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Ecuador, 27 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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La resaca fue para los que no bebieron...

Son las 17:05. Clara, la  coordinadora, inicia la reunión.  Lo hace con la primera de las doce tradiciones de Al-Anon, que son como reglas de supervivencia de este  grupo de familias de alcohólicos, que sabe que la  enfermedad no solo es del consumidor, sino también de ellos.

Le pide a Alicia que lea las siguientes reglas, luego a Martha, a Luis, a Beatriz  y, por último, a Karina, que por primera vez acude a la reunión.  Es hija de un alcohólico. Con timidez lee la tradición 11, que manda a  los integrantes de Al-Anon a guardar su identidad de la prensa, pues el anonimato les ayuda a mantener la  estructura grupal.

En el local de un colegio ubicado al norte de Quito, las profesiones, apellidos o altos cargos se quedan atascados tras la puerta. Dentro de la reunión, todos son iguales.  A medida que la gente llega, Clara desarrolla el tema de esta tarde: “Aprender a Disfrutar”. Unos dicen que disfrutar era igual a farrear, pero que ahora son felices en casa o en un parque, viendo al cielo o al césped, da igual… Otros tienen en claro que cambiar a una persona alcohólica es imposible, pero si quieren superar el dolor de la enfermedad, deben modificar su actitud frente a la vida. Disfrutar.

Concuerdan en que la familia afectada por el alcoholismo adquiere defectos de carácter, como consecuencia de la codependencia, es decir, están siempre preocupados de cada cosa que haga el enfermo y dejan de lado su vida propia.

Berenice, de 55 años, cuenta que en sus doce años de asistencia al grupo, aprendió que estos defectos  son, sobre todo, el miedo, el sarcasmo, la autosuficiencia, el   resentimiento, la  culpa, la  depresión,  la manipulación,  el ego… “Es una réplica más fuerte de los defectos del alcohólico. Con el programa, donde se comparten experiencias, fortaleza y esperanza,  algunos se salen por completo, tal vez otros no, pero ya se pueden controlar”.

Su esposo es alcohólico y esta  enfermedad generó en su primer hijo  la autosuficiencia, “piensa que lo puede todo, por eso se carga de mucho trabajo. Pero se  deprime, a escondidas siempre”. En su segundo hijo,  la timidez e introversión no permiten que pida ayuda. Tiene  miedo de enfrentar  las cosas.  Su tercera hija generó resentimiento. No tolera ninguna observación.  En la última nació la permisividad, en un matrimonio que mantiene con un hombre bebedor.

Decidió entrar a Al-Anon  porque estaba “matando” a su segundo hijo. “El chumado se duerme y ya. Pero yo era la que hacía tremendas broncas y me quejaba con mi hijo y él, impotente, no sabía qué hacer, a veces quería golpear a su padre. Mi hijo se deprimió, no salía de su cuarto”.

En el grupo aprendió que a veces la familia contribuye para que el alcohólico siga bebiendo, “sin querer anulas a la persona, por miedo a su violencia. Yo nunca le dejé participar de la crianza de mis hijos”.

En Ecuador, el 80%  de la población consumió alcohol más de una vez en su vida. De este universo, el 15% tiene un uso conflictivo del alcohol a nivel de familia, de trabajo, o estudios. “El problema es  distinguir entre el uso y el uso conflictivo. No es la cantidad, sino las circunstancias en las que se bebe”, explica  Rodrigo Tenorio, director del Observatorio Nacional de Drogas.

Es alto el consumo de alcohol en el país. Primero está Machala con el 90%, Quito tiene el 85%, Guayaquil  el 82%, Cuenca  el 80%, Tena  el 76%, asegura Rodrigo. Dice que  para eliminar el problema, hay que educar a los niños, pues el consumo inicia antes de los 13.  Lo que más se bebe es whisky, ron y aguardiente.

Un encuentro

La diferencia entre los asistentes al grupo está en su actitud: los que tienen muchos años en Al-Anon han logrado serenidad. Los nuevos están tristes, quieren un antídoto inmediato  que les cure la vida.

Termina la reunión. Son 27 personas que se toman de las manos y oran: “Dios, concédeme la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar aquellas que puedo y sabiduría para reconocer la diferencia”…

Pablo, quien asiste tres días a la semana durante nueve años, se acerca a Karina:  - Hola, bienvenida... ¿Quieres hablar?, cuando ella iba a responder  “no”, él la invita  a sentarse  en una esquina del local.

Karina baja la mirada: - No me gusta que me vean llorar. Vine porque quiero saber de qué se trata este grupo. Siento tristeza, ya me parece inútil estar enojada. Todo el tiempo siento que estoy perdida, trato de no caer, por mi familia.

Pablo le sonríe y contesta: - A mí me ayudó mucho venir acá. Necesitas investigar y decidir si el programa te puede ayudar. Yo también sentía rabia. Mi problema nació con mi hermano. Él tomaba siempre y yo lo cuidaba.  Cuando mis padres se separaron fue peor.

Karina, con su voz quebrada, replica: - Mis abuelos, mis tíos, mi padre, mis primos, todos toman. Pero en mi casa, mi papá está cada día peor. Siempre lo recuerdo, violento. Traté de  escapar. Hace años me fui con mi novio. No funcionó y regresé, con un hijo.  Ahora no sé cómo criarlo porque lo veo como a mi hermanito al que golpeaba mi papá, tomado.  No le veo sentido a nada.

Pablo, con la voz aún más serena, le dice: Antes escribía todo. Ahora, cuando lo leo, siento que tomé una buena decisión, porque todavía logro mantener mi matrimonio y entiendo que la vida de mi hermano o de mis padres es suya, yo no puedo intervenir. Me siento bien.  

El reloj marca las 19:00. Pablo anota sus números de teléfono en una hoja.  - Llámame cuando entres en una crisis. Las crisis de Karina son explosiones de tristeza que no logra manejar. Pablo sufría de los mismos problemas, pero  gracias al programa, dice, la cosa ha cambiado. El antídoto toma tiempo, pero llega.

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