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El Telégrafo
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En Alambuela, Carmen Andrango mantiene viva la cerámica tradicional

La alfarería aún se practica en Cotacachi

Los hijos y los nietos de la artesana le ayudan en su trabajo; sin embargo, ninguno piensa seguir con el oficio.
Los hijos y los nietos de la artesana le ayudan en su trabajo; sin embargo, ninguno piensa seguir con el oficio.
Foto: Carina Acosta / EL TELÉGRAFO
09 de septiembre de 2017 - 00:00 - Coralía Pérez

Alambuela, Cotacachi.-

En la comunidad Alambuela, en Cotacachi, el paisaje natural se mantiene. Casas de adobe, extensos campos sembrados con maíz, papas o trigo y el suave canto de los pájaros le dan un toque único al sitio que, además, guarda uno de los oficios más antiguos: la alfarería.

En la localidad, María Carmen Andrango, de 68 años, sigue elaborando vasijas, ollas, tiestos y pondos hechos con barro. Aunque en la actualidad lo hace con mayor prolijidad, gracias a sus 50 años de experiencia.
Inició con el oficio desde joven, gracias a las enseñanzas de su madre. Esta actividad, junto con la agricultura y la crianza de animales, le permitió criar a sus seis hijos.

Uno de ellos, Claudia, recuerda que desde pequeña ayudaba a su madre en la elaboración de los tradicionales artículos. “No es una actividad fácil”, dice Claudia, quien detalla el proceso de elaboración.

Explica que para elaborar cualquier artículo, es necesario contar con tres tipos de tierra. Sus principales fuentes de materia prima son los campos aledaños donde consiguen la tierra negra, y las quebradas Purtuguaico y Perafán, donde consiguen tierra amarilla y blanca.

A continuación, se las deja al sol durante tres o cuatro días. Luego, la golpean hasta que solo quede polvo, retirando piedras, hojas y basura para, finalmente, cernirla. Posteriormente, se debe añadir agua en suficiente cantidad y taparla con un plástico para que repose por una semana.

Para las mujeres, una parte esencial del proceso es la mezcla adecuada de las tierras, que según Carmen Andrango, solo se consigue pisándola de cuatro a cinco horas.

El siguiente paso es la elaboración de los artículos, que se realizan por capas y se dejan secar a la sombra por dos días. José Tambaco, yerno de Carmen, aporta con los acabados de las piezas.

Finalmente, es momento de cocer los artículos. La artesana no cuenta con un horno especial, sino que cocina las piezas por cerca de tres horas en un fogón circular, encendido con tuzas, orina y excremento de vaca, hojas secas y leña, que es cubierto con hojas de trigo.

El producto final se oferta en los mercados de Cotacachi, aunque en los últimos años, gracias a la calidad de sus productos, los compradores llegan hasta la casa de Carmen Andrango, según cuenta Claudia.

Uno de ellos es Alejandra Acosta, quien en esta ocasión regresa a su hogar con un tiesto. “Me parece que es un trabajo bien hecho, se nota que es durable y además da un sabor especial a las comidas”, dice Alejandra, que además piensa que al ser un trabajo artesanal debería ser más valorado, y mejor pagado.

Para el antropólogo Diego Velasco, la alfarería es una expresión cultural de suma importancia que caracteriza a cada pueblo.

Según lo explica, en el Ecuador esta práctica data de hace 10 mi años a. C., aproximadamente, cuando la cultura Valdivia inició el uso de la cerámica no solo como utensilio, sino como una muestra artística, decorativa e incluso como forma de escritura.

Durante la época de la colonia, esta actividad sufrió su primer gran cambio. Junto con la religión vino también el cambio de lo rústico por las técnicas más avanzadas.

El antropólogo asegura que la importancia de la alfarería decayó completamente desde los años setenta, cuando el plástico tuvo su auge. “Ahora hay platos, cucharas, fuentes, y una serie de artículos que desplazaron a la cerámica, dejando atrás no solo utensilios; sino también cultura, identidad”. (I)

Cerca de una semana le toma a Carmen Andrango elaborar una decena de piezas. Lo forzado del trabajo le obligó a disminuir la cantidad. Foto: Carina Acosta / EL TELÉGRAFO

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