Las parvularias se convierten en madres
No son sus madres biológicas, pero escuchan las primeras palabras de los niños, detienen las típicas peleas de los que no quieren compartir sus juguetes, los bañan, visten y trabajan para que los menores puedan aprender. Y a punta de canciones mantienen el orden cuando los pequeños que empiezan a ser introducidos en el lenguaje y las leyes quieren hacer lo que en ese momento se les ocurre.
Si uno llora, los demás deciden seguirlo. ¿Qué hace entonces una mujer que todos los días cuida once niños? Denise Camacho alza su voz en medio del grado y mientras canta, los niños y niñas dejan de llorar. Ella es la “mamá” de los once.
Uno de ellos se llama Moisés, su mamá trabaja y lo deja todos los días en la guardería, para retirarlo a las cuatro de la tarde, cuando termina su jornada. Según cifras del Instituto de Estadísticas y Censo, el 42% de las madres ecuatorianas labora fuera del hogar.
“¿Cómo hace el perro? Es fácil de imitar: guau, guau, guau”, canta con voz cautivadora Denise, afrodescendiente y madre de un niño. Los mayores de la clase ya cumplieron los dos años y están aprendiendo a hablar.
Algunos aplauden en sus sillas de plástico, otros comen la papilla y no falta el que, estudiando en otra clase, irrumpe en medio de la canción para ver a los más pequeñitos. “A los niños hay que motivarlos, para que no se porten mal y no se aburran, por eso yo les canto”, explica Denise, parvularia profesional.
Trabaja en el Centro Integral del Buen Vivir 24 de Marzo, una guardería ubicada en el suburbio de Guayaquil, que se sostiene con el apoyo comunitario, ya que la gente del barrio construyó el proyecto de guarderías en 1992, recuerda Georgina Peñafiel, dirigente.
La institución mantiene un convenio con el Ministerio de Inclusión Económica y Social (Mies-Infa), que invierte en el cuidado de los menores. “La mayoría de las madres que viven en el sector trabaja, tengo cuatro meses como coordinadora del centro y puedo decir que la realidad de estos niños es distinta a la que se ve en los centros privados”, detalla Evelyn Ruiz.
La parvularia trabaja directamente con la comunidad, visita las casas y comprueba que muchos niños y niñas viven en situación de hacinamiento. En otras ocasiones, cuando un pequeño empieza a golpear a los otros, descubren que el niño está imitando el ejemplo que ve en su casa. “Los niños que muerden a veces lo hacen porque sus padres de cariño les muerden despacio, entonces ellos repiten”.
Todas las mañanas llega Laura Yungaisela llevando a su hijo de la mano: “Yo trabajo en una óptica, traigo al bebé desde que tenía un año. Ahora habla bastante y canta, le ha servido de mucho”.
“Los niños aprenden a través de la observación, hay que darles afecto; para que hablen se les enseña a balbucear, poco a poco se muesta el objeto y se les dice “a-gua”, así ellos empiezan primero con las sílabas”.
Estas mamás profesionales miden el avance de los chicos en una hoja: “Cada día hay dificultades que ellos tienen que superar; primero caminan cogidos de la mano, después del dedo y finalmente solos”.
La música es el secreto de las parvularias: “Ellos están en constante movimiento, se quieren levantar y correr, por eso las profesoras les cantamos, así empiezan a seguir la letra, la música y los cuentos, que los mantienen tranquilos”, explica la maestra que ya cumplió los 30: “Yo no tengo hijos, pero soy como la mamá de ellos, que me dan su cariño, que me llena”, dice, manteniendo la voz delicada.