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El Telégrafo
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Las ciudades deben ser espacios para educar

Las ciudades son espacios comunes que deben transformarse en escuelas ciudadanas para cambiar la sociedad.
Las ciudades son espacios comunes que deben transformarse en escuelas ciudadanas para cambiar la sociedad.
Foto: William Orellana / El Telégrafo
20 de agosto de 2018 - 00:00 - Fausto Segovia Baus. Especial EL TELÉGRAFO

Gilles Deleuze, en la ciudad de Pericles, decía que “las relaciones humanas comienzan con una métrica, una organización del espacio que sostiene la ciudad. Un arte de instaurar justas distancias entre los hombres, no jerárquicas sino geométricas”.

Es necesario formular nuevas “lecturas” de la ciudad para identificar las relaciones de los sujetos que entran en juego y los espacios efectivos y afectivos que permitan crecer y estimular la vida de los conciudadanos.

Estas relaciones han sido establecidas por modelos de comportamientos y conceptos de lo que debe ser una ciudad, sobre la base de intereses de poder, es decir, jerárquica, antes que nacidas de los consensos y acuerdos.

Capacidad de asombro

Debemos estar convencidos de que la ciudad es un espacio real para educación de sus ciudadanos. “La educación unida a la ciudad supera los espacios formales e institucionales y rescata la capacidad del ser humano para el asombro y para múltiples lecturas de sus espacios cotidianos”.

El proyecto “Ciudad educadora” radica en un propósito fundamental: generar desde la ciudad un nuevo tipo de educación ciudadana.

El objetivo es que ofrezca a todos -y muy especialmente a los niños, jóvenes y adolescentes- referentes necesarios para descubrir su ciudad, amar su ciudad y respetarla, sobre la base del respeto profundo del otro. En el reconocimiento de la alteridad está la clave.

Construir imaginarios

Reconocemos que el currículo de Estudios Sociales sobre esta materia es limitado, por lo que es urgente buscar mecanismos creativos para, desde los sujetos, construir un imaginario de ciudad que ayude a actuar sobre los problemas y encontrar socialmente las soluciones.

Esto implica un plan emergente de carácter interdisciplinario, la formación de un nuevo tipo de docencia y una escuela innovadora con otros valores, procesos y contenidos, de carácter no reproduccionista; que den piso –esperanza, diríamos- a una pedagogía para vivir en una ciudad en donde los conflictos son los escenarios naturales de la vida.

Esta pedagogía es el aprendizaje centrado en la resolución de problemas.

El conflicto enseña

El reconocimiento del conflicto como esencia de la pedagogía es el primer paso para formular objetivos, procesos y contenidos y, por supuesto, para encontrar las soluciones.

El estudio de los lenguajes y lecturas de la realidad plantea, desde la comunicación educativa, un mecanismo para formar ciudadanos conocedores de sus derechos y, sobre todo, de sus deberes, desde la perspectiva de la no violencia activa.

Manuel Castells, científico español, ha realizado estudios sobre la ciudad en la era de la información.

Según el citado investigador, los espacios de interacción humana se han ampliado, gracias a las nuevas tecnologías de la información, que no agotan ni subsanan, desde luego, las evidentes fragmentaciones de la sociedad moderna, donde emergen el desorden y las violencias de todo tipo, especialmente en territorios juveniles.

¿Existe un modelo de ciudad?

El modelo de ciudad que oficializa una socialidad urbana fundada en una alteridad amenazante no puede realizar la democracia, ni darle juego a la necesaria pluralidad que la sustenta. Cuando la fuerza física es el valor de cambio, no cabe otra alternativa que pensar en un proyecto educativo de la ciudad para sus ciudadanos y de los ciudadanos para su ciudad.

Las principales urbes de Ecuador tienen debilidades estructurales y coyunturales: la contaminación, la inseguridad, la movilidad y la pobreza son algunos de los conflictos comunes a los conglomerados urbanos, que crecen en un estado de indiferencia ciudadana e inopia de las autoridades.

Es deber de todos trabajar -mediante un proyecto sostenible- que transforme las debilidades en fortalezas.

Seguridad humana

Un Proyecto Nacional de Seguridad Ciudadana, como política de Estado, asumida y ejecutada por el Gobierno nacional y los gobiernos locales, en coordinación con los organismos policiales, de justicia y la ciudadana podría ser una estrategia integral.

A ello debe sumarse la educación diferente y divergente: centrada en la ciudad y en la formación. Y algo básico: convertir el currículo de Estudios Sociales en un espacio vivo de seguridad humana -su historia, tradiciones, vínculos con el arte, la producción, los problemas de la gente y las industrias culturales-, es un reto de todos y no solo de las autoridades.

La seguridad humana, de acuerdo a estándares de desarrollo sostenible, permitiría frenar el fenómeno de la violencia atado a la exclusión social, económica, educativa y política, y no a variables exclusivamente punitivas.

Una conclusión es obvia: los sistemas represivos han fracasado y algunos, inclusive, colapsaron, como la rehabilitación social.

Un modelo diferente de seguridad ciudadana exige también un liderazgo técnico y ético, que cuente con el respaldo de la sociedad mediante sistemas de participación que superen progresivamente los enfoques jerárquicos y autoritarios.

¿Por qué no recuperar los cabildos en cada ciudad de Ecuador, en donde la ciudadanía se exprese y se comprometa para la acción consensuada? (I)

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