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Por allí cruzaba el camino del inca. El barrio fue considerado en la colonia como la morada de indígenas y mestizos

El humo del tren trae recuerdos a los vecinos de Chimbacalle

Chimbacalle es todavía un bario tranquilo, agitado solo por la partida y llegada del tren. En las tardes, los vecinos pasean por los 2 parques del lugar. Reclaman, sin embargo, un incremento de los niveles de inseguridad. Foto: Fernando Sandoval.
Chimbacalle es todavía un bario tranquilo, agitado solo por la partida y llegada del tren. En las tardes, los vecinos pasean por los 2 parques del lugar. Reclaman, sin embargo, un incremento de los niveles de inseguridad. Foto: Fernando Sandoval.
08 de junio de 2014 - 00:00 - Redacción Quito

Chimbcalle fue durante más de 3 siglos la entrada sur de Quito. Ese sector de la ciudad estaba compuesto por grandes haciendas cuyos potreros eran utilizados como pastizales de ganado.

La existencia de Chimbacalle se remonta a la época de la Colonia. En aquel período, el sector era conocido, en general, como ‘calle hecho trenza’, debido a la irregularidad del terreno que hoy forma la avenida Maldonado.

Cronistas como Luciano Andrade Marín señalan que los caminos que circundaban a Chimbacalle eran utilizados por los indígenas desde la época prehispánica. Adicionalmente, señala que el llamado Camino del Inca, que provenía del Cuzco, pasaba por ahí.

Un espacio considerado icónico del sector es la rehabilitada estación del ferrocarril, a la que llegó en 1908 el mítico tren construido por el general Eloy Alfaro.

“Yo vivía en el sector de la avenida Alpahuasi hace más de 78 años. En ese tiempo, todo lo que hoy son casas, eran potreros con ganado o sembríos de trigo. El tren era el corazón del barrio, pues todo giraba en torno de la estación; inclusive nuestros juegos de niños. Las casas del barrio eran pocas y las calles eran de tierra”, comentó Jorge Herrera, antiguo morador de Chimbacalle.

A partir de 1908, el tranquilo sector empieza a sufrir cambios debido a que la estación ferroviaria le dio otro sentido de convivencia al lugar. Incluso la construcción de la vía del ferrocarril y de su estación obligaron a realizar cambios urbanísticos.

Así, en el texto Plan Espacial de Chimbacalle se señala que “en la proximidad de la plaza se ubicó la estación del ferrocarril y la línea férrea. Estas nuevas instalaciones venían cargadas de imágenes y códigos modernos. Esta transición cultural, lo antiguo y lo moderno, marca la fisonomía del lugar, transformando su urbanismo y arquitectura, ya que la parroquia de Chimbacalle conservó hasta principios de siglo una imagen semirrural que incluía extensos territorios urbano-rurales, con pocas construcciones realizadas alrededor de la plaza”.

La actual calle Los Andes y la Antisana, ubicadas en el corazón de la zona, eran de tierra y piedra. Hasta bien entrado el siglo XX no existía transporte masivo, solo carretas y caballos hacia sector ubicado más al sur de la ciudad. En tanto que el tranvía recorría desde la av. Colón hasta la estación de Chimbacalle.

Así, la presencia del tren generó actividades comerciales como la instalación de hoteles, restaurantes, tiendas y también la apertura del mercado.

“El mercado se encontraba algo más arriba de la estación. Todos los martes llegaba el tren de carga, llenos sus vagones con un sinfín de frutas y víveres provenientes tanto de la Sierra como de la Costa. Había tantas frutas que nosotros, guaguas traviesos, aprovechábamos para llevarnos una naranja, un plátano. Y a las doñitas del mercado les cobrábamos uno que otro real (10 centavos de sucre) por llevarles los productos a sus puestos y bodegas”, recuerda Julio Torres, hoy de 82 años de edad.

A finales de los años 30, Chimbacalle se convirtió en un centro productivo. Entre las industrias principales que se asentaron allí se encontraban la fábrica de tejidos Internacional, Palacios, La Industrial, molinos Royal y la fábrica de sombreros Yanapi.

Los juegos infantiles, la agüita de canela y el tren

Los recuerdos de los moradores de Chimbacalle sobre el ferrocarril hasta hoy van acompañados de suspiros y miradas nostálgicas hacia el cielo. Los juegos entre vecinos y los grupos de amigos formaban parte de la convivencia que tenía —inevitablemente— como telón de fondo al ferrocarril.

“Mi casa se encontraba frente al mercado. Mi grupo de compañeros estaba formado por 5 integrantes. Solo éramos 2 niñas y a mí no me gustaba que mi madre me pusiera vestidos porque resultaban incómodos para subirnos a los vagones o saltar por las líneas del tren.

Uno de nuestros juegos favoritos era la competencia de los pernos, en el que ganaba quien recogía más de esos elementos. En las tardes, después de la lluvia, hacíamos pastelitos de lodo cerca de las rieles, y cuando escuchábamos llegar al expreso nos emocionábamos pues a lo lejos veíamos cómo la columna de humo crecía y se elevaba hacia el cielo”, comentó Rosa Clavijo, de 65 años de edad.

Pero una aventura especial para los niños y jóvenes era el subirse al tren en la estación y bajarse ‘al vuelo’ en el sector del viejo camal.

“Guambras, nosotros, nos íbamos a la estación bien vestiditos. Y cuando el tren pitaba y empezaba a caminar, corríamos detrás; el brequero nos daba la mano y nos subíamos. Una vez arriba nos imaginábamos que viajábamos a Guayaquil en el directo; entonces nos despedíamos como si no fuésemos a volver a ver a nuestros conocidos. Pero cuando llegábamos al camal, nos lanzábamos como zambos al potrero”, rememora entre risas Luis Peñeherrera, de 79 años.

Otro recuerdo en común de los moradores de Chimbacalle es el agüita de canela que se servía a partir de la madrugada en la estación. “Era costumbre que los viajeros tomaran su agüita de canela con una palanqueta. Creo que costaba 5 reales el vasito de hierro enlozado, cuyo contenido se sacaba de unas ollas grandes en las que el agua hervía haciendo que la estación se llenara del olor a canela”, dice Eduardo Carvajal. de 78 años.

La caída en desuso del medio de transporte desde mediados de la centuria pasada, generó también una especie de decadencia en el barrio: las industrias, antes florecientes, fueron desapareciendo, las calles fueron descuidadas y algunas viviendas puestas en venta, mientras que otras fueron simplemente abandonadas.
Sin embargo, la rehabilitación del ferrocarril volvió a inyectar vida a un sector de la ciudad que se resistía al abandono.

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