Un año construyendo puentes a través del arte y la sororidad
Ana Cristina Vázquez
Desde 2018 La Gallina Malcriada, de la cual soy parte, gestiona los talleres abiertos. En estos espacios las mujeres, personas no binarias, de género fluido o trans femeninas abren, para otras, un lugar de producción artística, en el que muestran su trabajo y hablan de sus procesos.
La línea que traza el antes y el después de los talleres es muy clara. Empecé a producir más. A llegar a casa del trabajo y a pesar del cansancio, tener las ganas y el ánimo de continuar mi trabajo. También recuerdo escuchar a las artistas invitadas y sentir cómo sus palabras se convertirían en epifanías que hasta la actualidad me conforman. Pero más allá de la claridad de esta frontera es innegable el proceso que existió detrás de esta delimitación. Mentiría si dijera que todo ha sido perfecto. La realidad es que gestionar y mantener un colectivo es un trabajo que implica entender las complejidades del otro y ante todo las propias. A veces con humor o con rabia, hemos enfrentado dificultades desde la falta de fondos hasta el hackeo de nuestra cuenta de Instagram, pero siempre desde la sororidad.
Formar parte de un colectivo que se extiende más allá de nosotras cuatro ha enriquecido mi práctica artística. Entender, desde la intimidad del taller de la artista y de su mente, los procesos creativos de otras mujeres y saber que tenemos intersecciones donde nuestras mentes se encuentran con otras individualidades, es sumamente gratificante. Saber que no estamos solas aunque pensemos que sí. Que los acosos y machismos internos no le pasan solo a una, sino a todas. Que somos distintas pero que hemos vivido cosas similares y que como individuas cada una aprendió a su manera. Construir esta colectividad partiendo de la intimidad, reconocer el poder político de esta decisión, construir puentes entre nosotras; es el poder de la Gallina. (O)