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Ecuador, 23 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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Los certámenes de belleza imponen modelos estéticos

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“Siéntate bien”, “párate recta”, “las niñas no se ríen así”, “las niñas no gritan así”, son algunas de las inocentes -o no tanto- formas de disciplinarnos con las que crecemos y que moldean la imagen femenina por proyectar.

Las niñas y adolescentes en las edades en las que deben estar saltando y explorando, también están lidiando con las limitaciones que implica el uso de la falda o el vestido que forma parte del uniforme escolar.

Esto es algo que recuerdo bien del colegio fiscal de señoritas en el que estudié: vestido blanco, enagua, licra (por si acaso algún “gracioso” en los alrededores del colegio te levante el vestido), medias de nailon y zapatos de taco.

Y es que parecería que a las mujeres en cada resquicio de nuestras vidas nos han venido preparando para una máxima: reunir los atributos que nos hagan dignas de un certamen de belleza.

¡Ah!, las niñas y señoritas deben usar falda, pero eso sí, hay que auditar con rigurosa precisión la altura adecuada, hay que mostrar la piel, pero en la medida exacta.

Imposiciones que se mantienen, pese a que en 2018 el Ministerio de Educación (MinEduc) mediante acuerdo N ° 00034-A ya determinó para todo el país el uso de faldas como opcional, sin embargo las instituciones educativas continúan estableciendo como obligatorio su uso en el uniforme escolar.

Tan calados en la sociedad están estos arquetipos de niña buena que los recientes anuncios del Municipio de Quito relacionados a eliminar el uso obligatorio de falda en las instituciones educativas municipales y de dejar de organizar el concurso Reina de Quito, han sido tomados por gran parte de la ciudadanía como una traición a la tradición, la identidad y las buenas costumbres, porque aunque pululen en el país todos los años los escándalos de supuestos fraudes, inconformidades, bullyng hacia las candidatas o la ganadora, “el show debe continuar”. No, no a nuestra costa.

Las manifestaciones más extremas de la violencia hacia las mujeres como el femicidio o las agresiones físicas y sexuales son la punta del iceberg de una problemática que no va a cesar si no cuestionamos de frente formas más sutiles -y por eso tan efectivas- de violencia que han sido naturalizadas como usos y costumbres de menosprecio estético, social o intelectual y que condicionan tanto en hombres como en mujeres maneras de pensar, comportarse y relacionarse.

Según la Ley Orgánica para Prevenir y Erradicar la Violencia Contra las Mujeres, es obligación de los gobiernos seccionales suspender aquellos espectáculos en los que se representan estereotipos que reproducen la desigualdad, de tal forma que es un incumplimiento a la ley que sean los mismos municipios los que promuevan y financien certámenes de belleza que imponen parámetros estéticos poco realistas que pueden tener incluso consecuencias sobre la salud como desórdenes alimenticios, y que tienen claros visos de racismo y clasismo que resultan segregacionistas; por el contrario, los esfuerzos en todos los niveles de Gobierno deben destinarse a formular y ejecutar normativa y políticas locales para la prevención y erradicación de la violencia contra las mujeres, niñas, adolescentes.

Solo dejando de reforzar estereotipos y prejuicios que condicionan nuestro carácter y nuestra conducta podremos construir libremente y con autenticidad la identidad propia y podremos eventualmente erradicar tradiciones generadoras de violencia. Y así por ejemplo, la falda si queremos la usaremos un día, o todos los días, o si queremos, de plano la eliminaremos de nuestro guardarropa. (I)

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