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El Telégrafo
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Las privadas de libertad estudian desde las vocales

Las privadas de libertad estudian desde las vocales
Fotos: Karly Torres / El Telégrafo
28 de agosto de 2016 - 00:00 - Karla Naranjo Álvarez

Los 15 pupitres están ocupados, ninguna mujer privada de la libertad faltó a clases. El aula es pequeña y escasamente ventilada. El sol fuerte de Guayaquil se cuela en lo que fue un espacio desocupado en la planta baja del edificio administrativo de la cárcel y ahora con unas adecuaciones es aprovechado para educar a las internas del Centro de Rehabilitación Social (CRS) femenino de Guayas, asentado junto a la vía a Daule, en la periferia de Guayaquil.

En la última banca está sentada ‘Marina’, una mujer que roza la tercera edad y que en la clase de lenguaje aprende a combinar los sonidos de las vocales y consonantes, mientras que en las de matemáticas a diferenciar las unidades, las decenas y centenas.

Sumar se le hace complicado y restar mucho más, pero sabe que de a poco se deshará de los palitos que dibuja y tacha para resolver las operaciones.

El aula donde se enseñan asignaturas de octavo, noveno y décimo año de educación básica luce llena. Las alumnas primero escuchan la explicación que les da la maestra de Ciencias Naturales y luego toman el dictado.

Los trazos que realiza en la hoja en blanco son inestables, pues aún agarra el lápiz con inseguridad y las largas uñas postizas coloreadas de rosado se lo dificultan más.

‘Marina’ es una de las 7 mil  personas que en el Ecuador accedieron a los programas de Educación Básica para Jóvenes y Adultos (EBJA) y Educación Básica Superior que se brinda en coordinación con los ministerios de Educación, Justicia, Derechos Humanos y Cultos.

En la provincia de Guayas son 2.092 privados de la libertad los que llenan los salones de clases para instruirse desde lo más básico.

Andreína está a un puesto de distancia de ‘Marina’. Ella, al igual que otras 4 compañeras, une puntitos para darle forma a cifras y letras que siempre escuchó y pronunció.

“No es tan fácil”, murmura mientras delinea el 9.

No es la única que bisbisea. Una mujer delgada de piel tostada y cabello ensortijado con unas cuantas canas da golpecitos en la mesa con la punta de su lápiz y expresa: “Yo estoy bloqueada”.

La maestra que viste de jeans, camiseta blanca y un chaleco azul con el logo del Ministerio de Educación la anima a intentarlo nuevamente, pero la mujer insiste en que no puede.

Su compañera de al lado, de unos 28 años, la ayuda. “88 menos 69 es 19”, le responde y le explica cómo llegó a ese resultado.

En el recinto penitenciario hay 2 salones de alfabetización separados solo por una pared, mitad madera y mitad vidrio.

Ercilia tiene 50 años y acepta que no sabe “ni leer, ni escribir bien”, pues cuando era niña solo llegó al cuarto grado de la escuela y aunque de adulta quiso retomar sus estudios no le fue posible, luego fue apresada por un delito que prefiere no recordar. Está sentenciada a 8 años de privación de libertad.

“Nunca imaginé que la ayuda que no encontré afuera —refiriéndose a cuando estaba libre— la hallaría aquí. Los profesores son buenos y nos explican, también las muchachas que saben más, nos apoyan”.

No puede pronunciar 2 consonantes R unidas y la palabra hipócrita es casi un trabalenguas, aunque la repita una y otra vez y la piense antes de vocalizarla, le sale: “hipróquita”. Ella lo toma con gracia y asegura que no se cansará de practicar hasta decirla bien.

El interés de las estudiantes es evidente. Toman apuntes y si no entienden alguna parte de la exposición de las maestras no se avergüenzan en pedir que se les explique nuevamente.

“Nos levantamos a las 06:00, hacen ‘la contada’ (toman lista), nos bañamos, vamos a desayunar y de ahí a los cursos hasta las 11:30”.

Después de clases, Ercilia asiste a otros talleres como computación, dibujo, tejido, panadería, maquillaje, peluquería y muchos más. En las noches va a descansar a uno de los 5 pabellones que conforman el penal y que está a más de 100 metros del bloque donde se realizan las actividades educativas, laborales, deportivas y culturales.

En la planta alta del edificio hay más movimiento de mujeres. Junto a las escaleras, en unas mesas largas, hay un grupo tejiendo y haciendo deberes. Para el otro lado de los peldaños hay un pasillo de unos 4 metros, primero está un consultorio médico y al final está el aula de postalfabetización, lo que uno conocería como primaria. Una maestra de gramática repasa con las alumnas la clase que expuso el día anterior y se apoya de los dibujos o palabras claves que pegó en las paredes para facilitarles las actividades.

“Les doy un ejemplo de sustantivo individual: abeja. ¿Cuál sería el colectivo de abeja?”, les pregunta para cerciorarse de que lo hayan entendido. “Enjambre”, responde vacilante una joven, de 30 años, que se esconde entre las cabezas de sus demás compañeras. “Es correcto”, dice la profesora. “No lo vayan a confundir con el plural”.  

Luego una a una salen al pizarrón a escribir ejemplos. Si alguna se equivoca no se escuchan risas de burla, sino que las demás intentan ayudarla a corregir el error. Una mujer cubana está sentada entre los primeros pupitres y cuando ve un desacierto dice: “Tranquila, mami”.

Susy Rangel tiene 54 años y desde los 9 no había pisado un aula de clases. Rememora que cuando era niña no terminó la primaria y pensó que nunca lo haría, peor cuando fue apresada. Se considera una mujer muy alegre y llena de esperanza que comúnmente viste colorida.

“Quiero terminar mis estudios para seguir progresando cuando salga de la cárcel. Aquí estudiamos matemáticas, lenguaje, ciencias naturales, sociales y hasta inglés. Con las divisiones sí que doy pataditas”, acepta riéndose. La mujer tiene un “grupito de amigas” en el que se apoya cuando no sabe algo. Después de clases hace los deberes y enseguida va a sus cursos de yoga, autoestima y manualidades.

La sonrisa de Susy se anula cuando habla de su familia, pues casi no la visitan. “Hace 2  meses que no viene nadie a verme, la última que vino fue mi hija, pero a ella la entiendo porque sus niños son pequeños y no puede dejarlos, ni traerlos”.

La privada de libertad dice que ya le han tomado lecciones y fueron un poco complicadas, sobre todo las orales, porque le da un poco de vergüenza. “Pero mi mente sí da. Yo quiero seguir mis estudios, pasar la primaria, luego la secundaria y la universidad. Así puedo ayudar a mis 8  nietos en la escuela y más adelante”.

Frente al aula en que estudia Susy está otra donde dictan clases de octavo, noveno y décimo año de educación básica. Desde la ventana se observa la entrada vigilada por 2 agentes de tratamiento penitenciario y en la garita está el escáner por el que pasan todos los visitantes y otros controladores que reciben las identificaciones y hacen chequeos manuales y con un detector de metales.

Patricia Rodríguez es la líder del departamento educativo en el centro y camina por el pasillo observando las aulas. Ella destaca que las alumnas tienen una excelente predisposición hacia el estudio. “Eso nos ayuda a que el programa se desarrolle con facilidad. Las chicas saben que esto les ayudará a mejorar su estado de vida”.

Además indica que tanto las que están estudiando como las que aún no acceden al sistema, realizan otras actividades deportivas como básquet, fútbol, voleibol, yoga y meditación, terapia física, caminata, masajes; culturales como literatura, dibujo, coro, grupo musical;  y educativas como computación, mantenimiento de las máquinas, entre otras.

Grace, de 36 años, es madre de 3 menores y asegura que ellos son su principal motivación para prepararse. “Nos están ayudando para que nos superemos y salgamos de aquí con otra visión. Yo solo estudié hasta el primer año, tenía 15 años”.

Al igual que las estudiantes de los grados inferiores, a Grace se le complican las matemáticas. Ahora está aprendiendo a resolver ecuaciones y está invirtiendo su tiempo en entenderlo, le gusta destacarse. Cuenta que dentro de las aulas no hay rivalidades entre compañeras y eso se debe a las profesoras, que no solo imparten conocimientos, sino también valores.

Hay momentos en que las educadoras emplean el tiempo para que las alumnas expongan sus experiencias, sentimientos y eso acrecienta la empatía entre todas.

“Mi idea es avanzar lo que más pueda aquí en la cárcel y luego seguir estudiando afuera. Mi madre y mi esposo me apoyan y están contentos porque ven que dentro de la prisión  hay el apoyo para rehabilitarse”.

Grace además ingresó a talleres que le van a servir para encontrar una alternativa laboral cuando recupere su libertad: terapia física, jardinería, mantenimiento de computadoras y belleza.

En el recinto penitenciario hay 31 mujeres en alfabetización, 92 en postalfabetización y 131 en octavo, noveno y décimo año. Aún no hay oferta de bachillerato, pero es uno de los proyectos.

La meta es tener 10 mil estudiantes

Ledy Zúñiga, ministra de Justicia, Derechos Humanos y Cultos, asistió esta semana a la ceremonia de inauguración del año lectivo 2016-2017 para la provincia de Guayas, que se realizó en el Teatro Fedenador, situado en el norte de Guayaquil. “Nos hemos propuesto erradicar el analfabetismo en los centros penitenciarios y estamos dando pasos históricos”.

Ciento veinticinco internos asistieron al evento, cada uno acompañado de un policía y otros agentes de seguridad penitenciaria. “Muchos de ellos no tuvieron la oportunidad de estudiar afuera. Sabemos que la verdadera rehabilitación empieza con la educación”, enfatizó Zúñiga y destacó que incluso las personas privadas de la libertad consideradas de máxima peligrosidad se instruyen. A ellos se les realiza una evaluación previa de conducta dentro del recinto y cómo se van acoplando al plan de rehabilitación.

En el caso de los de mínima y mediana seguridad solo se verifica con sus documentos a qué nivel educativo llegaron.

La funcionaria anunció ese día que la meta es terminar el 2016 con 10 mil internos en el sistema educativo.

Freddy Peñafiel, viceministro de educación, arguyó que las personas privadas de la libertad tienen los mismos derechos de acceso a una buena educación al igual que los que están afuera. Las clases son todos los días y reciben tutorías.

“A nivel nacional hay 253 maestros del Ministerio de Educación y de convenios. Los pedagogos fueron capacitados en andragogía; es decir en educación de adultos, porque no es lo mismo enseñarle a un adulto que a un niño”.

Peñafiel refirió que antes había escuelas dentro de las cárceles, pero eran los mismos internos quienes enseñaban y las instalaciones no eran las adecuadas. “Nosotros entregamos los libros y los cuadernos al personal del Ministerio de Justicia”.

La educación de los internos es obligatoria

El artículo 704 del Código Orgánico Integral Penal (COIP) establece el eje de educación, cultura y deporte para las personas privadas de la libertad. “Se organizarán actividades educativas de acuerdo con el sistema oficial. Los niveles de educación inicial, básica y bachillerato son obligatorios para las personas privadas de libertad que no hayan aprobado con anterioridad esos niveles.

El sistema nacional de educación es responsable de la prestación de los servicios educativos al interior de los centros de privación de libertad. El Sistema de Rehabilitación Social promoverá la educación superior y técnica a través de la suscripción de convenios con institutos o universidades públicas o privadas.

Los convenios garantizarán que la enseñanza se imparta en las condiciones y con el rigor y calidad inherentes a este tipo de estudios, adaptando, en lo que es preciso, la metodología pedagógica a las circunstancias propias de los regímenes de privación de libertad.

La administración del centro promoverá la máxima participación de las personas privadas de libertad en actividades culturales, deportivas y otras de apoyo que se programen. (I)

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