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La erosión del modelo neoliberal y su impacto en la región

La erosión del modelo neoliberal  y su  impacto en la región
30 de noviembre de 2013 - 00:00

Por Alfredo Serrano Mancilla (1), Iñigo Errejón (2), Auxiliadora Honorato (3), Esteban De Gori (4), Sergio Pascual (5) y Sergio Martín Carrillo (6)

Las políticas económicas neoliberales tuvieron un alto impacto en la desintegración social y económica en todos los países de la región: incremento de pobreza, exclusión económica-social-política-cultural, desigualdades, desempleo, precarización de las condiciones de trabajo, erosión de la naturaleza y agudización de las exclusiones colonial y patriarcal. Ante este panorama, y con un creciente desgaste de los partidos políticos tradicionales, gran parte de la población respondió con fuertes movilizaciones originando un nuevo tejido social más organizado demandantes de cambios y transformaciones en el terreno político, económico, social y cultural. El núcleo común de todos los reclamos fue poner punto final a las políticas de corte neoliberal que resultaron fructíferas solo para unos pocos a cambio del sometimiento de muchos. La región fue cambiando de signo político. Las acciones colectivas en algunos países de Latinoamérica han llevado a la elección de gobiernos denominados “progresistas”, que propusieron plataformas políticas “alternativas” al paradigma económico dominante. Son muchos los países que se han embarcado en este difícil pero necesario camino de construir una nueva organización económica, política, social y cultural, de fuerte profundización democrática, en medio de un mundo globalizado, que a pesar de su transición sistémica, aún conserva fuerzas económicas y políticas que no permiten grandes disonancias respecto al orden económico constituido en el sistema capitalista mundial.

En este giro político en marcha, en medio de esta transición sistémica geoeconómica mundial, uno de los principales asuntos por destacar es que la región comenzó un largo camino para construirse a sí misma con mayor independencia de los poderes económicos dominantes a escala global. Fueron apareciendo espacios novedosos de integración, que no solo atendían al deseo de un mayor intercambio comercial entre países vecinos (en el marco de la región), sino que comenzaron a plantear otros estadios de relacionamiento más equitativos y justos. Entre estos nuevos intentos, la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP) ha sido sin lugar a dudas el nuevo lugar de encuentro para que algunos países de la región comiencen a construir supranacionalmente un nuevo paradigma económico que establezca principios de justicia a la hora de relacionarse, ya sea en el ámbito comercial, en el cultural, en el social, en el financiero, y a pesar de haber llegado tarde, ahora acertadamente también con el ámbito productivo. No puede haber integración plena y virtuosa si no existe integración productiva en base a la complementariedad. Solo así, con esa estrategia, se podrá llevar a cabo planes nacionales de desarrollo que sean sostenibles, soberanos, emancipadores y que logren verdaderamente intervenir en las razones estructurales de las asimetrías económicas.

América Latina ha aprendido en esta nueva época que “no existe cambio interno sin atender a los cambios en la relación con el exterior”; el proceso de sustitución adecuado en estos últimos años es aquel que ha dejado de tener una relación en condición monopolística con las economías centrales para transitar a una nueva estrategia de mayor afinidad con los nuevos polos económicos, pero muy especialmente, con la nueva región. Un mayor intercambio con complementariedad en la región es la única manera de emanciparse -al menos parcialmente- de las relaciones desiguales con el centro económico mundial. En este sentido, cabe dejar constancia que este requisito de mayor intercambio con complementariedad no puede ser satisfecho en exclusividad por el exceso de procesos de integración (inflación integracional) que se ha venido sucediendo en América Latina en los últimos años. No se trata de asimilar este desafío a partir de los múltiples procesos de integración regional, en los que existen solapamiento y superposición de ámbitos de integración (comercial/productiva/financiera); se trataría de ordenar virtuosamente América Latina, en forma inteligente, en un marco de integración que logre equilibrios entre soberanía nacional y arquitectura supranacional. Lo que también supondría, una política estatal que limite los intereses particulares de las empresas y las “reinserte” en nuevas relaciones económicas complementarias con empresas y emprendimientos estatales de la región, inclusive habría que pensar en la posibilidad de que las nuevas integraciones establezcan actores económicos (privados, públicos o mixtos) que puedan sostener, viabilizar y defender dicha articulación regional.

Hasta hace pocos años, la región tenía dos grandes espacios de integración, mutuamente excluyente entre sí, la Comunidad Andina de Naciones (CAN) y Mercado Común del Sur (Mercosur). Quien pertenecía a un lugar, no estaba en el otro. Pero desde la irrupción del proyecto bolivariano político, la ALBA-TCP, todo esto ha cambiado. Este nuevo espacio ha congregado a algunos países de Sudamérica, a otros de Centroamérica y el Caribe. El gran salto cualitativo de este proyecto es sin duda superar los criterios injustos para intercambios comerciales. Por primera vez en la región nace un sistema de compensación que pretende evitar el intercambio desigual, con precios justos, a partir de un sistema de cuentas propias (vía Sistema Unitario de Compensación Regional (Sucre)). Este hecho, unido al movimiento estratégico de Venezuela, dejando la Comunidad Andina de Naciones (CAN) -definitivamente en el año 2011- para incorporarse al Mercosur, han sido determinantes para tener una región muy diferente en términos de integración. Por otro lado, la CAN después de la arremetida de la UE en relación a su propuesta de acuerdo de libre comercio, también ha quedado parcialmente desintegrada. La CAN se quedó sin Venezuela (hace décadas, en 1976, en la era pinochetista, ya se había quedado sin Chile), pero además se quedó con dos países (Perú y Colombia) atrapados en el bobo aperturismo por la firma de un Tratado de Libre Comercio (TLC) con Europa, complicando así las condiciones de convivencia con otros países que no han aceptado esas asimétricas reglas del juego. Por otro lado, está un nuevo Mercosur; la llegada de Venezuela le hace ser la quinta economía del mundo, y se constituye así en un espacio muy atractivo por su potencial económico; Bolivia también aceptó entrar; y en la actualidad Ecuador aún sigue pensando formar parte; Paraguay vuelve a ser miembro de pleno después de las últimas elecciones (con la asunción presidencial ya ocurrida) pero aún con muchas cuestiones por dilucidar por nuevas preferencias neoliberales en su política exterior. El Mercosur, sin duda alguna, se convierte en el nuevo protagonista del siglo XXI en cuanto a espacio integracional, en lo comercial, financiero y en lo productivo; pero a la misma vez es un espacio caracterizado por las grandes disparidades de economías participantes. Brasil siendo parte de las nuevas economías emergidas; Argentina también forma parte del G20 y en tendencia creciente; y ahora Venezuela como otra gran potencia. A su lado, otras economías más pequeñas peligran si no establecen condiciones que eviten intercambios desiguales, y lo que es más importante, una integración productiva desigual que dé lugar a encadenamientos productivos con generación desigual de valor para unos y otros. Situación que puede empujar a estos países a percibir atractivos los tratados de libre comercio.

Por otro lado, no hemos de olvidar el papel geoestratégico de los países del Caribe, que han sido considerados por EE.UU. su frontera natural durante el s. XX, un término usado por el propio G. W. Bush, que la calificó de su “tercera frontera” Por razones obvias de geoestrategia regional, Washington siempre anheló mantener su influencia diplomática, política y económica en la región. Para ello ha lanzado proyectos económicos y estratégicos dirigidos a crear y mantener los nexos de interdependencia con el Caribe y Latinoamérica. La Caricom (Comunidad de Estados del Caribe) ha sido el soporte natural de las políticas de Washington desde su creación. Sin embargo, esta influencia exclusiva queda actualmente cuestionada debido a la importancia creciente de la iniciativa, Petrocaribe, una alianza en materia petrolera entre algunos países del Caribe con Venezuela. basado fundamentalmente en que este país petrolero entrega crudo a los otros miembros en condiciones ventajosas, (con un financiamiento que llega a 40% cuando el precio del petróleo supera los 50 dólares; a 50% si sobrepasa los 80 dólares y a 60% cuando la barrera se sitúa en 100 dólares). Con todo ello, Centroamérica se constituye en sí mismo como otro espacio en disputa, donde Estados Unidos sigue teniendo amplia capacidad de influencia, China muestra su lado expansionista también sobre este territorio, y Venezuela ha logrado ser un aliado privilegiado en términos económicos y, a su vez, políticos. Tampoco debemos olvidar la apuesta que realiza lentamente Brasil justamente en esa área geopolítica por disputar el liderazgo de Estados Unidos.

En este mismo sentido, el primer escenario de combate ha sido Honduras, con su reciente contienda electoral, en la que -contra pronóstico- los datos oficiales reflejan como ganador al candidato conservador del Partido Nacional frente a la lideresa progresista (Xiomara Castro, esposa del presidente derrocado Zelaya). Este país fue laboratorio de golpe militar hace pocos años (2009); y ahora, con una densa e indisimulada participación de la embajadora estadounidense (en el proceso electoral, en la formación técnica y después en calidad de observador internacional), vuelve a constituirse en un espacio de lucha de una amplia mayoría popular que resiste la hegemonía interna liderada desde afuera. Estados Unidos ha querido dejar claro que Centroamérica no era un espacio negociable. A pesar de las palabras de John Kerry, secretario de Estado de Estados Unidos, la doctrina Monroe sigue actualizada.

Por otro lado, no se puede olvidar otro hecho determinante en esta nueva configuración de integración regional: la aparición de la Alianza del Pacífico (AP), donde Perú, Colombia, México y Chile (y Costa Rica previsiblemente en un futuro muy cercano), todos con acuerdos de libre comercio con EE.UU. y UE, se articulan entre sí con sólidas afinidades en cuanto al modelo económico propuesto. De hecho, esta AP no puede ser vista ni mucho menos como un mero acuerdo comercial -como remake del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA)-, sino que sería calificada como un proceso de integración neoliberal en busca de acabar con la Década Ganada lograda en muchos países de la región gracias a las políticas de transformación a favor de las mayorías.

1. Doctor en Ciencias Económicas.
2. Doctor en Ciencias Políticas.
3. Licenciada en Derecho.
4. Doctor en Ciencias Sociales.
5. Máster en Antropología, Candidato a Doctor.
6. Máster en Ciencias Económicas, Candidato a Doctor.

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