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Íconos y señas ayudan a sortear barrera del idioma en China

Una calle estrecha es uno de los mayores sitios de expendio de comida.
Una calle estrecha es uno de los mayores sitios de expendio de comida.
Foto: Jimmy Tapia / EL TELÉGRAFO
19 de mayo de 2018 - 00:00 - Jimmy Tapia

La apariencia del supermercado o minimarket es universal: piso blanco, productos ordenados, olor a detergente, dependientes uniformados con camisas polo, aroma a pan caliente y frío en el área de carnes.

Pero en Pekín (China) el reto es intentar reconocer qué es qué, o si lo que se compra es lo que parece ser. Las marcas reconocidas no están por doquier en las perchas y en muy pocos consta alguna palabra en inglés.

Los latinoamericanos que no hablan mandarín buscan imágenes o figuras que proporcionen indicios, pues en gran parte solo hay caracteres asiáticos. Una frase en el idioma anglosajón bastará para “aferrarse”.

En la sección de lácteos están disponibles pocos quesos. Hay un producto blanco, redondo, que cabe en la palma de la mano y con ideogramas.

Lidia Yang, una residente china de la capital, cuenta que no se oferta mucho el queso, pues no es parte de la dieta diaria de sus habitantes. Ella esboza una pequeña sonrisa cuando se le consulta si es bueno el producto que parece dicho lácteo. “Eso es budín de soya. No comemos queso”, reitera.

La masa con forma de tallarín y en paquetes tampoco es lo que parece, pues existen comidas hechas con arroz.

El limón de Ecuador o Perú es inexistente. Solo hay una subespecie del cítrico (del tamaño de una cereza) y lima amarilla (cuyo sabor es agridulce).

Las latas rojas con figura de pescado y abre fácil también pueden sorprender a un latino. Podría creer que contiene sardina, pero en realidad está adquiriendo tilapia (con espinas), que al abrirla tiene un olor penetrante y granos negros.

La importancia de los íconos y los colores adquiere sentido en estos casos. Las marcas de gaseosas negras son las únicas que pensaron en eso. Una roja y una azul, aunque con ideogramas, son fáciles de identificar.

Hay frutas como banana, manzana, mandarina y piña que se expenden bastante, pero existen otras extrañas  como una manzana del tamaño de una beterava grande.

Una compra para tres o cuatro días, sin incluir carnes, puede costar 400 yuanes ($ 60). Cinco kilos de papa están a $ 1,50, ocho rodajas de pan sanduchero a $ 1,25, cinco guineos a $ 1,70, un choclo dulce (amarillo) a $ 0,50, cuatro manzanas por $ 2,35 y cuatro tomates por $ 1.

El “regateo”
El aroma dulce despierta las ganas de consumir las piñas que se ofertan en las calles de Pekín. En mayo los vendedores informales ofrecen el fruto -que tiene un amarillo más intenso-, en distintas esquinas. 

Los comerciantes, que andan en carretillas, piden 20 yuanes por una ($ 3), pero a medida que el cliente se aleja del puesto el mismo vendedor va reduciendo el valor: “¿Cuánto ofrece? Lleve en 15”, remata.

Esta práctica también se da en establecimientos formales. En el Mercado de la Seda, donde se comercia ropa, artículos tecnológicos y más, un juego de tinta china y pinceles para dibujar cuesta 400 yuanes ($ 63), indica el comerciante, pero ante el desinterés del turista baja a 300, 200 y al final dice: “¿Cuánto da? Ya 150 ($ 23)”, grita desde lejos mientras se aleja el interesado.

Pero no todos son iguales. Algunos se pueden molestar. Como una expendedora de radios y computadoras, que ante la pregunta de cuánto cuesta un computador advierte: “Si va a comprar pregunte, si no, váyase”.

Comida exótica
Wangfujing Street es la calle de comidas más popular en la capital de China.

El vaho a hierbas, frituras y asados se entrevera con el perfume de los turistas, europeos y americanos, que llegan hasta el lugar.

Es una suerte de Barrio Las Peñas, camino extenso y estrecho, pero con predominio del rojo y con locales abarrotados de preparados multiformes.

Los visitantes se chocan al caminar y al intentar retratarse con sus cámaras y celulares.

Los occidentales, mayoritariamente, se retratan cuando ven que ciertos animales insertados en palitos de madera, como chuzos, se mueven.

Son miniaturas que pugnan por no ser llevadas a la parrilla. Es un típico pincho de alacranes. 

Aura Mendieta, una turista española, compró uno a 10 yuanes ($ 1,50).

Para ella fue la primera vez que se atrevió a ingerir insectos. Lo vio, meditó antes de llevarlo a la boca y luego lo masticó rápidamente.

“Sabe como a pollo carbonizado”, explica después de fotografiarse y subir la imagen a las redes sociales.

Una variedad distinta probó el brasileño Thiago Kern. Él canceló 15 yuanes   ($ 2,70) por un pincho de escorpión. El crujiente arácnido negro suena, como pan baguette, mientras se lo tritura con los dientes. 

Los occidentales se apilan para captar al atrevido sudamericano, pero el dueño del local se enoja porque no quiere que le obstaculicen la parte frontal del puesto. Hace ademanes con un trapo para que se vayan.

También se observan tentáculos de pulpo y aves, parecidos a pollitos, cocinados a la brasa.

En cambio, Dolores Almeida, visitante argentina, saboreó un tofu, pero le pareció que estaba probando un queso descompuesto.

También en este espacio hay arte callejero: hombres disfrazados de geisha y otro de dragón.

Los mendigos, aunque en muy escasa cantidad, aprovechan para pedir billetes a los visitantes. (I)  

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