Se trata de un tipo de construcción ecológicamente sostenible
Las casas tradicionales de barro resisten al abandono y olvido de sus propietarios
La mayoría están abandonadas o en riesgo de caer. Las viviendas de barro del cantón El Pan han resistido a las inclemencias del clima, pero, sobre todo, al olvido de sus dueños, para recordamos las formas tradicionales de construcción a base de tierra, que antiguamente se empleaban en este y otros sectores del Azuay.
Son pocas las viviendas de barro, en sus diferentes formas, ya sean de bahareque, tapial o adobe, las que aún se conservan, al igual que los hábiles maestros que levantaron estas estructuras.
Durante los últimos años, la construcción de este tipo de edificaciones ha sido abandonada y reemplazada por las moradas de cemento y bloque.
La casa de Polibio Maldonado (+), ubicada en la comunidad La Merced, es una de estas estructuras que, según vecinos del lugar, tiene más de 100 años de existencia.
Rodeada por plantas de durazno y un pequeño llano, esta casa de tierra rojiza conserva las características de lo que fueron las viviendas típicas del sector, hechas de barro, carrizo, paja, suros, chahuarquero y otros materiales que los habitantes traían del campo.
En la actualidad, aunque muchas de estas estructuras están abandonadas, sus formas y colores siguen otorgando al paisaje de este cantón un aire tradicional.
Miguel Maldonado, de 90 años, vive en la comunidad de Santa Teresita. Aprendió el oficio de su padre, con quien laboró desde niño para luego convertirse en un hábil maestro que levantó cientos de casas, principalmente de bahareque (barro y madera).
Hace unos 30 años dejó inconclusa una de las últimas viviendas de barro que empezó a construir. Sufrió una caída que le dejó con problemas en la columna. Actualmente vive junto con su esposa, Etelvina Vera, en la casa de barro que él mismo levantó hace unos 60 años. Maldonado explicó que antiguamente las casas se hacían a través de ‘randimpas’ (trabajo comunitario).
Según la investigación ‘Arquitectura tradicional en Azuay y Cañar’, del Instituto Nacional de Patrimonio Cultural (INPC), además de los conocimientos ancestrales que contiene la arquitectura tradicional, esta encierra una gran cantidad de prácticas culturales y simbólicas, tal es el caso de las mingas.
“Se decía hagamos un randimpa y construíamos las casas, ahora si no hay los 15 dólares para pagar ya no se hace nada”, dijo Maldonado, acotando que para levantar una vivienda, dependiendo del tamaño, la construcción tomaba entre 4 a 5 semanas.
Para ello, reiteró, eran necesarias las mingas, mediante las cuales se recolectaba de los cerros las bases de piedra, la madera y otros materiales que debían ser movilizados por yuntas.
Para levantar la estructura estaban los ‘randimpas’. Los ‘mingados’ barreteaban la tierra a la que le echaban bastante agua hasta formar el barro, en donde también se lanzaba paja.
Maldonado señaló que en algunos casos, para hacer bastante barro, incluso era necesaria la ayuda de animales para batir la tierra.
Una vez listo el barro, las base y los pilares de madera, se procedía a colocar el barro en el entramado de carrizos o suros.
En las mingas, indicaron varias personas, no podían faltar las comidas de grano y la chicha de maíz.
Según los escritos de Iván González Aguirre, estas casas tradicionales forman parte de la cultura de la tierra, la cual rescata el valor de la palabra empeñada, con la alianza pactada entre amigos, vecinos y parientes, sellada con el consumo de bebidas alcohólicas y la honorabilidad en el cumplimiento de los acuerdos. (O)