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Las ventas ambulantes, el foco de aglomeración en el Mercado Central de Quito

Las ventas ambulantes, el foco de aglomeración en el Mercado Central de Quito
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El reloj marcaba las 11:00 del viernes 3 de julio de 2020. El Mercado Central de Quito, en el Centro Histórico de la capital, se encontraba casi vacío. En su interior, las caseritas sentadas al filo de sus pequeños locales, recubiertos con baldosa gris, a la espera de un solitario cliente que se acercara por un plato de comida. Dentro del mercado se percibía un ambiente de calma, de tranquilidad, de seguridad. Todo lo contrario al exterior.

Las inmediaciones del Mercado Central de Quito son uno de los puntos con más aglomeraciones en la ciudad, según un reporte realizado por el Servicio Integrado ECU911. En las aceras, desde la calle Pedro Fermín Cevallos hasta la  José Joaquín de Olmedo, se asientan, diariamente, decenas de vendedores ambulantes. Ofrecen productos de todo tipo, como ropa, alimentos, frutas, legumbres, artículos de higiene y chucherías. El inconveniente es que las normas de bioseguridad son casi nulas.

En las veredas hay personas con mascarillas, pero también se encuentran las que no las usan o las llevan en el cuello. Sus manos están descubiertas, sin guantes, y el gel antibacterial no se observa en ninguno de los puestos improvisados.

Para los moradores de este sector de La Marín, la venta ambulante no solo es una competencia “desleal” con los comerciantes del mercado, sino que se ha convertido en un “tapadero” para delincuentes. La informalidad trajo consigo la inseguridad y, a cambio, alejó a los compradores.

“La gente ya no quiere venir al mercado porque se siente insegura”, mencionó Amalia Cárdenas, vendedora del Mercado Central. Desde su pequeño local de venta de flores mira a los pocos usuarios que transitan por el lugar. La acostumbrada afluencia de público en un viernes de la ‘vieja normalidad’ solo queda en el recuerdo. En este lugar atendían 158 negocios, de los cuales solo 60 retornaron a principios de junio, como parte de la reactivación económica en Quito.

Cárdenas manifestó que los vendedores ambulantes son personas extrañas al centro de acopio y al barrio. Criticó que comercializan sus productos en la intemperie, entre el polvo y el coronavirus. En la opinión de las caseras, la informalidad ha causado desorden, aglomeración, delincuencia e insalubridad. A diferencia de ellas, quienes sí cumplen una serie de requisitos sanitarios. “Son el foco de infección de nuestra querida ciudad”, dijo Paulina Lema, comerciante de corvina en el mercado.

La parroquia Centro Histórico registra el 5% de los casos positivos por covid-19 en el Distrito Metropolitano. Esta cifra la pone a competir con Belisario Quevedo (norte) por el tercer lugar de las parroquias con más contagios en la urbe. La concentración de personas en barrios como La Marín, San Roque o El Panecillo explican esta estadística.

Ya no es como antes, (era) lleno el mercado”, rememoró Miguel Ángel Claudio, un lustrabotas de la tercera edad que trabaja al costado derecho del acceso al Mercado Central. Con su mascarilla a medio poner, que deja al descubierto su nariz, confirmó que el panorama en ese sector ha cambiado.

Conversar con él no es tan sencillo. El resonante ruido de los buses atravesando la avenida ocultan sus palabras, sus anécdotas. Miguel Ángel lleva 60 años en La Marín. Es el mayor de los tres hombres que limpian zapatos al lado del mercado. Dialoga con ellos sobre la realidad del país, cambiada en la actualidad por una pandemia inesperada.

La Agencia Distrital de Comercio del Municipio de Quito y la Secretaría de Seguridad del Cabildo realizaron un operativo a las 4:30 de este viernes para remover las ventas no regularizadas y recuperar las calles. Esta acción se hizo en Calderón y en los alrededores del Mercado Central. Para las caseras, el operativo fue un alivio y una esperanza de que la situación mejore. La Asociación de Comerciantes espera que los controles sean constantes.

Nuestro negocio no está llegando ni al 10% de lo que normalmente se vendía. Ha mermado bastante la afluencia de las personas”, sostuvo Lema. La representante del gremio de comerciantes acotó que en el mercado se hace una desinfección total cada vez que 20 personas ingresan, mientras las “señoras de la calle, se sientan y se ponen a vender”, colocando los productos en el pavimento.

El tradicional local de Lema continúa como uno de los más apetecidos por los hambrientos caminantes que buscan un desayuno atrasado o almuerzo tempranero, según sea el caso. El olor a corvina disipa el ya característico aroma a alcohol, por el gel que comparte a cada uno de sus clientes.  

La informalidad

El que tiene dinero puede quedarse en la casa, pero para el que vive el día a día es imposible”, declaró Diego Loacha, un transeúnte que caminaba por la Avenida Pichincha, frente al Mercado Central. Desde su perspectiva, la emergencia sanitaria provocó bastante desempleo y las personas tienen que buscar la manera de subsistir.

“Los vendedores de la calle, estando bien, a veces ni almorzaban. Imagínese ahora”, comentó. El ciudadano puntualizó que la indisciplina de la población para no cumplir con el distanciamiento social y evitar las aglomeraciones se debió a “la propia necesidad”.

Sentenciar que la ventas ambulantes llegaron a este punto de Quito por la pandemia es impreciso. Un hombre de mediana edad, a quien solo se le ven los ojos por la mascarilla negra que utiliza, aclaró que ha vendido quesos manabas desde hace siete años en la esquina ubicada entre la Esmeraldas y Fermín Cevallos.

“Hay gente que (recientemente) vino a este lugar”, reconoció el comerciante ambulante, quien no quiso identificarse por temor a que lo reconozcan por una pensión de alimentos que adeuda. A pocos metros suyos hay dos mujeres y otro hombre vendiendo frutas, pero ubicados en la calzada. Los vehículos, y su polución, transitan a su lado.

Entender la agrupación masiva en el centro y sur de Quito implica comprender la realidad de la informalidad, que motivada por la crisis económica y la indisciplina social, oferta cualquier clase de bienes con tal de recibir un ingreso. Como se observa a simple vista, las medidas de bioseguridad quedan en segundo plano, el control metropolitano es escaso y la conciencia de que hay un peligroso virus queda en el discurso. (I)

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