Después del terremoto, un naufragio cultural se evitó gracias al patrimonio vivo
El día en que ocurrió el terremoto, en Manta, el poeta y editor Alexis Cuzme no había abierto ningún libro. A las 18:58, estaba a bordo de su carro y desde allí vio cómo se desplomaba un edificio de 4 pisos, mientras en su casa las cosas caían por los suelos. Los sábados —como el pasado 16 de abril— suele pasear con sus hijos en el puerto pesquero donde nació.
Alexis vive en el barrio Circunvalación, en un hogar que albergó a una treintena de familiares mientras menguaba el temor que provocaba cada réplica. Durante una semana estuvieron incomunicados, cocinando de forma colectiva, durmiendo casi al aire libre y turnándose para buscar agua y comida en los alrededores. Pasados 15 días del seísmo —cuando supieron que la cifra de muertos rondaba las centenas y que el barrio Tarqui había desaparecido, al igual que decenas de personas—, él volvió a su trabajo en la Universidad Laica Eloy Alfaro de Manabí (Uleam).
Junto al músico y diseñador gráfico Joselo Márquez, Alexis recorrió los 7 bloques de la Uleam que habían sido devastados, entre esos la biblioteca, el vicerrectorado académico y el rectorado. Algunas paredes se habían convertido en escombros, partes del techo estaban resquebrajadas y las perchas de los libros habían bloqueado las salidas de emergencia. En la editorial universitaria Mar Abierto (ubicada en el tercer piso), en la que Cuzme es editor de publicaciones, y Márquez, diseñador, un grupo de 5 personas rescató unos 300 cartones que contenían 6 mil libros.
En Manta, el grupo teatral Arte por la vida se formó gracias a la colaboración de varios colectivos después del 16 de abril de 2016. La pintura, el teatro y el cine fueron parte de las actividades que compartieron con la población. El tradicional barrio Tarqui fue uno de los más afectados pero, a fines de año, su mercado se reabrió.
Mar Abierto tiene una importante cosecha académica y literaria. En 2012, la Cámara Ecuatoriana del Libro registró 25 títulos producidos por el sello, lo cual los puso en el tercer lugar de universidades con más publicaciones de ese año. A partir del terremoto, la editorial ha publicado 2 libros impresos, de 500 ejemplares cada uno, además de 8 digitales. El ritmo de su producción bajó por una reducción de personal. Ahora, Alexis edita, corrige y revisa mientras Joselo diagrama y diseña las portadas. Ambos se encargan del blog de la editorial y de sus redes sociales.
Rock y poesía como fondo de la resiliencia
Durante el terremoto de 7,8 grados en la escala de Richter, Joselo Márquez no había entonado su guitarra pese a que era sábado. Al integrante de las bandas Guerreros de Cartón y Stella Medussa se le había averiado el auto en un puente de Tarqui, la ‘zona cero’ y, después de las 18:58 del 16 de abril, en medio de la oscuridad y el caos, corrió hacia su casa en Rocafuerte.
El género que practica Joselo se inscribe en lo que define como “rock apocalíptico”, una fusión entre punk, new age, rock alternativo y metal. Con 37 años, el diseñador formó, con varios artistas mantenses, el movimiento Música Independiente de Manabí que el 22 de octubre organizó el concierto Murcicalízate, en la playa El Murciélago. En Manta, la escena hardcore está mejor consolidada que la de otros géneros pero la idea de Joselo es que los públicos se unifiquen en los conciertos.
Los niños, en la provincia de Manabí, representaron sus deseos y a sus familias de forma gráfica. Este ejercicio lúdico, en el cual colaboraron gestores culturales y artistas, les ayudó a asimilar el paso de la tragedia. Las narrativas y disciplinas del arte hacen que la resiliencia se presente en varios sentidos.
“Después de la tragedia, todo fue un vacío, un silencio total en cuanto a música —recordaba Alexis Cuzme, junto al estand de Mar Abierto en la última Feria del Libro de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador—; tomó unos 4 meses el que los músicos vieran la necesidad de juntarse más allá del género que practicaran”. La tragedia hizo que Joselo sintiera temor de ensayar en un estudio cerrado: “Sentíamos una especie de paranoia”, confiesa; así que volvió a reunir a sus músicos 2 meses después del seísmo. Pulsares, es el disco de Stella Medussa que ya se puede escuchar en la plataforma Soundcloud.
Sobre periodismo y activismo metaleros
A sus 36 años, los tiernos hijos de Alexis Cuzme hicieron que su oficio de escritor dejara de ocuparlo todo el día. A eso se sumaron las largas jornadas que de él —y de Joselo Márquez— demanda Mar Abierto, pero hace 4 meses presentó el poemario Rituales del ego (Jaguar Editorial, 2016) en el ciclo de poesía Señor Gagón de Loja. Los versos de Cuzme abordan la individualidad, la soledad y, esta vez, dice que continúan “haciendo una crítica a lo religioso, a lo idólatra que suele ser la gente, sobre todo la cristiana”.
El terremoto hizo que Alexis empezara a escribir un nuevo libro al que titulará La ruina del vientre sacudido. Las historias que escuchó sobre el desastre o que leyó en la prensa local se condensan en este proyecto a través de un sobreviviente ficticio que queda atrapado en un edificio en ruinas y que narra el delirio de niños encerrados a su alrededor, el asesinato mutuo de una pareja de esposos o la desesperación de las víctimas que ingieren su propio orín y el ajeno para poder esquivar a la muerte.
Las primeras 72 horas luego del terremoto estuvieron gobernadas por el miedo. Durante el segundo día hubo una alerta de tsunami que hizo que los mantenses corran hacia partes altas, como Montecristi. “Antes del mediodía, salieron en masa, y algunos hasta veían una ola imaginaria a lo lejos”, recuerda Cuzme. “Era una forma de la histeria que ni la policía o los organismos de socorro podían apaciguar con sus megáfonos. El miedo se disparaba”.
Cuando el miedo se dispara en forma de melodía suele llamarse death metal. Alexis también es poeta y periodista. Fundó Marfuz ediciones, sello especializado en la publicación de obras relacionadas al rock y a la literatura que ha publicado 26 números de la revista homónima.
Los amorfinos fueron silenciados por el terremoto
Durante ‘un minuto eterno’ el terremoto derribó casas, iglesias y hasta un reloj centenario. En Manabí, 60 segundos marcaron la historia enterrando buena parte del presente (y del pasado). Los sobrevivientes hacían un ejercicio de memoria para encontrar vestigios y las décimas (amorfinos) tradicionales de la provincia se eclipsaron. Al menos una decena de amorfineros —adultos mayores, patrimonios vivos— fueron silenciados por la incertidumbre.
Los museos, bibliotecas, archivos y sitios arqueológicos pueden ser monitorizados, pero sus equivalentes humanos —cantadores de versos y mitos de la oralidad montuvia— estuvieron incomunicados. “La muerte de uno solo de estos individuos es como la desaparición de una biblioteca entera”, le dijo a este diario el etnomusicólogo Juan Mullo Sandoval, “su memoria tiene una información importantísima; son sabios de quienes no se considera su oralidad, tan valiosa como un repositorio de piezas arqueológicas”.
La etnomusicología traza cartografías sonoras, un mapa de voces y cantos que escasean en los archivos del Ministerio de Cultura y Patrimonio (MCyP), según Mullo, experto en el oficio del registro musical del país. “Tenemos que ayudar en esto porque es una nueva comprensión histórica el valorar a las personas que viven y que, por su sabiduría, son como bibliotecas ambulantes de la cultura”.
Los patrimonios vivos que identificó Juan Mullo —en su Cartografía sonora del litoral ecuatoriano (Guayas y Manabí), el 18 de abril y a la que tuvo acceso EL TELÉGRAFO— son Amparito Mejía y Anita Cano (quienes residen en Tosagua); Felisa Franco y Benedicta Andrade, (Santa Ana); Dumas Mora y Eumeny Álava (Calceta); Alfonso Macías y Raymundo Zambrano (Manta); Rosita Basurto y Margarita Ordóñez (Picoazá); y Wilman Ordóñez (Guayaquil).
En medio de la tragedia, la ubicación de los caseríos y recintos de los amorfineros hacía imposible localizarlos. Los acervos y archivos sonoros de la cultura montuvia tendrían una documentación menor a la negritud e indigenismo, dice Mullo, quien le atribuye esta desventaja a la ausencia de un plan sobre el tema que articule sus pocos archivos existentes.
Urge un plan de salvaguarda para patrimonios vivos
Los repositorios musicales de la cultura montuvia más importantes del país son el del archivo del Banco Central del Ecuador y los documentos del investigador Wilman Ordóñez Iturralde, en Guayaquil, y los registros sonoros que custodia Mullo —por encargo de Ordóñez— en Tumbaco (al nororiente de Quito). Sin embargo, el amorfino todavía no tiene carpeta de archivo, está recogido y vivo en la oralidad montuvia. Por eso es importante localizar a quienes lo portan en Manabí, donde conforman la tradición.
“Cuando ocurren estas catástrofes y el MCyP responde con un plan para salvaguardar las piezas arqueológicas, salta la necesidad de proteger a los seres humanos que son bibliotecas que caminan, que son patrimonios vivos debido a su sabiduría, la cual también debería ser documentada. Urge un plan para la salvaguarda de patrimonios vivos, que están en las zonas más afectadas”, dice Mullo, para quien la reconstrucción de edificaciones patrimoniales —como la torre que contenía un reloj republicano, en Calceta— o del gran patrimonio arqueológico de la Costa no estaría completa sin el cuidado de las personas que, además de los artistas, cantan y narran su cultura.
La cantora Josefa Franco —hermana de Felisa— falleció en Santa Ana, unas horas antes del terremoto, debido a su edad avanzada, su acervo apenas se registró. La memoria de sus escuchas también es el mayor archivo de otro par de cantores fallecidos este año: Edmundo y Reynaldo Zambrano.
El terremoto derrumbó una escuela fiscal ubicada en el recinto ganadero La Codicia, de Flavio Alfaro. A esa comunidad se accede por una carretera asolada por derrumbes que se intensificaron con la lluvia invernal de abril. Al iniciar el año lectivo, en la Unidad Educativa Mariscal Sucre se matricularon unos 170 estudiantes.
Juan Mullo dice estar preocupado por que la desaparición física de los amorfineros carcoma la memoria y el arte vivos. “La mitología montuvia sería una de las afectadas. He recopilado grabaciones de Portoviejo y el resto de la provincia, donde no existe una política real para el patrimonio vivo y su archivo”, señala el etnomusicólogo, quien presentó una propuesta de creación de un Fondo de la Oralidad —procesos técnicos y archivísticos incluidos— en la Universidad de las Artes, sin obtener una respuesta favorable.
El disco Cantos montoneros y chapulos contiene una decena de piezas (compuestos desde fines del siglo XIX hasta inicios del XX) más un cancionero alfarista. Los libros Cantos montoneros y chapulos: semántica de la canción alfarista y El Bolero porteño, ambos de autoría de Mullo, también son parte del acervo oral. Otros de los artistas que atesoran saberes en Manabí son los fabricantes, a partir de la paja toquilla, de los tradicionales sombreros de Montecristi, como la desaparecida Josefa Franco.
La caña y el arte como bálsamo
La caña es un símbolo de la resiliencia. En Manabí, tras el terremoto del 16 de abril, los habitantes que cosechan la caña guadúa ven en este material un sinónimo de la reconstrucción y que, ante la posibilidad de que la tierra vuelva a temblar, ya nada se caiga ni se pierda debajo del cemento.
La casa de 2 plantas que era propiedad de la familia Vélez-Cedeño, levantada en el centro histórico de Portoviejo en 1925, y cuyos trabajos de restauración empezaron en 2014, se construyó con caña y con la técnica ancestral del enquinche, hace 90 años. Los trabajos de restauración tuvieron un costo de 300 mil dólares.
La agrupación de artes escénicas La Trinchera abrió en agosto de 2016 su 29° edición anual. Pese a las dificultades de financiamiento, una obra rememoró el símbolo manabita: Mancha e’ caña. Nixón García, director de la agrupación desarrolló el montaje para trabajar con su elenco de actores junto al grupo Contraluz de Portoviejo, bailarines de la compañía Ceibadanza y cantantes invitados. El grupo llevó su obra a albergues en las distintas poblaciones manabitas, con la idea de que el arte sea una semilla para la recuperación.
El Ministerio de Cultura y Patrimonio destinó $ 130 mil para el financiamiento de 16 proyectos culturales y tomó como punto de partida al público de Manabí y Esmeraldas para una serie de presentaciones previas al Festival de las Artes Vivas de Loja.
Artistas callejeros, compañías de teatro y danza, grafiteros y hasta quienes siempre están de paso por el país, como el director escénico español Chevi Muraday, llegaron a estas provincias para sostener la fragilidad posterremoto y proyectarse hacia el futuro. (I)
La arquitectura patrimonial es una especie de registro histórico que, en la Costa ecuatoriana, al igual que en otros lugares, habla de las costumbres y condiciones de época. El Instituto Nacional de Patrimonio Cultural (INPC) regional 4 es el encargado de velar por estas edificaciones en la capital manabita.