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El Telégrafo
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Los jornaleros se quejan de falta de trabajo, particularmente en los últimos meses

San Francisco, la plaza de la mano de obra muy poco requerida por constructores

La mayoría son obreros de la construcción que perciben un salario de acuerdo a lo pactado. Ninguno está asegurado, porque el trabajo es ocasional. Foto: José Luis Llivisaca / El Telégrafo
La mayoría son obreros de la construcción que perciben un salario de acuerdo a lo pactado. Ninguno está asegurado, porque el trabajo es ocasional. Foto: José Luis Llivisaca / El Telégrafo
28 de septiembre de 2014 - 00:00 - Daniela Idrovo Farfán, colaboración especial

Son las 09:00 del lunes, ellos (albañiles, peones, carpinteros, gasfiteros) están aquí desde las 7:00. Hay algunos que llegan un poco antes, quizá pensando que así serán contratados más pronto. Alrededor de 300 y 400 trabajadores se instalan todos los días en la Plaza de San Francisco —ubicada en pleno Centro Histórico de Cuenca— esperando conseguir trabajo.

Hay de todo y para todo tipo de quehaceres, ellos están atentos, vigilantes por si llega algún arquitecto, ingeniero o cualquier constructor que necesite mano de obra. Si eso pasa, todos se amontonan deseando ser escogidos para trabajar y así poder ganarse la vida. Si alguno de los contratistas llega en camioneta, los jornaleros se suben al balde del vehículo, aunque una cuadra más allá deciden bajarse si no han sido contratados. Esta acción es un intento desesperado para que los lleven a laborar.

Aquí hay obreros de todo tipo y toda edad, “es como un mercado de personas”, dicen algunos transeúntes. Hay jóvenes tanto de 15 años, como adultos mayores de 50, hombres altos, bajos, robustos, delgados… todos cargan una mochila, algunos, una muy pesada, pues ahí dentro llevan sus herramientas.

Washington Espinoza es uno de ellos: pelo negro, estatura media-baja, lleva 14 años siendo albañil, es de Machala y vino a vivir en Cuenca hace 12 años por su esposa.

Él cuenta que viene a la plaza todos los días a las 7:00 y se retira al mediodía y que solo unas pocas veces se ha quedado hasta las 16:00. Se queja de que no hay trabajo, que no hay las condiciones necesarias para que labore un albañil, que quieren pagar muy poco a pesar de ser un trabajo muy fuerte y sacrificado, que si se enferma no le pagan y cosas como esas “dañan el corazón”.

Mientras Washington habla lo rodean otros 30 jornaleros, antes no querían hablar, ahora todos están opinando, están tan cerca y tan acumulados que intimidan. De rato en rato por ahí uno hace una broma y todos se ríen.

Entre ellos también está Cristian Baculima, tiene 19 años y trabaja como oficial desde los 15 para ayudar a su mamá, quien se gana la vida limpiando casas. Igual que los demás, Cristian viene todos los días; está en cuarto curso, estudia a distancia.

Durante la espera, unos conversan, otros leen el periódico, algunos están solos pero todos al final tienen la misma necesidad.

A la vuelta de la plaza de San Francisco, en la calle Presidente Córdova, se encuentran las oficinas de la Red Socio Empleo, un mecanismo de orientación laboral, que funciona como una agencia de trabajo estatal. Su objetivo es ayudar en la solución del desempleo y evitar que los albañiles se aglutinen en la plaza; sin embargo, hay muy pocos obreros y contados contratistas que acuden a este espacio. Los obreros insisten en que esa agencia puede hacer muy poco, porque ellos también dependen de que haya contratistas.

Así, la plaza de San Francisco se ha convertido en la vitrina de la mano de obra, tan cotidiana que ya nadie se pregunta qué hacen tantos hombres ahí, son casi un elemento más de la zona, como lo son los vendedores de artesanías, los comerciantes autónomos, las palomas y los turistas que recorren todos los días el lugar.

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