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Los habitantes saben que lo mejor ante un sismo es no correr

Los chilenos se resignan a vivir en un país de terremotos

El pasado martes, varias personas se refugiaron en cerros y lugares altos como medida de prevención por la alerta de tsunami emitida en la región de Arica, en el norte de Chile. Foto: EFE
El pasado martes, varias personas se refugiaron en cerros y lugares altos como medida de prevención por la alerta de tsunami emitida en la región de Arica, en el norte de Chile. Foto: EFE
08 de abril de 2014 - 00:00 - Por Alejandro Tapia, especial para El Telégrafo

El sábado 27 de febrero de 2010, los chilenos se despertaron tras un potente terremoto de 8,8 Richter, que sacudió a la zona central y sur del país a las 03:34. La población de mayor edad aún recordaba el terremoto y tsunami de Valdivia de 1960 –que con 9,5 grados ha sido uno de los más grandes de la historia reciente del planeta- y también lo ocurrido el 3 de marzo de 1985, cuando un movimiento telúrico de 7,8 grados provocó gran destrucción. Sin embargo, el megasismo del 27/F sorprendió a los más jóvenes y generó miedo en la ciudadanía.

Por esto que los dos terremotos que han azotado el norte de Chile esta semana (el primero el martes pasado de 8,2 grados y una réplica de 7,6 el miércoles), no generaron tanta sorpresa como hace 4 años. Hace décadas que en el país se viene hablando del “gran terremoto del norte”. Además, en las últimas semanas se habían registrado varios sismos de gran intensidad, por lo que los habitantes de las ciudades de Arica, Iquique y Antofagasta, estaban preparados.

A diferencia de 2010, esta vez la alerta de tsunami se activó en toda la costa chilena y los nortinos acudieron con carpas, frazadas y sacos de dormir hasta los cerros colindantes, mientras sus viviendas eran resguardadas por la Policía y las Fuerzas Armadas. No hubo pánico ni nadie corrió despavorido. Aunque sí hubo algunos saqueos. También se decretó estado de catástrofe y la presidenta Michele Bachelet delegó todos los aspectos técnicos y vocerías en sus ministros y el personal de la Oficina Nacional de Emergencias (Onemi). Hasta ayer se reportaron 6 muertos y daños en viviendas sociales en la zona de Alto Hospicio. También había cortes del suministro eléctrico y del agua potable, y 14 temblores por hora (más de 300 réplicas).

Este cuadro es diametralmente opuesto a lo que sucedió en el terremoto de 2010, cuando la propia Bachelet, en su primera intervención, no mencionó el riesgo de tsunami.

El maremoto destruyó ciudades costeras, caletas de pescadores y provocó la muerte de 181 personas. En total, ese terremoto dejó 525 fallecidos. En ese momento, la principal crítica que se hizo fue que las autoridades no alertaron a la población sobre el devastador tsunami tras el terremoto. Aquel acontecimiento fue una catástrofe.

Desde entonces, en parte importante de la costa chilena se colocaron carteles y señalética para que las personas conozcan las vías de evacuación y las zonas seguras para enfrentar futuros tsunamis. Además, por ley, la normativa para la construcción de viviendas y edificios exige que los inmuebles sean antisísmicos, aunque suele suceder que los movimientos telúricos destruyan las casas de adobe (barro) en las zonas rurales del país. En las pequeñas y grandes ciudades las casas y edificios tienen estructura de hormigón armado y acero, flexible y resistente a los terremotos.

A lo largo de su historia, Chile ha sido un “país de terremotos”, pero recién desde 2010 en adelante se ha creado una suerte de “cultura sísmica”. Esto tiene que ver con la creación de zonas de resguardo en ciudades costeras, preparación especial para los niños en las escuelas, una Onemi reformada y consejos útiles, como optar por mensajes de texto tras los sismos para evitar que colapsen las líneas telefónicas. En la mayoría de los hogares chilenos se sabe que lo mejor ante un terremoto es aguantarlo bajo el canto de una puerta y no salir corriendo hacia las calles.

De generación en generación

Claudio Álvarez, guionista y autor chileno, explica a EL TELÉGRAFO un sentimiento mayoritario en la población: “Vivimos la amenaza de un terremoto con naturalidad. Los temblores forman parte de nuestra vida y de nuestra historia. Mis abuelos me contaban sobre el terremoto de Valdivia en 1960, que se llevó su casa en Chiloé, en el sur de Chile. De la misma manera, mis suegros cuentan a mis hijos sobre el terremoto del 85, que casi destruye su casa y nosotros les contaremos a nuestros nietos sobre el terremoto de 2010. No hay chileno que no tenga una historia sobre terremotos”.

Por otro lado, desde 2010 en adelante, los medios le han dado una cobertura exagerada a cualquier sismo por mínimo que sea, especialmente los canales de televisión, incluso los programas de entretenimiento matutinos. Esto ha generado una suerte de psicosis, especialmente en los sectores de menos recursos.

También hay quienes se aprovechan de la tragedia, como comerciantes y taxistas que suben los precios tras los terremotos.

Hernán Rivera Letelier, popular escritor chileno que reside en el norte del país, tiene su propia teoría: “No se puede vivir esperando el gran terremoto”. El autor de ‘La Reina Isabel Cantaba Rancheras’ sostiene que “antes, después de un terremoto, uno salía a la calle y veía a la gente rezando, persignándose, pegándose en el pecho o clamando a Dios. Ahora nadie rezaba, nadie se persignaba, nadie se pegaba en el pecho; todos estaban pendientes de sus celulares. Pero siempre es lo mismo: ni Dios ni los celulares responden. El nortino se ríe ante la tragedia”.

Los chilenos también suelen tomar con humor el carácter sísmico del país. No por nada existe un brebaje alcohólico que se llama “terremoto”, compuesto de vino blanco y helado de piña.

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