Especial coronavirus
La compra y venta de comida expone a los guayaquileños en las calles
Un hombre de avanzada edad conduce lentamente una camioneta llena de naranjas, verdes, maduros y zapallos. Mientras lo hace, una mujer que lo acompaña grita a todo pulmón con ayuda de un megáfono: “A $ 2 el racimo de verde. Lleve a $ 1 las 20 naranjas y los cinco zapotes. Compre. Compre”.
La marcha del vehículo se detiene cuando un adulto mayor se acerca a comprar verdes. Segundos después no tardan en llegar personas, una tras otra, protegidas con mascarillas y guantes, para adquirir productos.
La aglomeración y no cumplir la distancia entre personas probablemente haga ver a sus vendedores como irresponsables o desobedientes a las medidas de excepción. Sin embargo, ellos buscan una sola cosa: sobrevivir.
Don Eusebio Mendieta y su esposa María salen todas las mañanas a recorrer las calles del suburbio de Guayaquil en busca de clientes. Temen contagiarse con covid-19, pero aseguran que no tienen otra opción. Viven del comercio. Saben que en Guayaquil se concentra el mayor número de contagiados de todo el país, con 1.116 casos, “No podemos quedarnos en casa porque nos moriríamos de hambre. Muchos que viven con nosotros dependen de nuestros ingresos”.
Como ellos, existen muchos ciudadanos en los mercados o transitando por las calles con la esperanza de vender sus productos y tener con qué alimentar a su familia.
Para la presidenta del Frente de Sociólogas del Guayas, Lourdes España, es absolutamente reprochable que se trate de satanizar a una ciudad por su grado de contaminados. Al contrario, pide a los ecuatorianos entender los procesos particulares de Guayaquil, su dinámica como ciudad portuaria, generadora de comercio y una economía que sustenta gran parte de los recursos del país, que mueve industrias y fábricas.
La experta hace una analogía con metrópolis como Nueva York, Milán y Madrid, que son las ciudades con el mayor foco de contaminación de sus respectivos países. Y en ellas, la conducta del ciudadano tiene que ver con la dinámica propia de la ciudad, sus actividades socioeconómicas, sus complejidades sociales, ese dinamismo social entre trabajo, lenguaje, organización social al que se refería Weber. “Es difícil de prever hasta qué punto la conducta de cada individuo sea un factor influyente”, opina España.
Germán Contreras, de 43 años, junto a su esposa prepara platos típicos (bollos, encebollados) que entregan a domicilio en moto o carro. Él es taxista, pero en los días que no puede circular hace esta actividad. “Esto me ha permitido que a mis hijos no les falte comida. Siempre hemos vivido del día a día”.
Jorge Zapata y José Linares, en cambio, son repartidores de víveres. “Nosotros nos exponemos a contagiarnos de covid y a robos, pero lo hacemos por la familia”.
Entregas en casa proliferan
Evelyn Sánchez es madre soltera. Antes de que el Gobierno declarara la emergencia sanitaria estaba dedicada a la organización de eventos. Pero eso tuvo cambiar, más aún cuando su hijo con sospecha de covid enfermó. “Decidí comprar todos los medicamentos, respiradores, oxígeno y estar preparada”.
Con el pasar de los días y ante la falta de ingresos decidió ponerse en contacto con proveedores de medicamentos, insumos médicos y hasta de humitas para ganarse la vida con su comercialización. “Las mamitas o papitos me mandan por WhatsApp sus recetas y se las consigo para entregarlas a domicilio con un motorizado”.
Con la entrega de humitas participan alrededor de 18 familias necesitadas que ganan entre $ 10 y $ 40. “Así nos ayudamos para conseguir alimentos y hacer donaciones”.
Como ella, Raúl Ramos es otro guayaquileño que abrió un negocio que evitar la salida de casa de las familias. Él se dedica a la venta de artículos de limpieza y huevos de codorniz. (I)