Caída la tarde en Yaguachi, la expectación se centra en la locomotora a vapor Baldwing Hamilton 53, “El Monstruo Negro” que con su inconfundible sonido de otros tiempos engancha los cuatro vagones de un tren que viene de Quito con destino a Durán. En una esquina de esa ciudad rodeado de arrozales y con guitarra en mano, Alejandro Díaz pasa casi desapercibido mientras canta una melodía dedicada al tren. Él, de 72 años y nacido en la misma población, se emociona en cada acorde de su guitarra y su canción recuerda aquel tren que hace décadas iba cargado de pescado y arroz a la Sierra. Ahora -dice- va cargado de turistas.

Es el cuarto día del viaje de familiarización o “fam trip”, como dicen en los circuitos turísticos internacionales. Alejandro no es el único que se emocionaría al ver el convoy pasar por sus tierras. Ganaderos, sembradores de grano, bananeros, escuelas y más se tomarán unos segundos para ver a los viajeros pasar, con un saludo y una  sonrisa.

Llueve al sur de Quito y en la estación de Chimbacalle se escuchan diferentes idiomas esperando subir al tren. Venidos de Estados Unidos, Francia o Alemania son expertos en valorar rutas turísticas, pero su entusiasmo no es menor después de haber visitado continentes enteros. El tren parte por el sur de Quito y la mañana recoge el despertar de esta parte de la ciudad que hoy tiene un nuevo visitante. La gente detiene su vida  cotidiana y monótona para ver pasar  un tren que  a muchos les recuerda  su niñez.

La travesía fue organizada por la empresa pública Ferrocarriles del Ecuador, junto con Quito Turismo y Metropolitan Touring. Los pasajeros de este primer viaje son operadores turísticos internacionales y representantes de la prensa local e internacional con el fin de difundir el nuevo producto: el Tren Crucero, que desde junio recorrerá la ruta Quito-Durán en 4 días de  viaje.

A partir de junio, el Tren Crucero pasará a llamarse “El Tren de la Unidad Nacional” y recorrerá 456 kilómetros entre la Sierra y la Costa, partiendo desde los 2.800 metros de altitud en Quito, pasando por los 3.609 metros en Urbina y descendiendo a los 4 metros sobre el nivel del mar en Durán. En el recorrido se observan 12 volcanes que serán los testigos de la vuelta del ferrocarril. Emociones encontradas, olores, colores y sabores distintos se toman el tren a cada kilómetro que avanza.

No se trata solo de un servicio turístico, sino también de rescatar la idea de Eloy Alfaro  que, a comienzos del siglo pasado encontró en el tren una forma de unión del pueblo ecuatoriano. El Ferrocarril del Sur se inauguró oficialmente el 25 de junio de 1908. Aquel día se convirtió en una fiesta cívica nacional y era el final de 11 años de arduo trabajo que había pasado por hitos como la construcción del paso en “La Nariz del Diablo”, que costó la vida a cientos de obreros por su dificultad.  

Las distancias y la falta de vías en esa época hacían que no existiese un sentimiento de identidad nacional. El tren no solo transportó mercancías como granos a la Costa y banano a la Sierra, sino también llevó conocimiento. Pero la desidia de administraciones posteriores y fenómenos atmosféricos como El Niño dejaron  inoperante el sistema que se había convertido en “las venas del país”. Desde hace 20 años el tren no cruzaba por estas vías, cuando el viaje duraba dos días con parada obligada en Riobamba.

Está multiculturalidad e integración se ejemplifica en los guías turísticos del tren. María del Carmen Garcés, con más de veinte años de profesión, lleva la sabiduría quiteña en sus palabras y nos cuenta la historia del tren y del país preinca. Isabel Caisaguano, riobambeña, con su dulce francés cuenta con entusiasmo la ruta de la Nariz del Diablo, que fue donde ella empezó, y Fernando Fabre, “guayaco”, le pone sabor al acompañamiento y su rostro se emociona cuando llegamos a la Costa. Allí las gentes inundan las calles saludando al tren.

Un ejemplo grato de la variedad de Ecuador se disfruta en todo el recorrido. Los diferentes climas,  vegetación y razas serán la nota de color en un viaje que se adentra en un país  llamado “La joya de Latinoamérica”,  pues en él se condensa todo. Los verdes parajes abarcan toda una paleta de colores, el ocre y anaranjado del paramo, los eucaliptos verde grisáceos camino al Cotopaxi, el violeta de los campos de Quinua en Chimborazo y el verde intenso de las bananeras costeñas.

Engranajes fundamentales de este paseo son los brequeros, quienes se encargan de frenar y nivelar los vagones del tren para que no se descarrilen. Con su lenguaje de signos y gestos  van comunicándose con el maquinista, ante la mirada curiosa de los pasajeros. En sus rostros se ve la responsabilidad y la dedicación, el amor que todo aquel que ha trabajado en los ferrocarriles profesa al tren. Como Alfonso Quinzo, de Riobamba, quien con más de 20 años de experiencia cuenta cómo era la época de prosperidad del tren, que luego se fue apagando. Ahora solo espera seguir recorriendo kilómetros de acero con su gorra de ferroviario.

Pero lo que verdaderamente hace el viaje es la gente del camino, humilde en su mayoría, que ve pasar un tren cargado de turistas y  al que, quizá, nunca podrá subir, pues el  tour cuesta más de 990 dólares, pero confían en que ese tren les traerá prosperidad. De momento Ferrocarriles del Ecuador, lanzó el programa “Vive tu Tren”, en el que participarán personas de Naranjito, Milagro, Yaguachi, Huigra, Guamote y Colta, con el objetivo de que representantes de comités barriales y juntas parroquiales, estudiantes y emprendedores del tren lo conozcan junto a  sus familias y se conviertan en voceros del nuevo producto.

Jorge Bermeo (93 años) era conductor de ferrocarril y se jubiló en los años 70. Se emociona al subir de nuevo al tren y recorrer paisajes ya olvidados por su retina. Con la mirada perdida en el recuerdo dice que “ya puede morir en paz”.

La sonrisa tímida del indígena, la pasión desbordada del costeño, afros auténticos de corazón abierto, mestizos que trabajan con sus manos, shuaras desplazados hace años a Bucay, danzantes de Pujilí en Lasso y Baltazar Ushca en Colta con su hielo, todos conforman el mapa de un país, todos descubiertos en el camino como  suspendidos en el tiempo y saludando a los viajeros con una  sonrisa amplia.

Existe una parte de involucramiento de las comunidades por donde transita el tren, logrando que productos propios se ofrezcan a los turistas, como en el Café del Tren y la Plaza del Tren, que cuentan con artesanías.
Lejos quedaron épocas cuando Huigra vivía primordialmente de los trenes que llevaban mercancía a la Costa. De aquellos años los moradores recuerdan que cada cual tenía  un familiar que vivía del ferrocarril, y cómo se construyeron hoteles, bingos y restaurantes para dar servicio a la gente de paso.

Aquí se percibe que la ciudad se formó únicamente por el paso del ferrocarril, pero actualmente intenta rememorar sus años dorados. Esos años se los llevó la inundación del río Chanchán y los derrumbes que destruyeron largos tramos de vías. Una tendera  cuenta cómo nació el plato que más se vendía en esta tierra: el arroz con huevo frito en hoja de col. A las 12:00 se cruzaban los trenes Mixto o Expreso en Huigra y ese era el momento ideal para el negocio. El hambre acechaba y un huevo frito con arroz era rápido e ideal para los viajeros; pero cuando el tren pitaba, generalmente, estos con plato en mano subían al tren; la hoja de col era más rentable y más ecológica.

En las calles de Huigra se percibe el éxodo de una ciudad que ofrecía oportunidades. La mayoría de sus 2.200 habitantes son menores de edad y adultos mayores, pues la población activa emigró. El rumor de la vuelta del tren empezó a sentirse en sus calles, la gente habla de ello y migrantes que retornaron de Estados Unidos y España arreglan desvencijados hoteles, limpian senderos y regresan los jóvenes para rehabilitar el ferrocarril.