América Latina, de la década ganada a la década disputada
Por Alfredo Serrano Mancilla (1), Iñigo Errejón (2), Auxiliadora Honorato (3), Esteban De Gori (4), Sergio Pascual (5) y Sergio Martín Carrillo (6)
Las transformaciones geopolíticas (y geoeconómicas) en curso, sin precedentes en el pasado, apuntan hacia una transición sistémica en busca de una reordenación de los equilibrios de fuerza, con nuevas configuraciones institucionales, económicas, militares, cultural-ideológicas y comerciales. En el momento actual, inicios de la segunda década del siglo XXI, la primacía estadounidense está en parsimonioso declive y con ella el orden interestatal y la economía-mundo que se le derivaron. En este contexto se abre un escenario incierto, marcado por la emergencia de nuevas potencias y bloques regionales, que si bien no asumen el rol de liderazgo global, sí producen un tambaleante equilibrio multipolar.
La crisis capitalista que sacude a los países centrales de la economía-mundo -convertida en crisis orgánica, por ejemplo, en muchos estados del sur de la Unión Europea- abre espacio para cambios políticos inéditos y reconfiguraciones de bloques, hoy difícilmente predecibles. El rol que jueguen China y, de forma relativamente subsidiaria, las economías del sudeste asiático, puede ser decisivo en el nuevo ajedrez global. Los países (mal) llamados emergentes, representados por los BRICS (más Argentina), siguen jugando un papel protagónico en este reordenamiento mundial. Todo se mueve a gran velocidad; los recientes análisis ya quedan caducos. La celeridad en esta metamorfosis geopolítica exige actualizar la mirada global, y más para el caso de América Latina como nueva región proactiva en este proceso de reconfiguración.
De hecho, América Latina, en estos años, encara este cambio de época, global y regional, con deseos de una propuesta convergente de integración regional en plena disputa, pero, a la vez, con iniciativas opuestas, que oscilan desde cambios estructurales contrahegemónicos, pasando por propuesta posneoliberales moderadas, hasta otras formuladas ya conocidas, conservadoras del orden establecido, contra progresistas.
En los últimos años la región ha sufrido innumerables cambios en cuanto a nuevos gobiernos, nuevas políticas económicas y, fundamentalmente, nuevos espacios de articulación de las relaciones económicas entre países. La última década, una década ganada para buena parte de América Latina en términos de desarrollo social y expansión democrática, se ha caracterizado por un desplazamiento vigoroso de las relaciones comerciales/productivas/sociales/culturales/políticas. En poco tiempo los acuerdos comerciales han ido variando de condiciones, de países, de bloques. El interés creciente por estructuras productivas más sólidas ha conllevado a repensar las diferentes formas de interactuar económicamente con el mundo, y muy particularmente desde el propio seno de la misma región. La elevada inflación integracional es justamente resultado de eso, de la indefinición propia de múltiples objetivos, de muchas corrientes, de intentos de conciliar los diversos modelos de desarrollo y de acumulación existentes al día de hoy dentro de la región. Además, de fondo, la tensión entre políticas de corte nacional-popular y la arquitectura transnacional (regional) es siempre un hecho que ha de estar presente en cualquier análisis prospectivo.
América Latina ya no es, por supuesto, la de las décadas perdidas, en la que las políticas neoliberales eran implementadas a través de Programas de (des) Ajuste Estructural y Planes de (des) Estabilización. Hacia mediados de la década de los setenta, la economía-mundo hace un giro importante en relación al modelo de acumulación capitalista, abandonando el rol protagónico que había tenido el Estado y transitando a un modelo donde (eso que mal llaman) el mercado jugaría un papel central. Esta nueva etapa neoliberal logra que el Estado se reduzca, pero nunca sin desaparecer; es de hecho el nuevo Estado –corporativo y privatizador- el que facilita la entrada de América Latina a las lógicas de la OMC (Organización Mundial del Comercio), de los Tratados Bilaterales de Inversión, y de sometimiento al CIADI (Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones), juez y parte dependiente del Banco Mundial.
La expansión de los mercados financieros -motorizados por la rápida circulación de dólares- y la crisis del petróleo contribuyeron en gran medida al cambio del patrón de acumulación. La producción comienza a ponerse al servicio del capital financiero. La tendencia observada desde la década de los setenta indica una mayor movilidad geográfica del capital, producto de los cambios en la organización de los procesos de producción e intercambio. Y Latinoamérica no fue ajena a este proceso: la crisis de la deuda y la hiperinflación fueron las excusas perfectas para el desembarco de las políticas económicas neoliberales ya lideradas en el centro de los países centrales por Ronald Reagan en Estados Unidos, y Margaret Thatcher en Reino Unido. No obstante, la dictadura de Pinochet en Chile, y también la de Videla en Argentina, fueron de facto un fiel adelanto del neoliberalismo económico que vendría después.
El sistema mundo imponía nuevas condiciones a la periferia. Esta vez era el turno de la apertura obedeciendo a las necesidades del gran capital financiero internacional. Durante estas décadas, las políticas económicas neoliberales fueron encaminadas a destruir al Estado como productor, como controlador de los sectores estratégicos, y a dejarlo (sí) como un regulador a favor de una asignación con mera lógica capitalista. Durante esos años se implementaron todas las políticas necesarias para que se produjera una transferencia de valor de unos a otros, de una mayoría popular (empobreciéndose) a una minoría (enriqueciéndose). La soberanía era así extirpada a favor de otros intereses ajenos, a favor de inserción subordinada y desigual en el mundo. El modelo productivo, en esos años, había sido elegido para responder a las exigencias mundiales. El patrón primario exportador era fortalecido en los países de la periferia y, como tal, en América Latina; la desindustrialización fue un hecho. La demanda interna era satisfecha en gran medida por una significativa política de importaciones que generó una fuerte dependencia de la satisfacción de necesidades respecto a las empresas transnacionales. Eran éstas las que sustituían cualquier intento de producción interna. Así la transferencia de valor hacia el exterior estaba asegurada; las relaciones de intercambio eran absolutamente inequitativas; y el patrón productivo nacional, en tanto a productos y productores, estaba en fuerte grado de dependencia con los patrones productivos internacionales. El Consenso de Washington consiguió conformar una región que producía aquello que los países centrales requerían. El intercambio desigual entre centro y periferia era reforzado por la hegemonía de las políticas económicas neoliberales, y por sus instituciones internacionales (Fondo Monetario Internacional, FMI; Banco Mundial, BM; Banco Interamericano de Desarrollo, BID). Esto, a su vez, generaba un intercambio ecológicamente desigual, donde los recursos naturales de los países periféricos estaban dispuestos para la expoliación de las multinacionales de los países centrales a cambio de bajos salarios y una multitud de pasivos ambientales. América Latina reforzaba así su ‘especialización en perder’, resultado de sus grandes dotaciones en recursos naturales que eran requeridos desde los países centrales del sistema-mundo capitalista. El capitalismo (neoliberal) por desposesión, como dice Harvey, fue puesto en práctica.
En este período, la región nunca miró hacia sí misma, los escasos espacios de integración estaban diseñados desde el centro del sistema-mundo, atendiendo estrictamente a una óptica comercial, dejando de lado absolutamente el aspecto productivo, el financiero, el social y el cultural. Solo y exclusivamente la integración comercial, más centrada en facilitar las reglas para que el comercio fuera asimétricamente libre y creciera sin facilitar las mejoras estructurales requeridas en las economías nacionales para garantizar un cambio real en el patrón de acumulación a favor de las mayorías excluidas.
1. Doctor en Ciencias Económicas.
2. Doctor en Ciencias Políticas.
3 . Licenciada en Derecho.
4. Doctor en Ciencias Sociales.
5. Máster en Antropología, Candidato a Doctor.
6. Máster en Ciencias Económicas, Candidato a Doctor.
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La erosión de las políticas neoliberales y su alto impacto en la desintegración social y económica en América Latina.