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Ecuador, 23 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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La empresa debe apuntar hacia nuevos horizontes

Desde los tiempos de Adam Smith, economista inglés que inauguró en el siglo XVIII la escuela del pensamiento clásico a través de su libro “La riqueza de las naciones”, el libre mercado y la ausencia de un “aparato regulador” han sido considerados, desde varios grupos empresariales privados, el puente que garantizaría el bienestar social de una nación, a pesar de que él mismo aseguró que en materia económica, el ser humano se mueve principalmente por su interés individual, antes que por el bien de los demás. Realidad nada distante a nuestro tiempo histórico.

Entonces, las preguntas surgen: ¿Cómo es posible que una sociedad donde cada uno vela por su interés económico funcione perfectamente? ¿Cómo es posible, por ejemplo, que una persona pueda encontrar de todo para comprar sin habérselo dicho previamente a nadie? La respuesta que da Adam Smith es que se logra gracias a una “mano invisible” que organiza los mercados y, que gracias a ella, se armonizan espontáneamente. Estos elementos han sido el fundamento
del capitalismo: desregular y acumular y por fuerzas divinas, alcanzar el bienestar general.

Por lo tanto, la principal debilidad social de la teoría que sustenta al capitalismo se basa en el supuesto de que los individuos que se dedican a los negocios, tienen como único objetivo maximizar los beneficios. Este planteamiento anula las demás dimensiones del ser humano, por definición, multidimensional. La teoría clásica concluye que el resultado óptimo para la sociedad se dará cuando se dé rienda suelta a la búsqueda individual del egoísmo.

Sin embargo, existen varios modelos empresariales con principios que se divorcian de la teoría ortodoxa de la economía, y plantean nuevos esquemas de trabajo amparados en lo que hoy conocemos como la economía popular y solidaria y, que además, han presentado resultados positivos.

También, experiencias como las que nos ha brindado el premio Nobel de la Paz, Muhammad Yunus, han reflejado que los negocios privados pueden operar sin poner en peligro la vida de nadie, es decir, generar productos y servicios seguros a la hora de utilizarlos, con condiciones óptimas laborales y que no contaminen el entorno natural.

En el caso ecuatoriano, si analizamos el aporte de la empresa privada al bienestar de la sociedad, vemos que ésta lo ha hecho, involuntariamente, por vía de los impuestos y, con mayor fuerza, en los últimos años. La presión tributaria (cuánto han pagado en tributos las empresas) del Impuesto a la Renta desde 1993 hasta 2000 no superaba el 2% del Producto Interno Bruto. Mientras que desde ese año, el sistema dio un giro en la tributación de la renta de las personas jurídicas, pasando de una presión del 1.2% al 44.4% en 2010.

Este escenario evidencia la necesidad de regulación del Estado en materia de tributación, ante la ausencia de principios en las empresas que apunten, por iniciativa propia, a generar actividades y políticas de redistribución de la riqueza que prioricen el interés colectivo.

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