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Washington confía en la cumbre en Singapur

Howard X (der.), imitador del líder norcoreano Kim Jong-un, y Dennis Alan (izq.), que personifica al presidente de EE.UU., Donald Trump, posan para los medios en Merlion Park (Singapur).
Howard X (der.), imitador del líder norcoreano Kim Jong-un, y Dennis Alan (izq.), que personifica al presidente de EE.UU., Donald Trump, posan para los medios en Merlion Park (Singapur).
Foto: EFE
10 de junio de 2018 - 00:00 - Redacción y Agencia EFE

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, está decidido a hacer historia en la cumbre del martes próximo con el líder norcoreano, Kim Jong-un, pero no hay tantas diferencias entre su forma de enfocar la negociación y la de sus predecesores, cuyos intentos de diálogo con Corea del Norte fracasaron.

Trump se anotará un tanto histórico con el hecho de reunirse con el líder de Corea del Norte, y confía en que su peculiar idiosincrasia y la relación personal que pueda establecer con Kim permitan solucionar una cuestión, la del programa nuclear norcoreano, que ha frustrado a EE.UU. durante casi tres décadas.

Esto debió resolverse hace años, no solo de parte del presidente (Barack) Obama, sino también por los otros presidentes que me precedieron”, subrayó Trump el pasado viernes.

Pese a esas críticas a sus predecesores, Trump abrió la puerta a finales de mayo a un proceso de desnuclearización “por fases” de Corea del Norte, un concepto que recuerda al que intentó implementar el expresidente Bill Clinton a mediados de la década de 1990.

“Hay algunas similitudes notables con los enfoques de otros presidentes”, explicó el historiador Patrick Maney, autor de un libro sobre la presidencia de Clinton.

“Parece que Trump está dispuesto a contemplar un proceso de desnuclearización por fases. La cuestión es si eso funcionará ahora, cuando no lo ha hecho en el pasado”, añadió el profesor de la Universidad Boston College.

Trump también abrió la puerta a ayudar económicamente a Corea del Norte si emprende el camino a la desnuclearización, algo que trae ecos del acuerdo firmado en 1994, por el que el gobierno de Clinton se comprometió a suministrar energía a Pyongyang a cambio de suspender su programa nuclear, y que fracasó en 2002.

Además, el enfoque inicial de Trump fue “muy similar” al que emprendió Obama, basado en la “presión” económica y la exigencia de pasos concretos de desnuclearización antes de ofrecer alguna concesión, según Mintaro Oba, que trabajó hasta 2016 en el programa sobre la península coreana del Departamento de Estado.

“Ese enfoque era inflexible y lo único que consiguió fue que Corea del Norte siguiera desarrollando sus programas nucleares y de misiles”, opinó Oba.

Los esfuerzos diplomáticos de Corea del Sur sentaron las bases para un acercamiento entre Trump y Kim después de meses de duros ataques retóricos y “cambiaron en parte” esa estrategia, indicó Oba.

Trump suavizó poco a poco su discurso y el pasado viernes aseguró que ya no quiere usar la expresión “presión máxima”, un término empleado hasta la extenuación por sus asesores para describir el régimen de sanciones internacionales a Pyongyang, porque ahora se está “llevando bien” con Corea del Norte.

“No voy a imponer (más sanciones) hasta que las conversaciones se detengan. ¿Por qué lo haría cuando estamos hablando tan amablemente?”, se preguntó Trump el viernes pasado.

Ese optimismo le ha merecido críticas y advertencias como la del líder de la mayoría republicana en el Senado, Mitch McConnell, quien le pidió la semana pasada que tuviera cuidado con los “engaños” de los norcoreanos.

Pero la Casa Blanca dejó convenientemente en el aire varios puntos clave de su estrategia, y no aclaró exactamente qué le exigirá Trump a Kim cuando ambos se sienten juntos el martes en un lujoso hotel de Singapur.

Eso da margen de maniobra al impredecible Trump, que no ha descartado que pueda cancelar la cumbre en el último momento o levantarse de la mesa si las cosas no marchan como esperaba.

Y al organizar una cumbre presidencial al comienzo del proceso negociador en lugar de concebirla como la guinda de un largo diálogo entre funcionarios de menor rango, Trump marcó una diferencia indeleble con sus predecesores, una arriesgada apuesta que puede suponer su mayor baza para desbloquear el problema. (I)

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