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Ecuador, 29 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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La jornada arranca en la tarde y culmina al día siguiente

La pesca artesanal, el motor económico de miles de familias en la costa manabita

Previo a su jornada de faena, los pescadores revisan el estado de las pangas y de sus herramientas para trabajar. Foto: Rodolfo Párraga / El Telégrafo
Previo a su jornada de faena, los pescadores revisan el estado de las pangas y de sus herramientas para trabajar. Foto: Rodolfo Párraga / El Telégrafo
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Existen un sinnúmero de trabajos arduos, con grandes sacrificios y dificultades, pero con grandes satisfacciones personales. Una de estas labores es la pesca, una actividad heredada de las culturas ancestrales de nuestro país.

Tras investigaciones, se ha determinado que la principal fuente alimenticia de quienes residían en la zona costera era la pesca, por encima de la agricultura y la caza.

La pesca artesanal, que data de miles de años, es la actividad que permite capturar peces y mariscos a lo largo del litoral con embarcaciones pequeñas llamadas pangas. Además se utilizan instrumentos simples como redes de cerco, cañas, atarraya y cuerdas.

Una panga puede medir unos 18 metros de largo como máximo. Su valor es de $ 4 mil, en promedio, y del motor unos $ 7 mil. El Ecuador posee 640 kilómetros de perfil costero. El 50% de los pobladores que viven en comunidades costeras se dedica a la pesca artesanal.

Ramiro Franco, de 30 años, se dedica a la pesca desde su infancia. Proviene de una familia de pescadores artesanales de la parroquia Crucita, localidad de Portoviejo.

Para él, los días laborales arrancan en la madrugada. Cuando llega la tarde, él, junto a sus tíos y primos, sube a la panga familiar e ingresa al mar hasta el día siguiente con la expectativa de retornar a tierra con la cantidad necesaria de peces para vender y así cubrir las necesidades básicas.

De la misma manera, miles de familias de la costa manabita hacen esta rutina. Otras tienen jornadas de trabajo más largas.

Antes de entrar al océano, los pescadores se dedican a los arreglos de las pangas y a verificar el estado de las redes, también llamadas calzones. Tratan de aprovechar al máximo el tiempo con su familia, ya que al entrar al mar, pueden ser uno muchos los días que tengan que pasar en el bote.

En la actualidad, la pesca artesanal se ve opacada por el desarrollo de la pesca industrial. Debido a los cambios climáticos, cada vez hay menos peces en las cercanías de nuestras costas, por lo que los pescadores deben irse, cada vez más  mar adentro.

Para obtener una buena cantidad de producto, estas personas deben adentrarse hasta  70 millas, lo que equivale a 4 horas de viaje.

Por motivos como este la pesca artesanal ha experimentado múltiples modificaciones. Se busca introducir en esta actividad nuevos elementos para su mejoramiento. Se realizan mejoras tanto en el ámbito individual como colectivo. Los trabajadores se asocian para obtener mayores beneficios de su sacrificada labor.

Aunque en estos últimos años se han hecho mejoras en las instalaciones de desembarque, manipulación y conservación de los productos pesqueros, lo que ha favorecido al desarrollo de este sector, los pescadores regularmente carecen de medios de producción y de formación técnica como para permanecer en esta actividad de manera estable.

César Reina es otro pescador de Crucita. Es armador (dueño de una lancha de fibra). Este portovejense cuenta que existen muchos peligros dentro del mar, entre ellos la piratería.  Indica que en varias ocasiones ha sido víctima de ladrones que lo han despojado de su mercadería y hasta de su bote, dejándolo a la deriva en el mar.

Mientras Reina habla de sus anécdotas en el mar, interviene Franco y resalta: “A veces son personas que conocemos las que nos pueden robar, se ponen una capucha y nos asaltan”.
Normalmente, en 2 días dentro del mar se gastan $ 150 en comida, gasolina y hielo para los pescados. Esto deja una ganancia de $ 1.500, si es que la pesca ha sido buena.

Los peces que normalmente se comercializan son el pez espada, picudo, rabón, bandera y la albacora. En las redes quedan también cangrejos y hasta tiburones, que son vendidos por el consumo de sus aletas, así como de sus vísceras para hacer harina.

El esfuerzo por obtener mayores ingresos económicos hace que los pescadores cambien su metodología de trabajo y atrapen, sin intención, especies que no son su blanco. Estos errores perjudican el equilibrio de los ecosistemas marinos.

En los registros oficiales del Magap (Ministerio de Agricultura, Ganadería, Acuacultura y Pesca), la parroquia Crucita es un importante sector productivo para el cantón.

Cuenta con más de 5 mil pescadores, lo que representa el 35% de la fuerza laboral directa a escala local. A ellos se suman unos 5 mil puestos indirectos: quienes extraen las vísceras, personal de abastecimiento, servicios especializados, plantas de proceso, proveedores y transporte.

Se estima que en el sitio Los Arenales, localidad de Crucita, existen unos 2.100 pescadores artesanales.

Según las conclusiones del Taller sobre Manejo y Asignación de Recursos Pesqueros a Pescadores Artesanales en la región, organizado por la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), el número de pescadores artesanales de América Latina es de 2 millones, con una producción anual estimada de 2’500.000 toneladas y un valor de unos $ 3 mil millones.

Los pescadores no solo tienen que preocuparse por las dificultades de su actividad, sino también por los problemas de la comunidad.

Pero la pesca artesanal y la familia no ocupan todo el tiempo de Franco, quien cursa sus estudios superiores en la Universidad Técnica de Manabí. En la actualidad  está enfocado en su tesis.

Por su parte, Reina y su esposa, María, viven de la pesca. En muchas ocasiones, cuando el jefe de hogar no tiene quién lo acompañe en su panga durante los días de faena, su cónyuge lo hace, ayudándole en la  pesca y en todo lo que haga falta.

“Por lo único que me pueden recordar las personas que me conocen es por ser un hombre que trabaja, trabaja y trabaja, por nada más. Es lo único que hacemos los pescadores, trabajar”, asevera Reina, de 45 años.

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