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Así se vive un operativo CAMEX con el Bloque de Seguridad

Un equipo periodístico de El Telégrafo y Ecuador TV acompañó al Bloque de Seguridad en un operativo CAMEX (Control de Armas, Municiones y Explosivos) en Samborondón, Guayas.
Un equipo periodístico de El Telégrafo y Ecuador TV acompañó al Bloque de Seguridad en un operativo CAMEX (Control de Armas, Municiones y Explosivos) en Samborondón, Guayas.
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Hablar de un operativo del Bloque de Seguridad en los medios de comunicación es referirse a las acciones conjuntas de la Policía y las Fuerzas Armadas para restablecer la paz y el orden en Ecuador, especialmente en zonas calificadas como "calientes".

Videos y fotografías muestran cómo los uniformados allanan casas de presuntos delincuentes, inspeccionan vehículos y personas, y verifican que todo esté en regla. Pero, ¿cómo viven los protagonistas este tipo de operativos?

Para conocerlo de cerca, un equipo periodístico de El Telégrafo y Ecuador TV acompañó al Bloque de Seguridad en un operativo CAMEX (Control de Armas, Municiones y Explosivos) en Samborondón, Guayas.

Guayaquil – 17:30

Tras cubrir una rueda de prensa del ministro de Gobierno, José de la Gasca, y encontrar un hotel en el centro de Guayaquil, emprendimos camino hacia el Fuerte Militar Huancavilca. Ahí nos esperaban para vivir de primera mano un operativo CAMEX.

La lluvia nos acompañó durante el trayecto y, como buenos serranos, nos perdimos en la ruta. Tras unos minutos, logramos llegar. Nos registramos en la entrada y un soldado nos guió hasta el edificio central.

El lugar, una pequeña ciudad en la que los militares entrenan y conviven, estaba rodeado de vegetación autóctona y una brisa fresca nos dio la bienvenida. Al llegar, el capitán a cargo nos recalcó la importancia de la seguridad y nos entregaron cascos y chalecos antibalas.

“Cuando se quiten todo esto se sentirán como Piccolo cuando se quita la capa”, dijo el capitán entre risas, mientras intentábamos acomodarnos el equipo de protección.

Guardamos nuestros celulares, baterías y credenciales en los bolsillos del chaleco y, listos con nuestro "uniforme de batalla", nos dirigimos hacia donde más de un centenar de militares se encontraban formados, serios y atentos a las instrucciones de su superior.

La adrenalina comenzó a subir cuando nos llevaron al vehículo que nos transportaría hasta el cantón Samborondón. Camionetas con vidrios polarizados, vehículos de combate y camiones integraban el convoy. Nosotros viajamos en el balde de una camioneta, escoltados por las sirenas que despejaban el camino.

Curiosos conductores y peatones observaban el despliegue de uniformados: algunos pitaban, otros aplaudían o simplemente seguían el paso de los vehículos con la mirada.

En el trayecto conversamos con los militares que nos acompañaban. Uno era quiteño, de Chimbacalle, casado con una militar y padre de dos hijos. El segundo, un amazónico de pocas palabras. El tercero optó por el silencio. Nosotros, tres comunicadores que aparentábamos valentía, pero ocultábamos cierto temor por lo que pudiera suceder.

Algunos podrían haber pensado que éramos tres presuntos delincuentes capturados. Entre risas, hablamos de nuestras ciudades, familias y anécdotas. La conversación se tornó más seria cuando uno de los militares mencionó que en algunos peajes hay "campaneros" que alertan sobre la llegada de los operativos. “Tememos que alerten a las bandas y terminemos en una emboscada”, dijo.

Samborondón – 18:30

Las sirenas de motocicletas y vehículos policiales iluminaban las calles. Los militares descendieron y se reagruparon para recibir las últimas instrucciones. Se dividieron en grupos: unos tomaron la derecha, otros la izquierda, mientras los moradores observaban expectantes.

Nuestro grupo, conformado por tres camionetas y tres motos, inició con patrullajes preventivos en calles, parques y canchas. Todo parecía estar en calma hasta que, en una avenida, un grito rompió la tranquilidad:

“¡Tiene un arma!”

Un golpe en el vehículo detuvo la marcha. La seriedad se apoderó de los rostros. Un joven, sudando y visiblemente asustado, relató que un hombre lo había amenazado con un arma.

“Súbete”, le indicó un militar, preguntándole si podría identificar al agresor.

Con el joven a bordo, recorrimos las calles con linternas, buscando a un hombre mayor, calvo y armado. Pasamos por velorios, tiendas y calles angostas, bajo la mirada de los vecinos. No lo encontramos.

El joven, aún asustado, nos indicó dónde vivía antes de despedirse con una carrera apresurada.

Mientras el operativo continuaba, los uniformados inspeccionaban bares, autos y motocicletas. Un mototaxi y una moto fueron retenidos porque los números de chasis estaban alterados.

“Si los propietarios no pueden justificar la legalidad de los vehículos, entran en investigación”, explicó un oficial.

El escuadrón de drones y el fin del operativo

De repente, todas las miradas se dirigieron a un solo punto: el escuadrón de drones estaba listo para entrar en acción.

Con precisión, el operador calibró las cámaras y el zumbido de la nave invadió el lugar. Desde el aire, las imágenes revelaban la geometría de las edificaciones y el patrullaje en las calles.

Las inspecciones se intensificaron hasta que un visitante inesperado cambió el curso del operativo: la lluvia. Lo que comenzó como una brisa ligera se convirtió en un aguacero.

“No podemos detener a las personas y hacerlas esperar bajo la lluvia”, comentó un oficial.

De vuelta al fuerte militar

Bajo la lluvia, los militares se formaron para la evaluación final. Entre entrevistas y tomas, se despidieron con gratitud. Para el regreso, nos asignaron un camión para evitar empaparnos.

El viaje fue en silencio. Solo se escuchaba la lluvia golpear la lona y la respiración pausada de los militares. Ellos, que día tras día arriesgan su vida, hacen visible la presencia del Estado en las calles.

Al final, el mototaxista demostró la legalidad de su vehículo y regresó a casa. El otro conductor no pudo justificar la procedencia de su moto y fue retenida.

Nosotros, al quitarnos el casco y el chaleco, nos sentimos más livianos. Tal como lo predijo el capitán: como Piccolo sin su capa.

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