Una familia, el sueño cumplido del joven Marcelino
El camino fue complicado, tuvo sus barreras y momentos sinuosos. Pero la constancia hizo que la ilusión de Marcelino García, de tener una familia, llegara a buen puerto.
Este es el testimonio de su padre adoptivo Roberto García. Un ciudadano norteamericano que llegó hace tres años a Ecuador, con un grupo de médicos para ofrecer ayuda comunitaria y de salud. Mientras cuenta la historia, Marcelino, de 15 años, lo observa feliz a su lado.
“Trabajo con la comunidad en servicio social y como traductor médico”, explica Roberto, un hombre de orígenes mexicanos, pero ciudadano estadounidense. A sus más de 50 años tuvo la oportunidad de venir al país y aquí fue cuando conoció a Marcelino.
Recuerda que fue en octubre de 2017 cuando vio por primera vez al adolescente, de raíces afroecuatorianas. Ocurrió en Guaranda, a donde había llegado el equipo médico a realizar cirugías ortopédicas. Un galeno le solicitó que se dedicara a un chico en especial, que conociera su historia y cómo era su situación.
“Allí supe que Marcelino vivía en una casa de acogida en Ibarra, regentada por la fundación Cristo de la Calle y que fue llevado a Guaranda para ver la posibilidad de ser intervenido”, explica Roberto. El joven nació con una malformación producto de una distrofia muscular que le impedía caminar.
El chico (entonces de 12 años y a punto de cumplir 13 en noviembre) solo se movilizaba en silla de ruedas o, en ocasiones, arrastrándose con la ayuda de sus brazos. Gracias al apoyo de la fundación fue valorado y se llegó a la conclusión de que una intervención sí era posible.
Desde entonces Roberto y Marcelino estuvieron juntos por un lapso de diez días consecutivos. Se le explicaba en qué consistía la operación y las posteriores terapias, la sonrisa alegre elevó el ánimo de Roberto quien enfocó más su atención en él.
Tras la operación le colocaron unas prótesis y, con algo de esfuerzo por primera vez se levantó, se irguió y hasta dio sus primeros pasos, la alegría del chico fue tal que emocionó a Roberto y esa imagen caló hondo en su corazón.
Llegó la hora para Roberto de partir a Estados Unidos. Ya en Oregón (estado donde reside con su familia) él y su esposa sintieron la necesidad de adoptar un niño. Su familia estaba conformada entonces por cuatro hijos, tres de ellos biológicos y uno adoptado.
Roberto comentaba a su familia la experiencia que vivió en Ecuador y sobre todo con Marcelino. “Dios nos abrió los ojos, es como si me hubiera dicho, conoces a un niño que no tiene familia, no tiene padres y tu tienes un hogar ¿por qué no?”.
Los esposos estuvieron de acuerdo y se comunicaron vía telefónica con Ecuador, específicamente a la fundación. Fue justo el 11 de noviembre (fecha del cumpleaños de Marcelino) cuando le informaron el deseo de adoptarlo. Solo faltaba su consentimiento.
“El chico quedó en silencio, como en shock, nos contaron los directivos de la fundación, no dijo nada en ese momento, pero a las pocas horas nos devolvió la llamada y con un entusiasmo enorme nos dijo que sí”, relata con emoción Roberto.
De inmediato comenzaron los trámites; pero el papeleo era grande. Había que sortear algunas incomodidades, entre ellas que había que cortar contacto con el joven, esa fue la parte más complicada.
Fue un camino largo, como es ciudadano de Estados Unidos le pedían muchas cosas y cada trámite era más complicado que otro. “Yo lo entendía, no es como comprarse una televisión, es la vida de un chico, entiendo que los dos países tienen que ponerse de acuerdo y que nosotros teníamos que ofrecer las garantías y seguridad de que iba a estar en buenas manos, hubo muchas entrevistas, el camino sí fue difícil pero nunca dejamos de luchar”.
La situación se complicó con la llegada de la pandemia del coronavirus en el mundo, “pero llegó junio, mi esposa y yo viajamos a Ecuador, cumplimos la cuarentena dos semanas antes de reunirnos con Marcelino hasta que por fin llegó la buena noticia: todo estaba arreglado”.
Mientras Roberto narra este hecho, a su lado Marcelino sonríe, apenas emite algunas palabras: “para mi fue un sueño cumplido, porque jamás pensé que iba a tener una familia, veo que esto es una realidad, todo ese tiempo los estuve esperando”.
Desde entonces, comenzó otro trámite, arreglar la documentación de Marcelino para viajar; la emisión del pasaporte, la documentación de identidad, la visa para ingresar a Estados Unidos. El hombre sonríe al señalar que van casi a diario al Registro Civil y la ansiedad de que todo esté listo hace que hasta cuente los días para retornar a casa, en Oregon.
Pero Marcelino García (apellido de su padre adoptivo) dice que está tranquilo y feliz y que tiene otro sueño: “cuando llegue a Estados Unidos voy a estudiar Mecatrónica, es lo que me apasiona; también quiero practicar mucho ciclismo”.
Eso sí, siempre tendrá el mejor de los recuerdos de que quienes lo acogieron: los directivos y los demás chicos de la fundación Cristo de la Calle; pues para él ellos también son su familia y lo seguirán siendo.
Finalmente, ambos agradecen además a funcionarios del Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES) que, desde un primer momento acompañaron el caso: desde la operación, la gestión para la adopción y ahora los trámites para que Marcelino y Roberto se reúnan con su familia, en Estados Unidos.