Miles de feligreses realizaron penitencias en la capital del país
Con un trote breve, Segundo Morocho y sus tres hijos bajaban por la calle Rocafuerte. Ellos querían llegar puntuales al rosario de las 08:00.
La familia cruzó la calle Bolívar, que desde muy temprano concentró a vendedores ambulantes y creyentes católicos, y se detuvo frente al Colegio San Andrés.
Morocho colocó en el cuello de su niño más pequeño un rosario. Jimmy, de 10 años, lo miró y dijo: “Esto lo hacemos por la mamita ¿verdad?”. Su padre sonrió y asintió con la cabeza. Los rezos matinales ya habían comenzado. El padre entró a la institución educativa, se colocó con sus hijos junto al aro de baloncesto, se arrodilló y rezó. Y cientos de personas hicieron lo mismo.
Mientras las plegarias eran repetidas por más de 500 cucuruchos, Morocho, que lleva 10 años realizando este acto religioso, vestía a sus hijos con túnicas púrpuras.
El mayor de ellos ya conocía el procedimiento: el papá viste a sus hermanos y Jimmy da forma de cono a cuatro pliegos de cartón y pone las capuchas triangulares a todos.
Cruces de madera, troncos forrados con ortiga, cadenas y miles de figuras de Jesús, de la Virgen María, y de otros santos fueron parte del atuendo de los cucuruchos. “Es un acto de amor, gratitud y fe”, comentó Dayana Sangucho, de 24 años, mientras se acomodaba un largo velo morado en su cabeza y se quitaba los zapatos, pues este año recorrió descalza las calles del centro de la ciudad, hasta la Basílica del Voto Nacional.
La procesión de Jesús del Gran Poder se realiza desde la década del sesenta. Este acto religioso simboliza la Semana Mayor en la ciudad capital. Al mediodía la mayoría de cucuruchos, verónicas y representaciones de Jesús se encontraba lista para peregrinar.
Muchos de los penitentes colocaron en sus torsos desnudos alambres, amarraron a sus tobillos cadenas, y se pusieron coronas de espinas y troncos. A las 12:00 se inició la procesión. Más de 2 mil cucuruchos y verónicas participaron, mientras que cientos de devotos cargaron grandes cruces de madera junto al atrio de la Iglesia de San Francisco.
La marcha continuó con cucuruchos lacerando sus cuerpos con hojas de ortiga o con alambres. Los rostros de los feligreses, con rasgos de cansancio y de alegría, evidenciaron que muchos cumplieron en serio la penitencia prometida.