El ritual urbano de subirse a un bus marca la vida en Cuenca
Viajar en un bus urbano de Cuenca puede resultar incómodo o tranquilo, todo depende de la hora y de la temporada.
A las 9:47, Rosa Juca toma el bus de la línea 5 en la parada del parque Iberia, al sur de Cuenca. A diferencia de otras personas que se suben con ella y pagan con monedas, la mujer cancela el pasaje utilizando la tarjeta electrónica. Se sienta en la primera fila, se acomoda, estira las piernas y cruza los brazos.
Ese viaje, según Juca, le resultó tranquilo y cree que es por el periodo de vacaciones.
“Casi no hay gente y me pude sentar donde yo quise, pero espere a que empiecen la clases”.
Al igual que Juca, el resto de pasajeros viaja en silencio, que minutos después se ve interrumpido con la intervención de un vendedor.
“Buenos días señoras y señores, estoy aquí no con la intención de molestarles, ni incomodarles, les vengo a ofrecer una rica cocada... pasaré por sus asientos dejándoles el producto, esperando que lo sepan recibir”.
Juca prefiere no tomar las cinco cocadas que le ofrecen por $ 1 y entre risas comenta que tiene el dinero justo para las compras.
Para muchos, tomar el transporte urbano en Cuenca resulta toda una sorpresa. Se pueden encontrar con vendedores de armadores, músicos y hasta enfermos.
La mujer y otros usuarios se bajan en la parada del mercado 10 de Agosto, sitio en donde el vehículo se queda con tan solo tres pasajeros.
A las 18:00 el viaje en la línea 8, que cubre el recorrido San Joaquín-Los Trigales se da entre apretujones y reclamos.
Un grupo de usuarios se sube en la parada de la Tarqui y Calle Larga, donde la mayoría deposita los 25 centavos en la caja monedera, sin embargo otros introducen monedas de $ 0,50 o $ 1, por lo que deben esperar pasajeros para completar sus cambios.
“Tiene $ 0,25”, “Deme a mí las monedas”, “Ayúdeme con los $ 0,25” son las frases que se escuchan cada vez que se suben los pasajeros.
Tres personas esperan el cambio y entre ellos se genera una disputa por recibir lo más pronto posible las monedas.
Con un tono enérgico, una señora dice que “es un problema pagar el pasaje”, a lo que el chofer le responde, con cierta ironía, que compre la tarjeta.
El bus está repleto. Unas madres conversan de las calificaciones de sus hijos; otras se quejan de los trabajos del tranvía y el tráfico que generan. Mientras que algunos simplemente arriman sus cabezas a la ventana y duermen placenteramente.
Los que van de pie agarran bien sus pertenencias y se sostienen de lo que puedan para aguantar los empujones.
“Señor, ya no hay más espacio”, grita una joven, lo que al chofer no le importa pues asegura que en la parte de atrás aún hay puesto, y por eso permite que un nuevo grupo de pasajeros se suba, entre ellos una mujer con un bebé en brazos.
Pese a que las primeras filas están destinadas para embarazadas, personas con niños y discapacitados, nadie le cede un asiento a la mujer.
Unos la ven, pero prefieren virar la cara y a otros repentinamente les asalta el sueño.
Un señor que se percata de este quemeimportismo dice: “alguien que le dé el puesto a la señora”, y desesperados los ‘dormidos’ quieren ser los primeros en cortesía.
Al llegar a la Terminal Terrestre el bus se descongestiona de pasajeros.
Se suben otros usuarios y empieza nuevamente el problema de los sueltos, pero esta vez la caja monedera se traba.
El chofer, molesto, se estaciona y con fuerza introduce un alambre para habilitar la ranura de la caja. “Señores, pongan las monedas una por una”.
En 2009 la Cámara de Transporte de Cuenca (CTC) implementó un sistema de cobro electrónico y de caja común.
Desde entonces el pasaje se cancela con monedas y tarjeta.
Los transportistas piden que el pago sea solo con este último medio, sin embargo en la ciudad existen criterios divididos. (I)