El personaje
Las Papas de la María saben a tradición
El movimiento de clientes no es el mismo que hace 10 años; peor que hace 2 décadas o un cuarto de siglo, cuando el negocio estaba en su apogeo.
Antonio Álvarez (58 años) recuerda con nostalgia las épocas cuando el local Las Papas de la María era uno de los más visitados de la capital.
Álvarez relata que el camino que siguió su madre, María Cabascango, hasta ser conocida fue largo y nada fácil.
La mujer, que había llegado desde su Otavalo (Imbabura) natal junto a su esposo, empezó vendiendo sus características papas con achiote y fritada transportándolas a pie por las calles de la ciudad en una lavacara pequeña.
El objetivo inicial era, simplemente, aportar al sustento que proveía el marido, quien trabajaba en la fábrica de textiles San Vicente. Sin embargo, la figura de la mujer se fue haciendo conocida en la urbe y el alimento que ofrecía se volvió famoso y requerido.
La familia decidió, entonces, probar suerte arrendando un local en la calle Mañosca (centro-norte) hace más de 4 décadas. Y el experimento funcionó porque Las Papas de la María se hicieron populares.
La fundadora murió hace unos 3 años, encargando sus recetas y prestigio a sus herederos. “Lo único que nos pidió es que nos mantuviéramos unidos, que no peleáramos”, dice Antonio.
El hombre se unió de forma permanente al emprendimiento familiar hace unos 10 años, cuando doña María se lo pidió. Hoy administra el negocio junto con su hermano Ernesto, quien tiene una sucursal en el Olímpico Atahualpa.
El local original no lo ocupan desde hace tiempo, “porque los dueños de casa quisieron subir mucho el arriendo”.
Afirma que han recibido propuestas para vender la franquicia, pero Antonio dice que las han desechado porque quieren mantener la tradición, el toque secreto y el sabor familiar. (I)