José Pilla Pilla, de 60 años, es uno artesano que un buen día -como él mismo cuenta- decidió recorrer el país para mostrar sus habilidades en el tejido.

Su aventura comenzó hace 15 años aproximadamente, pese a que desde los 10 años descubrió su inclinación por la elaboración de tejidos con telares.

Es oriundo de la provincia de Tungurahua, parroquia Salasaca, donde los pobladores mantienen sus costumbres ancestrales, desde la vestimenta hasta sus actividades cotidianas.

Él creció viendo cómo una parte de los pobladores se dedicaba a la actividad artesanal, mientras otros -como sus padres- eran campesinos que iban montaña adentro a cultivar y cosechar sus productos agrícolas.

“A los 10 años me empezó a gustar el oficio de tejer en telares, yo veía a los vecinos cómo estaban sentados formando las vestimentas y sombreros a base del hilo que obtenían de los guangos (madejas de hilo de borrego)”, señala.

Pilla recuerda que desde entonces, luego de asistir a clases iba directamente a observar a los artesanos de su comunidad, pues le maravillaba ver cómo le daban forma a los hilos hasta convertirlos en atuendos, especialmente los ponchos.

“Desde entonces me dediqué a trabajar con un telar. Al principio me demoraba un poco, pero después logré la habilidad”, sostiene.

Desde entonces no ha parado en su trabajo; esa actividad fue el sustento de la familia que formó después, aunque sus hijos no se dedican a lo mismo, ya que optaron por los estudios y las labores agrícolas.

Así permaneció en la parroquia exhibiendo sus trabajos en cada feria que se realizaba, sobre todo en el Mercado Central del cantón Pelileo.

Su vida transcurría casi de la misma manera: desde las 06:00 comenzaba a hilar y tejer, con descansos para desayunar, almorzar o realizar alguna diligencia, hasta las 18:00.

Errante incansable
No recuerda con exactitud la fecha o el año, pero sí que fue a mediados de la década del 2000 cuando recibió la invitación de la Prefectura de Tungurahua para que asista a una feria artesanal en Ambato; él recogió sus diseños y los llevó. La experiencia le gustó tanto, que desde entonces aprovecha cada feria para trasladarse.

Hace cinco años más o menos se le ocurrió fabricar un telar en miniatura, el cual  lleva consigo a todo lugar en que se realiza una festividad. “Gracias a mi trabajo conozco algunas ciudades; allí laboro y vendo mis artesanías”.

“Con este telar confecciono tapices, que son los más vendidos, fajas, bolsos y pulseras, en un tapiz, por ejemplo me demoro un día entero, los más fáciles de hacer son las pulseras que están listas en apenas diez minutos”, comenta.

Los precios varían según los diseños, sostiene, pero en general una pulsera cuesta solo $ 1; un bolso $ 5; una faja, desde 5 en adelante, según el tamaño y el diseño).

Sobre el telar, recalca que por su tamaño pequeño y por ser plegable, es fácil de llevar; él mismo lo fabricó en su comunidad.

Se considera un viajero incansable, pues con sus trabajos ha permanecido en ciudades como Quito, Otavalo, Latacunga, Guayaquil, Milagro, Yaguachi, Quevedo, Riobamba, Cuenca, en fin, donde haya una festividad, una feria o simplemente  donde considere que es el momento oportuno para vender sus trabajos artesanales.

Pero cuando no tiene la oportunidad de hacer viajes largos recorre los cantones y parroquias de la provincia de Tungurahua, de allí que se considera conocido en sitios como Ambato, Patate, Pelileo, Píllaro, incluso llega hasta los cantones Salcedo, Pujilí y Latacunga, en Cotopaxi.

“Me movilizo en los buses, como es un telar en miniatura no tengo mayor problema para trasladarme”, sostiene José Pilla, quien visitó en diciembre pasado la ciudad de Guayaquil, acompañando a una delegación de autoridades de Tungurahua. (I)