El internado de los “niños malos” en Huigra intenta revivir su leyenda
La historia del lugar tiene un momento trascendental y decisorio. Era 1953 y el presidente de aquel entonces, José María Velasco Ibarra, en uno de sus incontables recorridos por el país llegó a Huigra, parroquia de Alausí (Chimborazo), epicentro de la otrora línea férrea que surcaba el Ecuador. Cuentan las voces de aquellos que ya cruzaron el límite de los 80 años, que Velasco mantenía una entrañable relación con el sacerdote Daniel Octavio Paredes, quien arribó a esa parroquia en la década del 30 con un estilo pastoral que revolucionó a los habitantes.
“En aquel encuentro Velasco y el padre Paredes concretaron la construcción de una escuela, pero una escuela de verdad, para Huigra. Todo el pueblo estaba a la expectativa”, rememora un octogenario de la parroquia, ubicada a 1.200 metros sobre el nivel del mar.
El compromiso fue cumplido y después de pocos meses el sitio fue testigo del nacimiento del internado Fray Vicente Solano, que en el transcurso de los años se convirtió en el orgullo de los huigreños y en el terror de los jóvenes indisciplinados que, a lo largo y ancho del Ecuador, se enteraban de que en un remoto paraje de la serranía había un lugar que los esperaba si su comportamiento era inadecuado.
“Fue así como poco a poco empezó a hacerse conocido el colegio gracias a la férrea disciplina que impartían el padre Paredes y los profesores. Desde un principio, el alumnado se dividió en internos y externos. Los primeros solían ser muchachos que venían de diferentes partes del país, inclusive del extranjero.
Mientras que los otros éramos los habitantes de Huigra que podíamos ingresar”, explica Alda Elvira Carrión, frayvicentina graduada hace 31 años y quien ha emprendido la titánica misión de reunir -vía correos tradicionales y plataformas tecnológicas- a la mayor cantidad de ex alumnos de la institución. Hasta el momento ha logrado contactarse con cerca de 2.000 estudiantes que culminaron sus estudios en el seminario.
Recorrer las polvorientas calles aledañas al Fray Vicente Solano es revivir por partes las miles de historias que en aquel establecimiento sucedieron. Es más, no pasa mucho tiempo sin que en pocos minutos se congreguen frente a la entrada principal cerca de 15 ex alumnos para revivir anécdotas del lugar.
Los esmeraldeños y el intento de homicidio al atardecer
“Un día normal en el internado de Huigra se asemejaba a un centro disciplinario del Ejército”, sentencia sin inmutarse Luis Enrique Izquierdo, quien en 20 años de trayectoria en la institución ocupó los cargos de vicerrector y de profesor de las materias de Física y Química.
Recuerdan los ex alumnos que las jornadas arrancaban a las 08:00 y terminaban a las 12:15. Las clases se reiniciaban a las 14:00 y concluían a las 16:30. Después de unas horas de descanso, a las 19:00 -por reloj y sin concesiones- los internos iniciaban el período de estudio dirigido, en donde debían culminar sus tareas y estudiar las lecciones para el siguiente día. Este período finalizaba a las 21:30.
El itinerario se repetía a diario, excepto los viernes por las noches o los sábados por la mañana, en que, dependiendo de la conducta y aprovechamiento de los cursos, se organizaban salidas al pueblo. Los domingos, con los primeros cantos de los gallos, los alumnos debían estar listos con su traje de parada para la misa.
Una de las personas que tuvo más trabajo fue Carlos Ponce, quien desempeñó el cargo de inspector de internado desde 2002 hasta 2004, año en que cerró la entidad por falta de presupuesto. El profesor, a pesar de haber solo laborado dos años, expresa: “viví, vi y pasé cosas que me marcaron de por vida”.
Con la franqueza propia de los vinculados al Fray Vicente, Ponce reconoce que los alumnos que provenían de la Costa siempre fueron los que más problemas daban, sobre todo los esmeraldeños. “Cosa seria esos muchachos, eran difíciles, pero a la larga siempre terminaban comprendiendo que lo que hacíamos era para su bien”, asegura el maestro.
El momento que más recuerda Ponce de su paso por el seminario fue el caso de un joven llamado César, de 13 años, que había llegado desde Guayaquil. El adolescente, quien tenía problemas de alcoholismo y drogradicción, fue enviado al colegio una vez que sus padres -prominentes mecánicos en el puerto principal- por más dinero que tenían no “podían enderezar” a su hijo.
“Su comportamiento daba a notar sus problemas. Una vez me le acerqué y le pregunté por su pasado y al terminar de conversar, el muchacho -casi llorando- me dijo que era la primera vez que había podido conversar sobre sus problemas”, relata Ponce. Sin embargo, y a pesar de los intentos del inspector, la actitud de César no cambió y terminó abandonando el seminario.
Seis meses después, Ponce, caminando por las céntricas calles de Huigra, reconoció la enjuta figura de un muchacho que libaba en una de las cantinas locales. Era César, quien se alarmó por la presencia de su ex maestro.
“Créame que presentí algo, lo noté raro y conversando logré sacarle sus verdaderas intenciones en Huigra: Venía a asesinar a uno de sus ex compañeros a quien estaba esperando en los exteriores del colegio para dispararle al atardecer, cuando iban a tener un tiempo de descanso los internos”, narra el maestro que aún se sobresalta cuando rememora esos momentos.
Ponce agradecerá hasta el final de sus días el hecho de haber calado hondo en la personalidad de César, al punto de convencerlo de darle la pistola que llevaba y persuadirlo de abandonar Huigra ese mismo día.
“El calabozo”
Es un tipo de silencio cómplice. Si el Fray Vicente Solano era la mayor amenaza que un padre podía hacerle a su hijo era porque éste había escuchado que en ese lugar los castigos podían ir desde impedir las salidas al pueblo hasta los latigazos. Los ex alumnos esquivan sutilmente el tema acudiendo de inmediato a la idea de que “la disciplina forma el carácter”.
Pero es algo que no se puede ocultar tan sencillamente. En un momento de descuido, una ex alumna relata que había un espacio en las instalaciones al que se llamaba “el calabozo”, destinado a castigar a los jóvenes que presentaban los casos más serios de rebeldía en el seminario.
“En la parte de abajo, por donde había una piscina, quedaba el calabozo, en donde se castigaba a los muchacho más rebeldes (...) Pero hay que considerar que el padre (Paredes) no tenía ningún problema en bajarle los pantalones a un estudiante y darle nalgadas frente a sus propios compañeros”, comenta Shirley Altamirano, quien se graduó en la unidad educativa y posteriormente impartió clases en el colegio.
Otro de los recordados castigos era el de cargar los colchones cuando uno de los internos se orinaba en estos o la de permanecer en posición firme durante toda una jornada en el patio del colegio, a pesar del intenso sol que a mediodía suele aparecer en la localidad.
“Sé que ese tipo de comportamiento por parte de las autoridades del colegio podría considerárselo hasta abusivo a estas alturas, pero le aseguro que si el padre no hubiera sido tan disciplinado con los muchachos, muchos se hubieran descarriado”, alega Gloria Sánchez, mientras sujeta y abraza con fuerza su retrato con el birrete y el traje del Fray Vicente Solano.
Esta opinión es respaldada por Wilfrido Medina, ex profesor de Literatura, quien agrega que el colegio brindó un estatus a la parroquia gracias a la gran cantidad de jóvenes que venían desde distintas latitudes. “Huigra es un pueblo con fachada de ciudad gracias a esta institución”, menciona.
Ex alumnos al rescate del colegio
Luego del fallecimiento del padre Paredes en 1997, el Fray Vicente Solano entró en una etapa de incertidumbre. Varias administraciones -dirigidas por personas cercanas al sacerdote- intentaron mantener a flote el establecimiento; sin embargo, la falta de recursos y de promoción provocaron su cierre en 2004.
Los dueños del terreno -oriundos de Huigra pero que no habitan en la parroquia- han puesto a la venta la propiedad, aunque aún no definen un precio por esta.
Alda Carrión ha iniciado una serie de contactos con el Ministerio de Patrimonio Cultural para analizar la posibilidad de que el Gobierno Nacional declare como patrimonio al colegio o, en su defecto, poder acceder a créditos estatales para que un grupo de ex alumnos compre el terreno y reabra las puertas de la unidad educativa.
Carrión se muestra optimista de la asistencia del Ejecutivo una vez que el propio presidente de la República, Rafael Correa, ha recordado que en varias ocasiones, durante su juventud, pasó vacaciones en el Fray Vicente Solano.
“He podido contactarme con asesores del Ministerio, los cuales me han informado que desde el propio Palacio de Carondelet se ha pedido que se trate el tema. Las autoridades deben comprender que este colegio es parte de la historia de Huigra y del país, por lo que tiene de sobra méritos para ser declarado patrimonio”, asegura la también periodista.
La idea de los frayvicentinos es reactivar la parte académica del colegio para recibir, en una primera etapa, a los hijos de inmigrantes que han tenido que viajar a Estados Unidos o Europa para poder contribuir con su educación.
“En nuestro tiempo el problema de los divorcios era un factor importante, ahora no cabe duda de que hay que trabajar con los afectados por la migración”, concluye Carrión.