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En varias personas aparece el anhelo utópico de pretender recuperar la juventud

El ‘otoño de la vida’, plenitud y no solo pérdida y declinación

Cada etapa de la vida tiene sus características y valores. En todas está presente la posibilidad de realizarse como persona, de vivir con plenitud. Foto: Miguel Jiménez / El Telégrafo
Cada etapa de la vida tiene sus características y valores. En todas está presente la posibilidad de realizarse como persona, de vivir con plenitud. Foto: Miguel Jiménez / El Telégrafo
29 de agosto de 2015 - 00:00 - Dr. Guillermo Montero

Antes del siglo XVI la palabra otoño no existía. Hasta esa fecha, la estación del año se denominaba cosecha, puesto que el período coincidía con el momento de la recolección de los cereales, en especial del maíz y el girasol. Cosecha era una palabra que había condensado el significado de la actividad agraria con la estación del año, y que se transformó en otoño cuando comenzaron a surgir las grandes ciudades y muchas personas dejaron de vivir cerca de los territorios sembrados perdiendo la referencia directa al trabajo con la tierra.

Pero el sentido denotativo de una palabra, aquello que realmente enuncia, muchas veces sucumbe al inevitable sentido connotativo que necesariamente se agrega al primero, es decir, ese significado asociado que aporta matices diferenciales y que pueden variar de una persona a otra de manera significativa.

La palabra otoño, precisamente, comprende una polisemia connotativa intensa cuando pretendemos referir aquello que suele denominarse el otoño de la vida, es decir la etapa de la vida denominada mediana edad.

Denotativamente, este tipo de otoño alude a la cosecha de la vida, a los frutos que pueden recolectarse luego de una siembra y maduración apropiada, es decir, al momento de la vida en que una persona siente que accede a su plenitud vital y existencial. Pero llama la atención que connotativamente se ejerza una especie de ‘dictadura semántica’ que obliga a comprender el otoño de la vida únicamente como un momento de pérdida y declinación.

Ante esto cabría preguntarse: ¿Por qué no aceptamos que el otoño vuelva a tener su sentido originario? ¿Por qué en la plenitud adulta muchas personas prefieren celebrar la primavera de la vida mimetizándose con los jóvenes e impidiendo la dimanación y el decurso generacional? ¿Por qué a muchas personas no les resulta atractivo acceder al tipo de plenitud específica que posee el otoño?

Parecería que esta ‘dictadura semántica’ se habría extendido impidiendo la proliferación de brotes que permitan colorear al otoño con aquello que le pertenece por historia y significación. Quizás podamos hallar las razones a este cambio de sentido en que el otoño de la vida estaría expresando un temor implícito en una encrucijada del desarrollo.

En efecto, la madurez aludida acude conjuntamente con las más incipientes señales del propio envejecimiento, implicando la paradoja de una plenitud que comienza a resquebrajarse física y biológicamente de manera progresiva, algo que puede generar vivencias de tristeza y vacío en muchas personas.

Cabría entonces imaginar dos caminos posibles para transitar este otoño. En algunos casos puede asomar el anhelo utópico de una pretendida inmortalidad que urge hacia atrás en una ilusoria recuperación de la juventud, subdividido en dos modalidades diferentes: violentamente desesperado o resignadamente decepcionado; en otros, la valoración genuina de los frutos que puedan cosecharse en cada estación promoverá una simple trascendencia humana e individual, algo que en el otoño de la vida aporta una vivencia de satisfacción por los frutos recogidos y una nueva siembra eventual.

El temor al otoño versus el reconocimiento del mismo. Este segundo camino es el que podría llevarnos a considerar las respuestas a las preguntas formuladas anteriormente, y la ‘dictadura semántica’ ser derrotada, por ejemplo, si instalamos un dispositivo específico para delimitar y clarificar el valor del otoño de la vida.

¿Podríamos comenzar a celebrar cada 21 de marzo como el día de la mediana edad en plenitud? ¿Podríamos los adultos permitir que los jóvenes celebren el día de la juventud cuando llega la primavera y los adultos dedicarnos a celebrar nuestro día de la mediana edad cuando llega el otoño de cada año?

Cada generación vive su momento

El intercambio no tiene que significar extrañas mezclas, confusiones o estados miméticos que solo ofrecen una patética ficción personal resultante de un estado de soledad y sinsentido extremos, el temor al otoño, sino todo lo contrario: el reconocimiento de los diferentes momentos vitales implicados en cada etapa. Así podría promoverse un tipo de comunicación que pareciera estar deteriorándose de manera incesante. A la vez, muchos adultos podrían comenzar a reconocer que ahora los jóvenes son otros, en quienes es una obligación biológica delegar los atributos de la juventud que ahora les corresponde ejercer.

Por esta razón prefiero a ciertos apólogos del otoño, a quienes propongo denominar otoñólogos, quienes lo celebran en su verdadera y más profunda acepción, aludiendo en este caso a la vendimia desde la perspectiva a la que solo la poesía nos permite acceder: nuestra más profunda subjetividad. Cito entonces a John Keats (1795-1821) que enuncia: “Estación de las nieblas y los frutos más dulces, amiga íntima del sol que madura, que conspiras con él para cargar de uvas las viñas que trepan los tejados”; y también a Alexander Pushkin, (1799-1837) quien sostiene: “No siento yo nostalgia de las rosas que marchitó el soplo de la primavera; me conmueven las uvas en las ramas, cuando maduran los racimos en la tierra”; entre muchos otros otoñólogos anónimos, entre los que hasta podría hallarse alguno de los lectores de estas líneas.

Quisiera, entonces, proponer celebrar el día del otoño como un homenaje al deseo de una simple trascendencia individual, como una ofrenda a la plenitud personal que reconoce sus limitaciones en la mediana edad, y como un regalo a nuestros jóvenes que necesitan adultos que se precien de serlo, transformándose en interlocutores que promueven y valorizan las diferencias. Si tomamos en cuenta estas reflexiones, entonces: ¿Por qué temer al otoño de la vida? (I)

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