Un festival de cine es un pequeño Yasuní de imaginación, sueños y palabras
Cuando hace 12 años inauguramos la primera edición del Festival Internacional de Cine Documental Encuentros del Otro Cine no nos imaginábamos las repercusiones que iba a tener esta idea en la cultura y el arte cinematográfico ecuatoriano. Para nosotros se trataba de salir del aislamiento en el que nos encontrábamos, en una época en la que el cine cobraba un auge inusitado a raíz de la generalización de las cámaras digitales y el documental de creación recibía un impulso notable en la televisión europea como resultado de las políticas de apoyo de la Francia mitterrandista y el aparecimiento del canal de televisión Arte. Frente a eso, en el Ecuador el documental no despegaba y los EDOC se propusieron ser en una primera instancia un escenario que nos permita sumarnos a una corriente mundial de expresión artística que, hastiada de los mensajes repetitivos de los mass media, retome esa vieja idea de un arte político que interrogue nuestra mirada.
Los EDOC no estuvieron al margen del impulso por la aprobación de la Ley de cine, demanda política que retomamos de las generaciones pasadas de nuestros colegas, y de la conformación del Consejo Nacional de Cinematografía. Las políticas de este consejo han estado en consonancia con lo que proponíamos: un apoyo decidido al género documental, o cine de lo real, y un respeto absoluto a la libertad creativa de los cineastas. Ha sido más difícil lograr que la televisión se abra al documental y sobre todo se comprometa con una política audiovisual pluralista, diversa y de calidad. La defensa de la producción independiente es una de las condiciones para lograr este salto.
El festival se ha consolidado y hoy cuenta con el reconocimiento de una amplia audiencia. El nuevo cine ecuatoriano, las películas del futuro, las que consigan retratar nuestra historia y también las pequeñas historias que nos constituyen existencialmente, están naciendo en nuestras salas. A ellas acuden cada año decenas, centenares de jóvenes que deciden, mirando una película, ser narradores, cineastas, escritores, motivados por la diversidad de formas que conjuga el cine documental. Ese laboratorio de experimentación de la mirada que son los EDOC es un tesoro, como una hectárea del Yasuní, donde reposa la diversidad cultural y artística que alimentará nuestra vida democrática.