queridos porque sus profesiones los obliga a estar en la primera línea de tratamiento del covid-19, que hoy nos impide abrazar a los padres. (I) 

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”Para mi hija soy casi un extraño”

Enrique Sánchez 
Chef y profesor de Muay Thai

Los seis primeros meses de vida de su hija Victoria fueron los únicos que su progenitor compartió con ella. De eso han pasado algo más de 5 años y en ese lapso han sido contadas las veces que él ha podido verla. La infante sabe que su padre se llama Enrique, pero no tiene la confianza de acercarse, abrazarlo y menos quedarse con él en su casa. Nunca lo ha hecho. Enrique cuenta que la relación con la madre de Victoria fue asfixiante y llena de desconfianza. “Por mi hija aguanté humillaciones, hasta engaños, pero todo tiene un límite”. El suyo llegó cuando estuvo a punto de darle un derrame cerebral.

“Sentía que me hormigueaba toda la cabeza, no podía pronunciar bien las palabras, tenía un dolor intenso y la visión se me empezó a nublar”. Ahí sus compañeros de la Cruz Roja le asistieron y lograron tranquilizarlo para evitar el colapso. Para ese momento ya no vivía junto a la pequeña y peleaba legalmente la custodia de la menor. “Acordamos en un documento legal que la vería cada sábado por tres horas, pero la madre nunca cumplió”. Le aconsejaron demandarla y así lo hizo.

Precisamente esa pelea legal en tribunales, audiencias, la insistencia a la madre para poder ver a su hija, el constante cambio de teléfono de su expareja, su trabajo y los estudios generaron una presión que estuvo a punto de costarle la vida.

“En ese momento dije no más”. Decidió no pelear más por la custodia de la niña porque el proceso legal ha sido muy desgastante y porque cree que las leyes en el país protegen sobremanera a la madre, “así no sea la mejor opción para el desarrollo del infante, la mujer es quien tiene las de ganar”.

Pese a no verla, paga puntualmente la pensión alimenticia. El último contacto que tuvo con ella fue en diciembre del año pasado, tras casi 3 años y apenas fueron unos minutos porque Victoria se echó a llorar cuando su madre subió al carro. No le quedó más que dejarla ir otra vez. (I)  

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“Aislarme fue lo más doloroso” 

Jorge Mejillón 
Director médico hospital Efrén Jurado



Su voz se entrecorta al recordar que pasó 70 días alejado de su familia, de la sonrisa y juegos con sus hijos. Lo hizo por precautelar la salud de ellos. Como director médico del Hospital Efrén Jurado del IESS en Guayaquil tuvo que estar cerca del personal que laboró y trató a pacientes con covid-19 cuando esta ciudad soportó la embestida del virus que cobró miles de vidas.

Apenas se decretó la emergencia sanitaria decidió junto a su esposa aislarse. Las extenuantes jornadas de trabajo, el ver cómo el esfuerzo médico no alcanzaba para salvar las vidas y la distancia con sus seres más queridos lo devastaron por momentos.

Entonces el llanto surgió como puente de desahogo a una realidad agobiante. Pero nunca lo hizo frente a sus hijos: Jorge, de 12 años, y Valentina, de 5. Ante ellos siempre fue el hombre fuerte que tenía la situación controlada.

“Cuando sentía que estaba a punto de quebrarme ante ellos cambiaba de tema o cerraba la comunicación”. A su casa también fue su madre, quien le cedió su vivienda para la cuarentena. Eso le daba más tranquilidad. Él era el único que salía, por eso dejaba las compras en el ingreso para que su esposa las desinfectara.

Desde ese punto, cuando no salía muy tarde del hospital, saludaba a sus hijos y recogía la comida preparada que le dejaba su esposa. Sus hijos entendían que había un virus peligroso y que por eso su padre no podía entrar a casa.

Tras más de dos meses y una vez que hubo una mejor contención de la enfermedad en el puerto principal decidió junto a su esposa que era momento de regresar y así lo hizo porque su pareja, que además es médico, debía regresar a laborar también.

“Nunca me contagié, gracias a Dios, pero extrañamente mi familia, que nunca salió de la casa, tuvo un resultado positivo en las pruebas, por lo que fue evidente que el virus llegó a Guayaquil mucho antes del primer caso. Creo que desde principios de febrero ya estuvo la pandemia aquí”. (I) 

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“Mis hijos y yo maduramos más” 

Marco Valencia 
Comerciante y conserje

Siete años han pasado desde que Marco Valencia se quedó con sus tres hijos, el último de apenas un año, porque su esposa decidió abandonarlo para irse con otra pareja.

“Al principio fue muy difícil y me ayudaban algunos tíos, pero después tuve que acomodarme para atenderles”, cuenta el hombre de 43 años, quien solo concluyó la secundaria, pero siempre se dio modos para llevar el alimento a su hogar.

Con orgullo dice que nunca les ha faltado que comer desde que consiguió la custodia total de los infantes. El comercio de pequeños juguetes y caramelos afuera de una escuela fiscal al norte de Quito fue siempre su fuente de ingreso. Para obtener más recursos madrugaba con sus tres hijos, dos los llevaba a las 06:00 a la escuela y ahí los encargaba a la conserje para poder ir a otra institución a vender su mercancía con su pequeño Dilan. En una moto iban los cuatro y tras el horario de salida escolar nuevamente expendía sus productos y tomaba a todos sus hijos para retornar al hogar. Además los fines de semana, según el evento deportivo o espectáculo público, acudía a los estadios o coliseos de Quito para vender el producto que le indicaban: colas, cervezas, canguil o papas.

“Lo importante ha sido no darme por vencido para sacar adelante a mis hijos”. Entre todos comparten las tareas de casa, pero es su hija Evelyn, de 12 años, su fortaleza y la guía de los más pequeños en las tareas escolares. Hace algo más de dos años consiguió un puesto como conserje en un edificio habitacional. Por eso es ella quien cuida a sus hermanos

Abigail, de 10 años, y Dilan, de 8, mientras su padre cumple el trabajo de medio turno. De la madre de sus hijos no sabe nada porque nunca los visita, menos paga una pensión alimenticia. A la fecha adeuda por ese rubro $ 14.000, mas Marco sabe que no hay esperanza de cobrar esa suma y tampoco le importa mientras ella no intente cambiar de escuela a sus hijos. (I) 


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 “Es duro rechazar un fuerte abrazo” 

Gabriel Changoluisa 
Médico-Centro de Salud Saquisilí


Este será el primer Día del Padre que no pueda estrechar a su progenitor y disfrutar de la comida que su madre prepara con esmero. Todo con productos frescos y recién cosechados. Sin embargo sabe que ellos, por superar los 60 años, están entre las personas más vulnerables al covid-19 y no quiere exponerlos. Pero no dejará de saludarlos a la distancia y recibir como siempre la bendición. En esta ocasión será gracias a la plataforma Zoom en la que se conectarán también sus otros hermanos.

“Decirle a tus padres que no se acerquen” es doloroso, pero gracias a Dios entienden que es por su bien. Con esa misma sensibilidad y con un dolor profundo en el corazón decidió alejarse de su familia desde el mismo momento en que se decretó la emergencia sanitaria.

Como profesional médico sabe que uno de los focos de mayor contagio está en los nosocomios. Además, para ese entonces no existían todos los implementos de bioseguridad para el tratamiento de los pacientes con covid-19, por lo que el riesgo era mayor.

Por eso no dudó en invertir para su bioseguridad y adquirió su propio traje, visor y mascarilla. Quince días dejó de ir a Quito donde reside y prefirió quedarse en la residencia del cantón Saquisilí de la provincia de Cotopaxi. No extendió más el aislamiento porque su hijo Gabriel, de 12 años, le pidió que regrese.

“Pase lo que pase prefiero que estés aquí con nosotros. No soportamos estar sin verte”. Aún con cierto temor tomó la decisión de volver; eso sí, con estrictas medidas de seguridad, porque comprendió además que el problema no iba a desaparecer en un mes, ni dos.

No poder tener el contacto cercano con los seres que más amas te aniquila totalmente, eso es más doloroso que nada”.

Su hija Micaela de 5 años entendió que solo puede saludar a su papá luego de que él se duche. Hoy viaja como siempre lo ha hecho desde Quito a Saquisilí tres veces por semana para cumplir su turno. (I)

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