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Ecuador, 27 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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La migración de la mariposa monarca, un espectáculo que sobrevive pese a todo

El Capulín y La Mesa, en el Estado de México, y El Rosario y Sierra Chincua, en Michoacán, son los principales santuarios de la mariposa monarca en México.
El Capulín y La Mesa, en el Estado de México, y El Rosario y Sierra Chincua, en Michoacán, son los principales santuarios de la mariposa monarca en México.
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Audelia parece adormilada debajo del rebozo que la envuelve, un chal que usan muchas mujeres indígenas en México. Quieta, conserva el calor de su cuerpo porque el sol se escondió y el frío cala hasta los huesos en las montañas del estado de Michoacán, a más de tres mil metros de altura, en medio de un bosque de pinos y oyameles verde-azulados que perfuman el aire.

En su rostro, surcos profundos dejan ver décadas de arduo trabajo en el campo. Su larga cabellera se recoge en trenzas que fueron negras pero ahora tienen canas que brillan. Es menuda y más pequeña se ve entre estos árboles, una especie de conífera de unos 40 metros de altura.

De repente, comienza a caminar a toda prisa. En instantes cruza una hondonada y trepa hasta llegar al lugar lejano en donde dos turistas, perdidos o infractores, avanzaban a medio bosque. Audelia es la guardiana de las mariposas monarca en el santuario de Sierra Chincua y cumple a cabalidad con su misión: no permite a nadie atravesar el delgado cordel blanco que delimita la zona de reserva natural, vedada para visitantes.

-¿La gente respeta las instrucciones? -No mucho. Pero cuando uno les habla, ya entienden.

La anciana forma parte de un grupo de 34 familias que se ocupan de administrar, explotar y cuidar uno de los cuatro santuarios que resguardan a millones de mariposas que cada año vuelan 4.500 kilómetros para llegar hasta las montañas de Michoacán y su vecino Estado de México. Las zonas, declaradas en 2008 como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, son una especie de parque nacional –la figura aquí es Reserva de la Biosfera- pero en los últimos años han estado en serio peligro por la tala ilegal en estas tierras y el uso de agroquímicos en Canadá y Estados Unidos.

Nube anaranjada

Las ramas de los árboles se ven negruzcas, colmadas de insectos inertes. Las vence el peso, todo indica que caerán en cualquier momento pero sale el sol y el oyamel despierta: sus ramas se mueven con los primeros aleteos de mariposas espabilándose y a medida que se retiran, la carga se hace más liviana; el árbol recupera postura mientras el cielo se colma de enérgicos vuelos.

Anaranjadas sus alas, con venas negras y puntos blancos, las monarcas embelesan con aleteo ágil y luego se dejan caer, planean plácidas. Conforme aumenta la temperatura, se atreven a bajar a nivel de tierra, pasan muy cerca de las personas antes de alimentarse en las flores o tomar un baño de sol.
Danaus plexippus es el nombre científico de esta especie que mide entre 8 y 10 centímetros y cada año viaja miles de kilómetros desde Canadá, Estados Unidos y el norte de México hasta esta región boscosa.

¿Cómo es posible que lo logre un ser tan frágil? Los turistas se lo preguntan con asombro por esta migración, una de las más impresionantes de la naturaleza, que fue descubierta en 1937 y comprendida a cabalidad recién en 1985, gracias al trabajo del veterinario Fred Urquhart y su esposa Nora R. ¿Por qué las mariposas migran a este lugar? Los lugareños comentan con orgullo que el ciclo de vida de las monarcas, que se extiende de tres a cuatro meses en los países vecinos, aquí llega a durar siete.

Entre octubre y noviembre llegan a México, después de viajar en promedio 100 kilómetros por día durante uno y dos meses. Aquí forman colonias para hibernar y reproducirse aprovechando el clima templado y subhúmedo, con temperaturas promedio de entre 8 y 22 grados centígrados.    

“Nosotros cuidamos la zona y hacemos el monitoreo. Se establece el perímetro, luego el terreno se divide en cinco cuadros donde tomamos muestras para medir el espacio que ocupa cada migración, ver el tamaño de las mariposas y sus razones de muerte”, explica Javier Maldonado, hombre de unos 35 años, uno de los comuneros que manejan el santuario y trabajan como guías.  

Aunque los sitios dependen de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), lo cierto es que son los lugareños quienes día con día llevan adelante tareas de vigilancia, administración, explotación y cuidado en Sierra Chincua.

En peligro

En silencio los turistas, se escucha el ruido del bosque: agua que corre pendiente abajo, un zumbido de colibríes y algo que parece brisa suave pero es, en realidad, el sonido del aleteo de tantas mariposas juntas.

-Se ven menos y se escuchan menos que antes, ¿verdad? – pregunto al recordar que dos décadas atrás el ruido del aleteo era impresionante.

-Sí, vienen muchas menos que antes –responde Javier con pesar-. Pero se han ido recuperando gradualmente. En el año 2002 ocupaban unos cinco mil árboles en toda la región y ahora apenas usan 300. ¡Aquí en Chincua llegamos a tener solo diez árboles de colonias!

Trece años atrás, una inusual nevada acabó con el 80% de la población y después, la maquinaria del narcotráfico y la corrupción confabularon para completar la destrucción. “Por ahí de 2005 la tala ilegal se puso fuerte en esta zona, pero la hemos ido controlando desde que en las comunidades nos organizamos para la vigilancia. Hacemos rondines, cuidamos entre nosotros”, explica Javier.

Policías o guardias comunitarias, sistemas de seguridad ciudadana con diversos nombres, han sido la única manera de frenar el crimen organizado en Michoacán, donde el robo de madera es una de las formas que adoptan los carteles, con bandas armadas que controlan el saqueo de recursos naturales. Como en Cherán, el pueblo purépecha que abrió camino en organización comunitaria, aquí también esa ha sido la única respuesta viable.    

El esfuerzo de los ejidatarios resulta insuficiente: en estos días el escritor mexicano Homero Aridjis, a nombre de la organización ambientalista Grupo de los Cien, denunció que entre abril y agosto se deforestó un área de 65 hectáreas en la zona de Sierra Chincua, según lo demuestran imágenes satelitales.

Javier aclara que “el otro problema fuerte está en Canadá y sobre todo en Estados Unidos. Allá fumigan la asclepia (o algodoncillo), planta de la cual se alimentan las mariposas monarca”. Contra eso, poco pueden hacer los ejidatarios mexicanos como Audelia y Javier, pero trabajan cada día para promover un turismo sustentable y no destructivo, además de reforestar con dos mil nuevos árboles por año.

La nube anaranjada de mariposas bajó en 2013 y 2014 a su mínimo histórico: 0.6 y 1.13 hectáreas, respectivamente. En 2015 se recuperó en un 207%, según datos oficiales, pero no todo está ganado. Los peligros acechan y afectan el cambio climático porque “antes se apareaban en febrero y ahora en enero ya hace demasiado calor –lamenta Javier-. Se acelera el proceso y no alcanzan a depositar los huevos”. (I)

Sierra Chincua se encuentra a unas tres horas de la capital mexicana. La reserva permanece abierta todo el año y ofrece caminatas diurnas y nocturnas.

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