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Covid: las dificultades de las cuidadoras extracomunitarias

La pandemia de covid-19 ha azotado a las 'colf e badanti', las trabajadoras domésticas de Italia, mujeres que en el 70% provienen de otros países y son las víctimas colaterales.
La pandemia de covid-19 ha azotado a las 'colf e badanti', las trabajadoras domésticas de Italia, mujeres que en el 70% provienen de otros países y son las víctimas colaterales.
Ilustración: El Telégrafo
01 de mayo de 2020 - 00:00 - Laura Giraldo

Invisibles entre los invisibles podría ser el nombre para un ejército de mujeres, en la Italia del covid-19. Son las colf e badanti, las colaboradoras domésticas, silenciosas víctimas colaterales de la pandemia mundial, mujeres que en el 70% provienen de otros países, sobre todo del Este Europeo y América Latina.

Ellas son quienes llevan adelante el trabajo de limpieza, cuidado de niños y ancianos en hogares y estructuras sociales; categoría que en esta emergencia, pese al gran trabajo y ayuda social que significan, se ha quedado en silencio y en sombras, tanto en el debate público como en las estadísticas.

Y es que los números hablan claro, los efectos de la epidemia no han salvado ni siquiera a los 850.000 trabajadores domésticos con permiso regular, que han visto de un momento a otro mermar sus ingresos o ser despedidos.

Uno de los factores que han incidido en ello, es que se ha dejado solas a las familias con la responsabilidad de mantener el trabajo en la emergencia; así que para tutelarse por la paga de un servicio no prestado, los patrones han acudido a la imposición de vacaciones y permisos de sus colaboradores, que al final de las cuentas y de los días, desembocan en el fin de la relación de trabajo.

Pero los motivos para los despidos se alargan: primero, por el terror que el virus venga introducido por personas externas al núcleo familiar; y segundo, con las familias en confinamiento hay más tiempo para realizar las labores domésticas, para cuidar de sus ancianos y niños.

Aunque si el panorama es sombrío para las trabajadoras en regla con sus documentos, con contrato de trabajo y también las con trabajo “en negro” -en Italia se estima que lo hagan más de un millón de trabajadores domésticos-, ellas aún tienen la esperanza de acceder a una hipótesis gubernativa: el reddito di emergenza de 600 euros que está estudiando el Gobierno, para remediar con esta categoría que fue excluida y olvidada.

Para las indocumentadas la situación cambia radicalmente; si el miedo a que los controles policiales revelen su irregularidad en el país las paraliza psicológicamente, su invisibilidad las agobia.

Este grupo “irregular” no tiene derecho ni siquiera al bono para las compras semanales, que los municipios otorgan a las familias necesitadas, peor aún acceder a los 600 euros. “Sin un contrato de trabajo y sin documentos, ahora es imposible salir, porque si me paran en los controles, no me puedo justificar”, dice Delia, una centroamericana que cuenta su desesperación porque de aquí a poco no tendrá medios para sostener a su familia.

Es esta la preocupación de los entes sociales y de ayuda porque, para muchas mujeres, perder el trabajo en esta situación de emergencia significa quedarse bloqueadas en Italia, con el riesgo de terminar en las calles.

En esta crisis, por absurdo que parezca, existe una subcategoría: la que trabaja demasiado. Corresponde a las mujeres (y uno que otro hombre) que dan asistencia 24 horas al día y que las actuales restricciones les han quitado las breves pausas semanales. “Nos encerramos con nuestros ancianos”, acotan algunas cuidadoras, latinoamericanas, que se consideran afortunadas de poder contar todavía con un trabajo.

Cuentan que están trabajando desde marzo sin intervalos ni días libres. “En un trabajo que ya en tiempos normales es duro y sacrificado, figurarse ahora, que no tenemos ni la motivación del día libre para salir y cambiar de ambiente por un momento”, concluyen ellas.

Para este ejército de trabajadoras extracomunitarias, las leyes y ayudas estructuradas por el Gobierno constituyen una panacea. “Si bien el Gobierno ha dispuesto que los pagos de luz, agua, gas, préstamos bancarios se harán en los meses siguientes, cuando la situación se restablezca, ¿quién me garantiza que yo pueda retomar o conseguir un nuevo trabajo para poder pagarlos?”, acota Graciela, una ecuatoriana radicada hace 20 años en Italia.

El estatus de “regular” que tiene ella no ha impedido que su futuro laboral se vuelva incierto, ya que sus vacaciones han terminado, a la par del confinamiento. (I)

Laura Giraldo, especial para El Telégrafo

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